OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (678)

La Transfiguración de Jesucristo

1307

Gladzor, Armenia

Orígenes, Homilías sobre el primer libro de Samuel

Homilía V: De Orígenes sobre el primer libro de los Reinos (1 S 28,3 ss.)[1]

Introducción

En el inicio de la homilía, Orígenes hace una síntesis del extenso relato que se ha escuchado en la asamblea. Luego, señalando la imposibilidad de tratar sobre todos estos los, consulta al obispo, presente en la ocasión, cuál desea que sea abordado. Y éste responde solicitando el tratamiento de la historia de la nigromante (§ 1.1-3).

Orígenes plantea una diferencia entre el texto mismo de la Escritura y su mensaje espiritual o “elevación/subida”. Hay historias que no se prestan fácilmente a una interpretación espiritual. Pero hay otras que sí ofrecen esta opción. Sería el caso presente del relato sobre la nigromante. Y pasa entonces a tratar la delicada cuestión de cómo esta mujer podía evocar la presencia de Samuel, que era un gran profeta (§ 2).

La pregunta que se plantea en el tercer párrafo está relacionado con la acción de la nigromante, que evoca a Samuel, a pedido del rey Saúl. ¿Es posible que Samuel subiera desde lugares subterráneos, desde el Hades? ¿O que estuviera bajo el poder de un pequeño demonio? Sin dar una respuesta definitiva, Orígenes plantea la cuestión: ¿es posible que Samuel subiera desde el Hades? Y, contemporáneamente, empieza a responder a quienes afirman que esta historia es falsa (§ 3).

En su respuesta a los que no aceptan la historia de la nigromante, Orígenes comienza por afirmar que la Sagrada Escritura fue compuesta bajo la inspiración divina del Espíritu Santo. En consecuencia, es este mismo Espíritu quien habla en el texto bíblico (§ 4.1-3). Para después sostener que la mujer vio a Samuel (§ 4.4).

Texto

¿Por qué abordar el pasaje sobre la nigromante?

1.1. Es muy extenso lo que se ha leído, y es necesario resumir; son cuatro perícopas: (primero), se leyó la continuación sobre Nabal el Carmelita (cf. 1 S 25). Después, la historia sobre David ocultándose entre los zifitas, y denunciado[1] por ellos, vino Saúl para apresar a David y, cuando llegó, esperó la ocasión; pero David se acercó a Saúl mientras dormía, él y sus guardias, tomó su lanza y su jarro de agua, y luego de esto dirigió sus reproches a quienes tenían la responsabilidad de custodiar al rey, y se habían dormido (1 S 26,1ss.). A continuación, sigue el tercer relato, (narrando) que David se refugió con Anchos, hijo de Ammach, rey de Geth; mostrando hasta qué punto David, después de muchas acciones valientes, consiguió su favor, pues aquel dijo: “Haré de ti el jefe de la guardia real” (cf. 1 S 27,1--28,2). Sigue la historia famosa sobre la nigromante y sobre Samuel, en la que aparentemente la nigromante evocó a Samuel, y Samuel profetizó sobre Saúl (cf. 1 S 28,3-25).

1.2. Cuatro son las perícopas, de las cuales cada una contiene varios hechos que, incluso para personas que sean capaces de examinarlos, demandaría horas, no de una sola synaxis, sino de muchas, que el obispo quiera elegir de las cuatro cuál prefiere, para que a esa nos dediquemos.

1.3. – Que se explique, dijo (él), la que se refiere a la nigromante.

Historia y elevación

2. Hay historias que no nos tocan, y otras que son necesarias para hacernos esperar. Hablo de historias, pues no estamos todavía en las elevaciones espirituales útiles para todo el que sabe subir o escuchar sobre las subidas[2]. En lo concerniente a la historia hay realidades útiles para todos, pero hay otras que no son útiles para todos. En efecto, por ejemplo, la historia sobre Lot y sus hijas (cf. Gn 19,30-38), ¿tiene alguna utilidad para el sentido espiritual? Dios los sabe y lo sabrá también aquel a quien se le concederá explicar este pasaje. Pero si en la historia siempre se puede buscar, ¿qué provecho saco para mí de la historia sobre Lot y sus hijas? Igualmente, ¿qué beneficio hay para mí en contar simplemente la historia de Judá y de Tamar, y lo que le sucedió a esta última (cf. Gn 38,1-30)? Sin embargo, puesto que la historia concerniente a Saúl y la nigromante nos toca a todos, necesariamente hay una verdad en la palabra[3]. Quién, en efecto, después de haber dejado esta vida quisiera estar en poder de un pequeño demonio[4], de modo que una nigromante pueda evocarlo, no a alguno cualquiera de los creyentes, sino al profeta Samuel, del que Dios dice por boca de Jeremías: “Incluso si Moisés y Samuel estuvieran ante mí, yo no los escucharía” (Jr 15,1), y de quien el profeta dice en los himnos: “Moisés y Aarón están entre los sacerdotes, y Samuel entre aquellos que invocan su nombre. Ellos invocan al Señor y Él los escucha, en la columna de nube les hablaba” (Sal 98 [99],6-7), y en otro lugar: “Si compareciesen Moisés y Aarón y me suplicaran” (Jr 15,1), y lo que sigue[5]. ¿No es verdad que, si un personaje de tal importancia estuvo sobre la tierra y la nigromante lo evocó, entonces un demonio tiene poder sobre el alma de un profeta? ¿Qué decir? ¿Están escritas estas cosas? ¿Son o no verdaderas? Si se dice que no son verdaderas, se alienta la increencia y esto caería sobre la cabeza de quienes lo afirman, pero si son verdaderas, esto nos presenta un interrogante y nos plantea un problema.

