OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (669)

El bautismo de Jesucristo

Siglo XV

Italia

Orígenes: Nueve homilías sobre el libro de los Jueces

Homilía IX: Sobre los restantes hechos sobre Gedeón; y sobre el combate que peleó Gedeón con trescientos elegidos (cf. Jc 4; 6,7; 7,2 ss.)

Introducción

El texto bíblico narra una nueva selección que el Señor exige a Gedeón. Esta se basa en la forma en que toman el agua los soldados que habían superado la primera prueba. El número que resta es exiguo. Pero a pesar de ello, se le asegura a Gedeón que con esos pocos hombres logrará la victoria sobre los madianitas (§ 2.1).

El pequeño grupo de los que no se arrodillaron para tomar agua, representa, en la lectio origeniana, a los que descendieron al bautismo. Y munidos con la gracia que en él recibieron, enfrentan las trampas del Maligno. Son probados, pero no ceden ante las exigencias materiales ni retornan a los vicios que abandonaron; el pecado ya no despierta en ellos deseos inconvenientes (§ 2.2). 

También el hecho del lamer el agua al modo que lo hacen los caninos, es señal de un misterio más grande. Ante todo, indica la necesidad de una coherencia de vida en el seguimiento del Señor: que las acciones se correspondan con las palabras. Y en seguida, la fidelidad en el amor a quien es nuestro Maestro en la fe (§ 2.3).

El exiguo grupo, trescientos, de los que no se arrodillaron para beber el agua, son figura de quienes sirven a la Santísima Trinidad, y combaten contra el Maligno. Nosotros debemos aspirar a formar parte de ese número elegido (§ 2.4).

En su combate cotidiano los cristianos deben estar siempre preparados y con las lámparas encendidas. Es decir, mostrar por medio de sus buenas obras la luz de Cristo (§ 2.5).

Las trompetas de cuerno que hacen sonar los combatientes elegidos por Gedeón son figura de los cristianos que luchan contra una multitud de demonios. ¿Y cómo luchan? Exponiendo la ciencia de Cristo y su misterio pascual. Esta es la fuerza, el cuerno, del que sigue al Señor Jesús, y con ella logra la victoria (§ 2.6).

Se cierra la presente homilía, y con ella las predicaciones de Orígenes que han llegado hasta nosotros sobre el libro de los Jueces, señalando tres requisitos esenciales de nuestra existencia cristiana: la luz de las obras, la fuerza del conocimiento o de la ciencia, la proclamación de la palabra divina (§ 2.7).

Texto

Nueva selección

2.1. Pero después que esos veinte dos mil se volvieron (cf. Lc 7,3), la palabra divina todavía añade: «Y dijo a Gedeón: “El pueblo es todavía demasiado numeroso. Hazlos descender a la orilla del agua, y allí yo los pondré a prueba por ti”» (Jc 7,4). Por lo que puedo ver, aquellos que fueron rechazados en primer término son los que no habían descendido al agua, sino que aun se designan como catecúmenos, y están tan asustados por el vicio del temor, de modo que no descienden al baño de la salvación; por tanto, así fueron descartados aquellos. Pero los siguientes llegaron al agua para allí ser probados. Y cómo fueron probados, veamos: «El Señor dijo a Gedeón: “A todo el que lama el agua con su lengua, como lamen los perros, tú los separaras; y a todos los que se arrodillen para beber, los harás atravesar”. Y sucedió, dice (la Escritura), que el número de los que lamieron el agua con la mano o la lengua fue de trescientos hombres; en cambio, todos los otros doblaron sus rodillas para beber el agua. Y el Señor dijo a Gedeón: “Con esos trescientos hombres que han lamido, los salvaré, y entregaré a Madián en tus manos”» (Jc 7,5-7).

Los bautizados son los que no se postran, sino que se mantienen de pie en las luchas contra el diablo

2.2. En casi todas las gestas de los antiguos se indican los misterios de gran importancia, como vemos también en este pasaje: aquellos que descienden al agua, es decir, vienen a la gracia del bautismo, no deben postrarse por tierra, ni doblar las rodillas y ceder ante las tentaciones que les llegan, sino mantenerse erguidos con fortaleza y constancia, como también lo decía el profeta: “Alcen las manos que desfallecen y las rodillas que vacilan” (Is 35,3; Hb 12,12); y “enderecen su caminar sobre sus senderos” (Hb 12,13). Viniste al agua del bautismo: este el inicio del combate y de la lucha espiritual, aquí nace para ti el inicio de la lucha contra el diablo. Si estás sin energía, si fácilmente pueden derribarte, ¿cómo combatirás, cómo te mantendrás en pie frente a las astucias del diablo? Por eso el Apóstol clama: “Manténgase erguidos y no se dejen atar de nuevo al yugo de la esclavitud” (Ga 5,1), y vuelve a decir: “Estén firmes en el Señor” (Flp 4,1); y por tercera vez dice: “Pues ahora vivimos, si ustedes se mantienen firmes en el Señor” (cf. 1 Ts 3,8). Por consiguiente, es digno[1], aquel que es elegido, aquel que, después de venir a las aguas del bautismo, no cede ante las necesidades terrenas y corporales, no transige con los vicios ni se postra, doblado por la sed del pecado.

