OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (675)

Jesús enseñando a las multitudes

Hacia 1440

Inglaterra

Orígenes, Homilías sobre el primer libro de Samuel

Homilía I (1 S 1,1 ss.)

Introducción

La oración, a ejemplo de la plegaria de Ana, se exalta en la alegría del Señor. Es decir, en todos aquellos gozos que son propios del Espíritu, verdaderamente espirituales. Y contra tales alegrías lucha el Maligno, que quiere sumirnos en la tristeza y la angustia. Por eso, cuando nos convertimos sinceramente a Dios, obra la gracia de Dios y el alma se llena del Espíritu Santo, y ya no reina más el espíritu maligno (§ 10.1).

La exultación en el Señor va acompañada de la proclamación del poder divino, de la fuerza de la gracia: el cuerno que es exaltado en el Señor. Quien sigue fielmente a Cristo recibe los cuernos de las extremidades de su Cruz. Y gracias a ellos puede derribar y levantar por los aires, expulsar del alma, a todas las potencias adversas. La fuerza, el cuerno o los cuernos de los justos triunfan gracias al misterio pascual del Señor Jesús (§ 10.2).

Existe una relación entre la dilatación de la boca y el servicio que ésta presta al maestro de nuestra fe. En efecto, el Señor mismo, Verbo y Sabiduría, es quien concede la capacidad de oponerse a los detractores de nuestra fe: los judíos, los gnósticos y los filósofos. Debemos, por consiguiente, dilatar nuestra boca por medio de la meditación de la Sagrada Escritura, para que pasemos de la dilatación de la boca a la dilatación del corazón (§ 10.3).

Así, se da en nosotros un movimiento que, partiendo de la exultación en Dios por su salvación, nos lleva a la dilatación de nuestra boca; es decir, a nuestra alabanza por la victoria sobre nuestros enemigos, los demonios (§ 11.1).

La santidad del ser humano es un regalo de Dios. Él es la fuente y la luz de la santidad. Solo de Dios procede ese don y también la vocación a la santidad (§ 11.2).

Con vigor y claridad, Orígenes enseña que solo Dios es Creador increado. En tanto que todas las demás realidades, incluido el ser humano, son obra del Autor de todas las cosas. Por tanto, la entera creación existe y subsiste solo en relación con Dios Creador (§ 11.3). Y Él es asimismo el único verdaderamente poderoso (§ 12).

Texto

“Mi corazón ha exultado en el Señor”

10.1. Veamos, entonces, qué significa esta manera de rezar de Ana, porque si la aprendemos, tal vez, también nosotros podremos orar como ella. “Mi corazón, dice, ha exultado en el Señor” (1 S 2,1). Era necesario que añadiese: en el Señor, pues hay una exultación que no es en el Señor. Como también se dice: “Alégrense en el Señor” (Flp 4,4); porque alguien puede alegrarse en las cosas carnales y no en el Señor. Si me alegro de haber hallado un tesoro visible, esta es una alegría de la carne y no en el Señor; si me alegro de que los hombres me alaben, incluso sin que lo merezca, esto no es alegrarse en el Señor; si yo me alegro por las cosas perecederas y caducas, nada de todo esto produce una alegría laudable. Si, por el contrario, me alegro por ser juzgado digno de sufrir la injusticia por el nombre del Señor (cf. Hch 9,16), esta alegría es en el Señor, pues Él mismo dice sobre esto: “Alégrense y exulten, porque su recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,12). Si me alegro por ser objeto de odios injustos (cf. Mt 24,9; Mc 13,13; Lc 21,17), si me alegro por ser combatido a causa de la Palabra de Dios (cf. Mc 13,9; Lc 21,12), si me alegro cuando soy corregido con fatigas, persecuciones, angustias (cf. 2 Co 12,10), si soy feliz por recibir todo esto, esta alegría es en el Señor[1]. Por eso la Escritura nos enseña a desechar los gozos terrenales, perecederos y caducos, para exultar con las alegrías eternas en el Señor, para que, como Ana, podamos decir con razón: “Mi corazón ha exultado en el Señor”. Y porque en el momento en que se dicen estas palabras, uno de los asistentes ha sido invadido[2] por un espíritu impuro y ha dado un grito, que ha provocado un tumulto, digamos también nosotros lo que decía Ana: “Mi corazón ha exultado en el Señor”. El espíritu contrario no ha podido soportar nuestra exultación en el Señor, sino que ha querido cambiarla, para introducir en su lugar la tristeza y prohibirnos decir: “Mi corazón ha exultado en el Señor”. Pero nosotros no dejemos que nos impida, al contrario, digamos siempre más: “Mi corazón ha exultado en el Señor”, por el hecho mismo que vemos a los espíritus impuros atormentados, pues sucesos como estos llevan a muchos a convertirse a Dios, muchos se enmiendan, muchos vienen hacia la fe. Porque Dios nada hace sin causa, ni permite que algo suceda sin un motivo. En efecto, hay muchos que no creen en el Verbo ni reciben la palabra de la enseñanza, pero cuando el demonio salta sobre ellos, entonces se convierten, de modo que “allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20), y donde obró la fuerza maligna, allí la gracia de Dios actuó todavía más; pues cuando la gracia del Señor expulsó al espíritu malvado, introdujo al Espíritu Santo y el alma que había estado llena del espíritu inmundo (cf. Mc 1,23. 26. 27), después quedó llena del Espíritu Santo. 