¿Samuel en el Hades?

3. Bien sabemos que algunos de nuestros hermanos se oponen a la Escritura y dicen: «No creo en la nigromante. Cuando la nigromante dice que vio a Samuel, miente. Samuel no fue evocado, Samuel no habló, sino que así como hay seudo profetas que dicen: “Esto afirma el Señor”, y el Señor no habló, así también ese pequeño demonio[6] miente, declarando que hace subir a alguien a pedido de Saúl. “¿A quién haré subir?”, dice la Escritura. “Hazme subir a Samuel” (1 S 28,11)». Esto dicen quienes declaran que esta historia es falsa. ¿Samuel en el Hades? ¿Samuel evocado por la nigromante, el profeta elegido, consagrado a Dios desde su nacimiento (cf. 1 S 1,11), de quien se decía, desde antes de su nacimiento, que viviría en el templo, que en el momento en que fue destetado revistió el efod, usó el manto doble[7] y fue hecho sacerdote del Señor (cf. 1 S 1,22-23; 2,18-19). Con quien el Señor se comunicó y dialogó siendo él niño (cf. 1 S 3,4-14)? ¿Samuel en el Hades? ¿Samuel en los lugares subterráneos, el que recibió (la sucesión) de Helí condenado por la Providencia a causa de los pecados y las prevaricaciones de sus hijos (cf. 1 S 2,12-17. 22 ss.)? ¿Samuel en el Hades? ¿Él, a quien Dios escuchó en el tiempo de la cosecha de trigo e hizo venir la lluvia desde el cielo (cf. 1 S 12,17-18)? ¿Samuel en el Hades? ¿Él, que gozando de tanta confianza nunca se apoderó de cosa alguna que apeteciera? No se apoderó de un novillo, no se apoderó de un buey; juzgó al pueblo y pronunció sentencia permaneciendo pobre; nunca quiso apoderarse de alguna cosa de un pueblo como ese (cf. 1 S 12,1-6). Samuel, ¿por qué en el Hades? Miren lo que se sigue si Samuel está en el Hades. ¿Samuel en el Hades? ¿Por qué no entonces también Abraham, Isaac y Jacob en el Hades? ¿Samuel en el Hades? ¿Por qué no también Moisés, que es presentado junto a Samuel, en lo que está dicho: “Aunque Moisés y Samuel comparezcan, no escucharé a ese pueblo” (Jr 15,1)? ¿Samuel en el Hades? ¿Por qué no también Jeremías en el Hades, a quien se le dice: “Antes de haberte formado en el vientre de tu madre, yo te conocía; y antes que salieras del seno materno, te santifiqué” (Jr 1,5)? En el Hades también Isaías, Jeremías; en el Hades todos los profetas, en el Hades.

El Espíritu Santo es el autor de las Sagradas Escrituras

4.1. Esto es lo que dirá quien no quiera asumir la dificultad de explicar que Samuel fue verdaderamente evocado. Pues es necesario ser leal en la escucha de las Escrituras. La cuestión nos ha sido rebatida persuasivamente, pudiendo realmente turbarnos y sacudirnos, veamos si acaso quien no admite esta (historia) comprende bien la Escritura, o si argumentando desde una intención honorable, no dice lo contrario de lo que está escrito.

4.2. ¿Qué, en efecto, es lo que está escrito? «Y la mujer dijo: “¿A quién te haré subir?”» (1 S 28,11). En la boca de quién están puestas estas palabra: “Dijo la mujer”. ¿Acaso en la boca del Espíritu Santo, por quién creemos que la Escritura ha sido escrita, o en la boca de algún otro? Porque, como lo saben también quienes se han ocupado de discursos de toda especie, lo que se pone en boca del narrador es en todo el pensamiento del autor. Pero respecto de estos discursos se cree que el autor no es un hombre, sino que el autor es el Espíritu Santo[8], que ha movido[9] a los hombres.