Como los perros

2.3. En cuanto a la expresión: “Lamieron el agua con la mano o la lengua” (cf. Jc 7,6), no fue escrita, según me parece, sin un cierto significado del misterio que indica: los soldados de Cristo deben trabajar con la mano y la lengua, esto es con la acción y con la palabra, pues “aquel que enseña y pone en práctica, he aquí el que será llamado grande en el reino de los cielos” (Mt 5,19). Por el hecho que la Escritura ha señalado asimismo la semejanza con el perro que lame, este animal, me parece, que ha sido mencionado en este pasaje porque, se dice, que más que todos los demás animales, conserva el amor particular hacia su dueño, y ni por el tiempo ni por los malos tratos, esta afección se borra en él.

Trescientos

2.4. Eran, por tanto, solo trescientos los que prefiguraban la imagen de este misterio, esos elegidos, esos probados, esos consagrados para la victoria, quienes también podrían, incluso por el misterio mismo del número, triunfar sobre sus adversarios. Porque son trescientos, los que tres veces multiplican cien y llevan el número de la Trinidad perfecta, bajo cuyo número es censado todo el ejército de Cristo. En el cual deseamos también nosotros merecer estar inscritos.

La luz de los soldados de Cristo

2.5. Sin embargo, ¿cómo combatirán ellos? Llevan en sus manos cántaros, antorchas y trompetas de cuerno (cf. Jc 7,16). Así, dice (la Escritura), llegaron hasta esa multitud de enemigos, entre los cuales había camellos como arena del mar (cf. Jc 7,12). Y una vez que llegaron al combate, dice (la Escritura), hicieron sonar sus trompas de cuerno; arrojaron de sus manos los cántaros y los rompieron (cf. Jc 7,19-20). Entonces, tomando las antorchas se precipitaron sobre los adversarios, tocando también las trompetas al mismo tiempo. Mira cómo combaten los soldados escogidos de Dios: con las antorchas. Pues así los había armado Cristo diciendo: “Que sus cinturas estén ceñidas y sus lámparas encendidas” (Lc 12,35); y de nuevo: “Que la luz de ustedes brille ante los ojos de los hombres para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mt 5,16). Es, por consiguiente, con tales antorchas encendidas que deben combatir los soldados de Cristo, resplandecientes con la luz de sus obras y el esplendor de sus acciones.

Las trompetas

2.6. ¿Pero qué son las trompetas de cuerno con las que hacen sonar la trompeta? Hablar sobre realidades celestiales, disertar sobre las realidades espirituales, revelar los misterios del reino de los cielos (cf. Mt 13,11), es hacer sonar esas trompetas. Habla sobre aquellas trompetas quien habla de las grandes y de las muy grandes realidades (espirituales), quien explica la ciencia de Cristo a los oídos humanos. Pero, ¿por qué dice “la trompeta de cuerno”? Porque también del santo se dice que su cuerno será exaltado en la gloria (cf. Sal 111 [112],9 LXX). Por eso asimismo la trompeta de cada uno es llamada cuerno, a causa de que expone la multiforme ciencia de Cristo y los misterios de su cruz, que es designada por (el término) cuerno. Por ende, combatiendo con ese cuerno y luchando con él, vencemos a los filisteos y ponemos en fuga a los enemigos, aunque su multitud sea como las langostas (cf. Jc 7,12). A las langostas, en efecto, se puede comparar esa multitud de demonios, para los cuales no hay una sede ni en el cielo ni en la tierra.

Conclusión

2.7. En esta guerra, por tanto, que nos preceda la luz de las obras, la fuerza del conocimiento[2], la proclamación[3]de la palabra divina. Luchemos también nosotros cantando “himnos, salmos y cánticos espirituales” (cf. Col 3,16), clamando a Dios (cf. Jc 6,7), para merecer de Él mismo la obtención de la victoria, en Jesucristo nuestro Señor, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] O: merece aprobación (probabilis).

[2] Lit.: de la ciencia (scientiae).

[3] Lit.: predicación (praedicatio).