El poder de Dios, “el cuerno”

10.2. Por todo ello “mi corazón ha exultado en el Señor y mi cuerno ha sido exaltado en mi Dios” (1 S 2,1). Los justos tienen cuernos, los cuales sirven cuando hacen o dicen algo, como cuando dicen: “En ti levantaremos por el aire con el cuerno a nuestros enemigos” (Sal 43 [44],6). -El griego dice keratioymen, es decir: atacaremos con el cuerno, o levantaremos por el aire con el cuerno-[3]. Pero también en otra parte dice (la Escritura): “Serán exaltados los cuernos del justo” (Sal 74 [75],11). Es necesario, en consecuencia, que tengamos estos cuernos, que son conferidos a los justos desde los extremos de la cruz de Cristo[4], para por medio de ellos destruir y expulsar de nuestras almas las potencias adversas; las cuales, una vez derribadas y expulsadas, podrá ser plantada en nosotros una viña, porque “una viña ha sido hecha para el amado con el cuerno en un lugar fértil” (Is 5,1 LXX).

La dilatación de la boca

10.3. Ha sido exaltado, por tanto, el cuerno de esa mujer justa, Gracia, y de todos los justos en el Señor; “mi boca se ha dilatado sobre mis enemigos” (Sal 74 [75],11; 1 S 2,1). Está escrito: “Dilata tu boca y yo la llenaré” (Sal 80 [81],11), y ahora esta mujer justa dice: “Mi boca ha sido dilatada” (1 S 2,1). Si soy hecho idóneo y fuerte en la Palabra y competente en la Sabiduría[5], para así confutar con afirmaciones que no sean estrechas, sino amplias, toda ciencia que se alce contra la fe (cf. 2 Co 10,5) y la verdad de Cristo, o arguyendo contra la incredulidad y la perfidia de los judíos, demuestre, por la Ley y los profetas, que Jesús es el Cristo, y así pueda refutar a los enemigos de la verdad en todos los campos, entonces yo podré decir dignamente: “Ha sido dilatada mi boca sobre mis enemigos”. Si Basílides me busca combatir y lo derribo con vehemencia; si un discípulo de Valentín se me opone con cuestiones y salgo vencedor de este certamen; si vencidos estos, aparece Marción y también él mismo se marcha superado, mi boca ha sido dilatada contra mis enemigos. Si confutados estos, se presentan los filósofos insultando la simplicidad de nuestra fe y clamando por nuestra necedad y falta de pericia, me vuelvo también hacia ellos y desbarato con las fuerzas de la verdadera Sabiduría las nubes de la falsa y falaz sabiduría, y no solo destruyo la sabiduría de este mundo, sino más aún la de los príncipes de este mundo (cf. 1 Co 2,6), entonces más plenamente ha sido dilatada mi boca sobre mis enemigos (cf. 1 S 2,1). Al santo, por tanto, y al perfecto pertenecen esta voz, que puede proferir esas mismas palabras fundadas sobre la realidad y la verdad, y decir: “Ha sido dilatada mi boca contra mis enemigos”. Es necesario, entonces, en primer lugar, dilatar nuestra boca, para que Dios la llene (cf. Sal 80 [81],11). ¿Pero cómo primero dilatamos nuestra boca? Por la meditación de la Palabra divina, de modo que podamos progresar desde la dilatación de la boca hasta que lleguemos a la dilatación del corazón, y decir con el Apóstol: “Mi corazón ha sido dilatado para ustedes, oh Corintios” (2 Co 6,11). Pues la amplitud del corazón procura a la boca la abundancia de la Sabiduría (cf. Mt 12,34).

