OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (663)

Parusía de Nuestro Señor Jesucristo

1261

Evangeliario

Armenia

Orígenes, Nueve homilías sobre el libro de los Jueces

Homilía VII. Sobre los hijos de Israel que son entregados en manos de Madián (Jc 5,31; 6,1-4)

Introducción 

El Israel según el espíritu, el pueblo de la Nueva Alianza, debe observar cuidadosamente las enseñanzas de Cristo, para no alejarse de su gracia. Solo así evitará perder el reposo y podrá hacer frente a los ataques de los demonios (§ 1).

Orígenes, insistiendo en la distinción entre el Israel según la carne, y el que es según el espíritu, indica dos clases, dos opciones, de siembra para este último. Una que no puede ser estropeada por nuestros enemigos, los demonios. Otra, en cambio, que sí puede ser corrompida por ellos (§ 2.1).

Es necesario optar por sembrar en una tierra preparada para recoger los frutos del Espíritu, en las tierras altas, no expuestas a las incursiones de los madianitas; es decir, que no pueden ser asaltados por los demonios, que exterminan todo fruto espiritual, el que procede del Espíritu, no de la carne (§ 2.2).

Con mucha claridad Orígenes advierte a sus oyentes, y a sí mismo, según lo afirma, sobre el peligro de “dormirse en los laureles”. El esfuerzo que exige el camino, el ascenso, de la virtud, es constante, permanente. Es necesario no bajar la guardia en ningún momento (§ 2.3).

Lo que se practica, se recoge y se guarda en el tiempo propicio para el crecimiento espiritual, para la consolidación de la fe, debe manifestarse claramente en los tiempos adversos. Es en la persecución que el cristiano debe confesar, sin temor a los suplicios, su fe en el Señor. La prueba aquilata la esperanza (§ 2.4).

Texto

La gracia de Cristo nos preserva del poder de los demonios

1. “La tierra está en reposo” (Jc 5,31), mientras el pecado está en reposo. Se dice que está en movimiento la tierra, es decir lo que habitan la tierra, cuando los pecados comienzan a agitar y perturbar las almas de los hombres. Y esto es lo que ahora contiene la presente lectura. “La tierra, dice (la Escritura), estuvo en reposo cuarenta años” (Jc 5,31). “Y los hijos de Israel hicieron lo malo en presencia del Señor, y el Señor los entregó en manos de Madián siete años. Y Madián se impuso sobre Israel” (Jc 6,1-2). Por tanto, mientras la justicia estaba sobre la tierra, esto es, entre los que habitaban la tierra, se dice que la tierra estuvo en reposo. Pero cuando creció la iniquidad e hicieron lo malo en presencia del Señor, entonces el Señor, dice (la Escritura), los entregó en manos de Madián durante siete años. No se dice que los madianitas se impusieron al pueblo de Dios en tanto que el pueblo observaba los preceptos del Señor. Mas cuando empezó a descuidar los mandamientos divinos, la mano de los enemigos se hizo más fuerte y más poderosa contra él. Contra ese primer pueblo, ciertamente, cuando pecaba, se levantaban enemigos corporales; en cambio, contra nosotros, que somos llamados Israel según el espíritu, sin duda se levanta un enemigo espiritual; y cuando descuidamos los mandamientos de Dios, cuando despreciamos los preceptos de Cristo, la mano de los demonios se hace más fuerte en contra nuestra, y somos entregados, también nosotros, a los enemigos, cuando nos separamos de la gracia.

Buena y mala siembra

2.1. Pero veamos qué sucede con los que fueron entregados a causa de sus pecados: “Los hijos de Israel, dice (la Escritura), para escapar de Madián, hicieron escondrijos en las montañas, en las cuevas, en los refugios; y he aquí que, cuando el hombre de Israel había sembrado, Madián, Amalec y los hijos del Oriente[1] subían contra ellos; caían sobre ellos y exterminaban todos los frutos de la tierra, hasta llegar a Gaza” (Jc 6,2-4). Esto es, entonces, lo que padecía aquel Israel según la carne (cf. 1 Co 10,18): sembraba la tierra, pero como había sido librado, por sus pecados, a los enemigos que lo asaltaban, en lugar de cosechas recogía la corrupción (cf. Ga 6,8). Pero nosotros, que somos llamados el Israel según el espíritu, consideremos lo que nos puede suceder de semejante. A veces sembramos, y nuestros enemigos no pueden corromper las semillas que sembramos, no pueden adueñarse de nuestra agricultura. Pero en ocasiones cuando sembramos, lo que sembramos se corrompe.

