OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (677)

Bautismo y tentaciones de Jesucristo

Siglo XI

Evangeliario

Reichenau, Alemania

Orígenes, Homilías sobre el primer libro de Samuel

Homilía I (1 S 1,1 ss.)

Introducción

La verdadera fuerza del cristiano es Cristo mismo, en Él “hemos sido ceñidos” para el combate contra el demonio. Gracias al Señor, ya no somos más extranjeros ni estamos sin Dios en este mundo (§ 17).

El paso de una vida marcada por las apetencias y los excesos de nuestro cuerpo a una vida en Cristo, se presenta en tres momentos, que identifican la situación del ser humano antes de la conversión: 1) la seducción de las apetencias carnales conduce a convertirnos en esclavos de ellas; 2) nuestro hambre en realidad es la carencia de la Palabra de Dios; 3) la numerosa progenie de los frutos de la carne. Solo la cruz de Cristo Jesús puede sacarnos de estas situaciones lamentables y conducirnos a una vida nueva (§ 18.1-3).

El cambio que se produce en la vida del creyente en Jesucristo es obra maravillosa del Espíritu Santo. Este Santo Espíritu colma con sus dones espirituales a quienes creen sinceramente en el Señor Jesús (§ 18.4).

En la conclusión, Orígenes pone de manifiesto la principal característica de la nueva existencia del cristiano: ha pasado de la muerte a la vida gracias a la resurrección de Jesucristo (§ 19).

Texto

Ceñidos en Cristo

17. “Y los débiles se han ceñido la fuerza” (1 S 2,4). Si miras cómo “Dios ha elegido a lo necio del mundo para confundir a los sabios, y lo débil del mundo para confundir a los fuertes” (1 Co 1,27), comprenderás cómo los débiles se han ceñido la fuerza. Débil era el pueblo de los gentiles, porque era ajeno a la alianza de Dios (cf. Ef 2,12), y este pueblo recibió la fuerza. ¿Qué fuerza? “Mi fortaleza y mi alabanza (son) el Señor, que se hizo salvación para mí” (Sal 117 [118],14). Fuerza, por tanto, es el mismo Cristo Señor, en quien fuimos ceñidos, quienes todavía éramos extranjeros a la alianza y sin Dios en este mundo (cf. Ef 2,21).

La nueva progenitura

18.1. “Saciados con panes, fueron reducidos a servidumbre” (1 S 2,5a). Muestra (la Escritura) que es una falta estar saciados con panes, porque Jacob comió y bebió, se sació, engordó y pateó el bien amado (cf. Dt 32,15 LXX).

18.2. “Los hambrientos, dejan” (1 S 2,5b). Aquellos, dice (la Escritura), que fueron saciados con panes, hambrientos dejaron. Vino, en efecto, el hambre, no hambre de pan ni de agua, sino de escuchar la Palabra de Dios (cf. Am 8,11).

18.3. Por eso, en consecuencia, los hambrientos dejaron, “hasta que la mujer estéril dio a luz siete veces, y la que era fecunda en hijos se ha debilitado” (1 S 2,5c). Pues muchos más son los hijos de la abandonada que los de la que tiene marido (cf. Is 54,1). La madre estéril es nuestra Iglesia. Ella dio a luz siete veces, y siete es el número asociado a nuestro reposo. Y la que era fecunda en hijos, se ha debilitado. Quero ver cómo los judíos, defensores de la letra, explican que aquella que era fecunda en hijos se ha debilitado y cómo la estéril ha dado a luz siete veces. Pero dejemos de lado las fábulas de ellos, no sea que alguno de nosotros tenga dentro de sí una estéril que da a luz siete veces o una mujer fecunda con hijos, que se ha debilitado. Fecunda en progenie era mi carne, que tenía muchos frutos de la carne: fornicación, impureza, impudicia, idolatría, hechicerías, enemistades, peleas, envidias, arrebatos, disensiones (cf. Ga 5,19-20). Esta era la numerosa progenie de nuestra carne. Pero cuando llegamos a la fe en la cruz de Cristo y comenzamos a llevar en nuestro cuerpo la muerte de Jesús (cf. 2 Co 4,10), a mortificar nuestros miembros que están sobre la tierra (cf. Col 3,5), poniéndolos al servicio de la justicia (cf. Rm 6,19) y de la sobriedad, entonces la fecundidad de esta generación ignominiosa fue excluida, y de este modo la que era fecunda en hijos se debilitó.

La gracia del Espíritu Santo

18.4. Veamos cómo da a luz siete veces la estéril (cf. 1 S 2,5). Mi alma era estéril en mí, no daba frutos de justicia (cf. St 3,18), pero ahora una vez que, por la fe en Cristo, mereció la gracia del Espíritu Santo (cf. Hch 10,45), se llenó con el espíritu de sabiduría y de inteligencia, el espíritu de consejo y de fortaleza, el espíritu de justicia y de misericordia; y llena del espíritu de temor de Dios (cf. Is 11,2-3; 1 Co 4,21), es claro que la estéril dio a luz siete veces y la que era fecunda se debilitó.

Conclusión

19. “El Señor da la muerte y la vida” (1 S 2,6). ¿A quién el Señor da la muerte y la vida? A mí me da la muerte cuando me hace morir al pecado (cf. Rm 6,2); y me da la vida cuando me hace vivir para Dios. Era pecador y vivía en las faltas. Me hizo morir a los pecados, me hizo morir a la vida anterior, y me vivificó, para que viva en su temor, para que me mantenga firme en su fe (cf. 1 Co 16,13), para que ya no viva más para el pecado (cf. Rm 6,2), sino para Dios, que me ha resucitado de los muertos (cf. Jn 12,17), para que camine en una vida nueva (cf. Rm 6,4), en Cristo Jesús Señor nuestro, a quien sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).