La fuente de la santidad

11.1. “Porque me he regocijado en tu salvación” (1 S 2,1). Si me he alegrado en la salvación de Dios, entonces se ha dilatado mi boca contra mis enemigos.

11.2. “No hay santo como el Señor” (1 S 2,2). Si estuviera escrito: “No hay santo sino solo el Señor”, consecuentemente todos nosotros deberíamos renunciar a toda esperanza de llegara a ser santos; pero he aquí que (la Escritura) hace una distinción necesaria y dice: “No hay santo como el Señor”. Por tanto, muchos pueden llegar a ser santos, como también lo dice el mandamiento de Dios: “Sean santos, porque también yo soy santo” (Lv 20,26). Pero cualquier progreso que se realice en la santidad, cualquiera sea la pureza y sinceridad que se adquiera, un hombre no puede ser santo como el Señor, pues Él es quien concede la santidad, y el hombre la recibe; Él es la fuente (cf. Sal 35 [36],10) de la santidad, Él es la luz (cf. Sal 35 [36],10) de la santidad y el hombre mira esa luz santa.

Solo Dios puede crear

11.3. “No hay, por consiguiente, santo como el Señor, y no hay nadie fuera de ti” (1 S 2,2). ¿Qué es lo que dice Ana, “No hay nadie fuera de ti”? No lo comprendo[6]. Si hubiera dicho: “No hay otro creador fuera de ti”, o hubiera agregado algo semejante, aparentemente nada habría que buscar; pero ahora dice: “No hay nadie fuera de ti”. Esto, me parece, que en este lugar indica que ninguno de los seres existe por sí mismo, tiene naturalmente la existencia. Tú eres el único a quien nadie te da el ser. En cambio, todos nosotros, es decir toda la creación, no existíamos antes de ser creados y por eso somos por voluntad del Creador. Y hay un tiempo en no fuimos, por lo que no es exacto decir sobre nosotros que somos, si se tiene en cuenta (el tiempo) cuando no éramos. Dios, por el contrario, es el único que siempre tiene el ser, y no recibió un inicio para existir. Y cuando Moisés quiso aprender de Dios cuál era su nombre, Dios le enseñó diciendo: “Yo soy, el que soy, y éste es mi nombre” (Ex 3,14)[7]. Si hay alguna otra realidad entre las criaturas que pueda recibir ese nombre y esa designación, el Señor nunca diría: ése es su nombre; pues sabía que solo Él es; en cambio, las criaturas de Él han recibido el ser. También la sombra en comparación con el cuerpo, no es; y el humo en comparación con el fuego, no es. Así, entonces, también “las cosas que están en el cielo y las que (están) en la tierra, visibles e invisibles” (cf. Col 1,16), en relación con la naturaleza de Dios, no son; pero en relación con la voluntad del Creador ellas son lo que Él ha querido que fueran, Él has hizo.