Escoger tierras aptas para producir frutos espirituales

2.2. El apóstol Pablo nos instruye sobre esta diferencia de sembrados. Escucha, por tanto, lo que él mismo dice: “Quien siembra, afirma, para la carne, de la carne recogerá la corrupción, y quien siembra para el Espíritu, del Espíritu recogerá la vida eterna” (Ga 6,8). En consecuencia, aquellos en quienes los madianitas destruyen los sembrados, son los que siembran según la carne. Estos son aquellos cuyos frutos son exterminados y perecen. Pero los sembrados que son plantados por el Espíritu, los madianitas no pueden destruirlos. Porque las potestades contrarias no pueden subir hasta los campos espirituales y corromper los sembradíos del Espíritu, de quienes no siembran entre las espinas, sino que siembran en sus tierras en barbecho (cf. Jr 4,3).

El trabajo de la virtud debe ser constante

2.3. Además, hay que agregar esto: pues quiero advertirles, y a mí mismo al tiempo que a ustedes, sobre la protección que hay que proveer a las semillas y la solicitud para con los frutos espirituales (cf. Ga 5,22). Sucede con frecuencia, que, transpirando copiosamente en el trabajo espiritual, se produce una cosecha abundante, se llenan sus graneros con granos de justicia, se guardan muchas buenas acciones en la caja fuerte de la conciencia. Pero si, después, se hace negligente y, luego del esfuerzo, se inclina fácilmente hacia los placeres y las lujurias, todas esas semillas de buenas acciones y los frutos de la santa conducta, dominando los placeres sensuales, se corrompen. Pues cuando el pecado se introduce furtivamente y cautiva del pensamiento del hombre, de modo que ya no observa más los mandamientos de Dios, ni ama subir voluntariamente por el escarpado sendero de la virtud, se pierden todas las riquezas que antes había reunido en los graneros de su conciencia. Por eso, entonces, debemos observar esta advertencia de la Escritura santa, que dice: “Custodia tu corazón con mucha vigilancia” (Pr 4,23).

La constancia en la persecución

2.4. Por tanto, hay que custodiar el corazón de todo pecado; y, sobre todo, en el tiempo de la persecución. Sucede, en efecto, al menos por un cierto tiempo, que se reúnen los frutos de la justicia, que se buscan las obras de la virtud y se investigan todas las disciplinas más probadas, pero en el tiempo de la persecución se reniega de la fe. Entonces, se dispersa todo lo que había sido puesto en reserva, y de golpe uno se queda desnudo y vacío de todas esas riquezas, porque todo el fruto de su trabajo, largo tiempo buscado y reunido con gran esfuerzo a precio de sudor, es dispersado y, como dice el profeta: “Todas las obras de justicia que hizo ya no se recordarán” (cf. Ez 3,20). Por eso, hermanos, supliquemos al Señor, confesándole nuestra debilidad, para que no nos entregue en manos de Madián, que no entregue, a quienes confían en Él, a las bestias del alma (cf. Sal 73 [74],19); que no nos entregue en poder de los que dicen: “¿Cuándo vendrá el tiempo en que nos será dado el poder contra los cristianos? ¿Cuándo serán entregados a nuestras manos esas gentes que se dicen poseer o conocer a Dios?”. Que, incluso si somos entregados y ellos reciben poder sobre nosotros, oremos para recibir la fuerza de Dios, para que podamos mantenernos firmes, para que nuestra fe se haga más resplandeciente en medio de los tormentos y las tribulaciones, que su desvergüenza sea vencida por nuestra paciencia, y, como lo ha dicho el Señor, “por nuestra paciencia ganemos nuestras almas” (cf. Lc 21,29); porque “la tribulación produce la paciencia; la paciencia, una virtud probada; la virtud probada, la esperanza” (Rm 5,3-4).



[1] Se trata de las tribus del desierto al este del río Jordán.