“La voz del narrador”

4.3. Por tanto, es el Espíritu quien afirma: «Y la mujer dijo: “¿A quién haré subir?”. Y él respondió: “Hazme subir a Samuel”» (1 S 28,11). ¿Y qué dice después: “La mujer vio a Samuel, y la mujer gritó con fuerte voz diciendo…” (1 S 28,12)? Respondemos a aquel que nos ha rebatido tan intensamente y que nos ha dicho que Samuel no está en el Hades: “La mujer vio a Samuel”, es la voz del narrador que lo ha dicho.

¿Qué vio la nigromante?

4.4. «Y la mujer gritó con fuerte voy y dijo a Saúl: “¿Por qué me has engañado? Tú eres Saúl”. El rey le dijo: “Y qué. No temas. ¿Qué has visto?”. Y la mujer dijo a Saúl: “He visto a dioses subiendo desde la tierra”. Él le preguntó: “¿Cuál era su forma?”. Ella dijo: “Era un hombre anciano que subía vestido con un manto doble”» (1 S 28,12-14). Dice (el texto) que ella vio también la vestimenta sacerdotal. Pero sé que la Escritura afirma en sentido contrario: “No es asombroso, porque Satanás se transforma en ángel de luz. Por tanto, no es extraordinario que sus servidores se transformen en servidores de la justicia” (2 Co 11,14-15). ¿Pero qué vio la mujer? A Samuel. ¿Por qué no se dice: la mujer vio a un demonio que se hacía pasar por Samuel?



[1] Lit.: acusado (diabeblesthai).

[2] La palabra “historia” alude al sentido literal del relato, por oposición a: subida o elevación (anagoge), que se refiere al sentido espiritual. Hay historias que no tienen mayor interés (no nos tocan). No es el caso del presente relato, ya que contiene una enseñanza sobre el más allá, por lo que condiciona nuestra esperanza. “En realidad, la homilía se mantendrá hasta el final en el terreno del sentido literal. Lo que se refiere a la anagoge, son las consideraciones sobre la utilidad del descenso de Cristo y de los profetas al infierno…” (SCh 328, p. 174, notas 1 y 2).

[3] O: en la letra del texto.

[4] Cf. Justino, Diálogo con Trifón 105,4: “Que las almas sobreviven, ya se los he demostrado por el hecho de que el alma de Samuel fue evocada por la pitonisa, como se lo había pedido Saúl (cf. 1 S 28,7 ss.). Por donde se ve que todas las almas de aquellos que fueron justos o profetas caían bajo el poder de semejantes potencias, y es precisamente, en el caso de la pitonisa, lo que los hechos mismos atestiguan”.

[5] Orígenes presenta este texto como diferente del citado unas líneas más arriba. Los ha conservado a ambos considerándolos dos expresiones distintas (cf. SCh 328, pp. 176-177, nota 3).

[6] Orígenes utiliza el diminutivo, daimonion, con un marcado acento despreciativo (cf. SCh 328, p. 179, nota 1).

[7] O: una vestimenta pequeña (diploida).

[8] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números XXVI,3.2: “Quien narra estos hechos que leemos, ni es un niño…, ni un hombre como otros, ni un anciano, ni es en absoluto un hombre; y, por añadir algo más, ni es alguno de los ángeles ni de los poderes celestiales, sino que, como sostiene la tradición de los mayores, narra estas cosas el Espíritu Santo”.

[9] Kinesis es el término a menudo empleado por otros autores (SCh 328, p. 181, nota 4). Cf. Justino, Primera apología 36,1: “Cuando oyen que los profetas hablan en nombre de algún personaje, no deben de pensar que eso lo dicen los mismos hombres inspirados, sino el Verbo divino que los mueve”. Atenágoras, Súplica en favor de los cristianos (Legatio) IX,1: Ustedes que son amiguísimos del saber y muy instruidos, no desconocerán los escritos de Moisés ni los de Isaías y Jeremías y de los otros profetas, que, saliendo de sus propios pensamientos, por moción del Espíritu divino, proclamaron lo que en ellos se obraba, pues el Espíritu se servía de ellos como un flautista que utiliza su flauta”.



[1] De las homilías II-IV solo nos han quedado algunos fragmentos griegos, editados y traducidos al francés en SCh 328, pp. 156-169, por Pierre et Marie-Thérèse Nautin.