Nuestro Dios es poderoso

12. Por eso se dice que “No hay nadie fuera de ti; no hay potencia como nuestro Dios” (1 S 2,2). Es semejante a lo que dijo más arriba: “No hay santo como el Señor” (1 S 2,2). Porque como allí no decía que nadie es santo, sino: “No hay santo como el Señor”, para mostrar que, incluso cuando haya santos, nadie es santo como el Señor, así también en este lugar, si alguien es poderoso, “no es, dice (la Escritura), poderoso como nuestro Dios”.



[1] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números XI,8.4: “Si me gozo en el Señor y me gozo en la esperanza (cf. Rm 15,13), y me alegro en el sufrir injuria por el nombre del Señor (cf. Mt 5,11), en todas estas cosas y en otras semejantes a estas habré ofrecido primicias de alegría a Dios, por medio del verdadero Pontífice. Pero también, si soporto con gozo el expolio de mis bienes (cf. Hb 10,34), y si tolero con gozo las tribulaciones, la pobreza o cualquier injuria, residirá en mí, en segundo lugar, de los frutos del Espíritu, el fruto del gozo. Puesto que, si me alegro de las cosas del mundo, de los honores, las riquezas, estos gozos son falsos: vanidad de vanidades (cf. Qo 1,1)”.

[2] Lit.: ha sido llenado (suppletus est). Mientras Orígenes predicaba un oyente sufrió una crisis nerviosa o un ataque de epilepsia y muchas personas se precipitaron en su dirección para ver qué sucedía. Con mucha tranquilidad, el predicador integra el incidente en su homilía: explicando que lo sucedido y ofreciendo un nuevo argumento para el tema que está exponiendo (cf. SCh 328, p. 67).

[3] Esta es una glosa de Rufino (cf. SCh 328, p. 134, nota 1).

[4] Cf. Justino, Diálogo con Trifón 91,2: «Nadie puede decir ni demostrar que “los cuernos del unicornio” (cf. Dt 33,17) correspondan a una realidad u otra figura fuera de aquella del tipo que representa la cruz. En efecto, la pieza de madera única es vertical, y su parte superior se eleva como en cuerno cuando la otra pieza de madera se encuentran ajustada; y sus extremos aparecen a uno y otro lado, como cuernos unidos a ese cuerno único. Además, la estaca que se eleva en medio, sobre la que se apoya el cuerpo del crucificado, también es como un cuerno saliente, y tiene igualmente la apariencia de un cuerno, ensamblado y clavado con los otros cuernos». Ver también Tertuliano, Contra Marción 3,18: “… Los cuernos serían las extremidades de la cruz (extima) -y efectivamente en el travesaño (antemna), que es una parte de la cruz, las extremidades se llaman cuernos-… Porque por ese poder de la cruz y estando así provista de esa clase de cuernos, Cristo ahora eleva a todas las naciones por la fe, levantándolas desde la tierra hacia el cielo…” (SCh 399, pp. 160-161).

[5] “Es necesario recordar que, para Orígenes, Sabiduría y Verbo son las dos nociones (epinoiai) supremas que definen al Hijo de Dios; la primera, en tanto que es el pensamiento interior de Dios; la segunda, en tanto que se comunica a otros. En Orígenes, como en todos los escritores cristianos antiguos, en un contexto concerniente a la Escritura santa, la palabra logos nunca es entendida en el sentido meramente profano de discurso, palabra, razonamiento, sino que siempre comporta una referencia al Verbo subsistente”. En consecuencia, habría que poner en mayúscula tanto la palabra Verbo, como Sabiduría (SCh 328, p. 136, nota 2).

[6] “Simple procedimiento de estilo para suscitar la atención del auditorio. Orígenes sabe la respuesta a esta cuestión y la va a ofrecer” (SCh 328, p. 140, nota 1).

[7] “Rufino traduce este texto célebre según la Vetus Latina, a la cual está habituado: Ego sum qui sum. Pero Orígenes siempre lo cita conforme a la Setenta: Ego eimi o on, y lo entiende como: Yo soy el que es, yo soy el Ser” (SCh 328, nota 3, pp. 141-142).