OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (661)
El juicio final
Hacia 1406-1407
Antifonario
Florencia (?), Italia
Orígenes, Nueve homilías sobre el libro de los Jueces
Homilía VI: Sobre el cántico que cantó Débora (cf. Jc 4,3-9; 5,2 ss.)
Introducción
Por el sacramento del bautismo el cristiano es llamado a ser rey. Para que esto se cumpla es necesario vivir de una manera recta, impidiendo que nuestro cuerpo sea dominado por las apetencias y vicios de la carne. Y así, nos convertiremos en reyes que merecen escuchar las palabras de la Escritura Sagrada (§ 3.1).
En su lectio, Orígenes distingue dos categorías de oyentes: los que son reyes, que escuchan con todo su ser; y los que son solo gobernadores, que prestan únicamente el oído exterior a la audición de la palabra divina (§ 3.2).
Para poder entonar un cántico grato al Señor es necesario previamente haber alcanzado la pureza de corazón y la rectitud de espíritu (§ 3.3).
En la explicación de la continuación del cántico, dejando de lado la exposición detallada de su contenido, Orígenes nos propone mirar toda nuestra realidad humana con ojos de fe; lo cual modifica sustancialmente nuestra valoración de la presente existencia, y nos lanza hacia delante, hacia la promesa de la vida eterna (§ 4).
Texto
Llegar a ser como rey
3.1. Después de esto dice (la Escritura): “Escuchen, reyes, presten oído, gobernadores[1]; yo cantaré para el Señor, tocaré para el Dios de Israel” (Jc 5,3). “Escuchen reyes”: llama reyes a aquellos que son convocados para escuchar la palabra de Dios. Exulta, pueblo de Dios, oyendo tus títulos de nobleza. Tú eres llamado para escuchar la palabra de Dios, y como no plebe, sino como rey eres llamado. Pues te fue dicho: “Raza real, pueblo sacerdotal, adquirido” (1 P 2,9). Por eso, porque ustedes son reyes, con razón nuestro rey, Cristo el Señor, es llamado: “Rey de reyes y Señor de los señores” (Ap 19,16). Pero del mismo modo que exultan por su título de nobleza, así también deben aprender lo que cada uno de ustedes debe hacer para convertirse en rey. Se los explicaré brevemente. Te conviertes en rey de todo, si Cristo reina en ti; puesto que sé es rey reinando. Por tanto, si también en ti el alma reina y el cuerpo obedece, si sometes al yugo de tu imperio las concupiscencias de la carne, si dominas las naciones de los vicios apretando los frenos de tu sobriedad, mereces el título de rey, tú que te sabes gobernar rectamente. Entonces, cuando llegues a ser así, con justicia serás llamado, como rey, a escuchar las palabras divinas.
Reyes y gobernadores
3.2. Pero lo que sigue da una indicación más corporal cuando dice: “Presten oído, todos ustedes, gobernadores” (Jc 5,3). Porque como el gobernador es inferior al rey, igualmente, prestar oído parece inferior a escuchar. Pues escuchar pertenece al hombre interior, como también lo decía el Señor: “Que el que tiene oídos para escuchar, que escuche” (Mt 11,15); en cambio, prestar el oído concierne a la audición exterior y corporal. Por esto, también aquí, los que deben escuchar son llamados reyes, mientras que los que deben prestar oído son llamados gobernadores.
El canto agradable al Señor
3.3. “Yo cantaré para el Señor, tocaré para el Dios de Israel” (Jc 5,3). Felices son los que pueden cantar un cántico para el Señor. Cuando vamos a las Escrituras, encontramos muchos cánticos consignados en los libros sagrados. Tenemos un libro entero escrito sobre el Cantar de los cantares. Y he aquí que en este libro de los Jueces también tenemos un cántico, y un cántico está escrito en los Números (cf. Nm 21,17-18), en el Deuteronomio (cf. Dt 32,1-43), en el Éxodo (cf. Ex 15,1-21), en el Primer libro de los Reyes (cf. 1 S 2,1-10), también en el Primer libro de los Paralipómenos (cf. 1 Cro 16,8-36), y en muchos otros lugares hallarás que están escritos cánticos divinos. La voz del justo, por tanto, dice aquí: “Yo cantaré al Señor, y tocaré para el Dios de Israel” (Jc 5,3). ¿Quién piensas que tiene una voz tan melodiosa, un espíritu tan puro y un alma tan sincera que con su canto pueda deleitar al oído divino? Seguramente aquel que no tenga en sí ninguna ronquera[2] de pecado, que no presente nada de ofensivo en la lengua, nada de grosero en el espíritu, éste puede decir rectamente: “Yo cantaré al Señor, yo tocaré para el Dios de Israel”.
Una nueva visión de la realidad
4. Pero puesto que no tratamos de explicar versículo por versículo la continuación del cántico, modificando el orden lectura, veamos qué significa: “Mi corazón va hacia las cosas que han sido dispuestas para este Israel” (Jc 5,9 LXX). Esto es lo que me parece que quiere decir: mi corazón, mi alma, mi pensamiento y toda mi inteligencia se dirigen y miran hacia aquello que ha sido dispuesto y preparado para Israel. Con toda mi inteligencia miro en anticipo lo que es futuro. Pues si hacia ello tiendo mi alma, todo lo que está en este mundo, lo miraré como estiércol para ganar a Cristo (cf. Flp 3,8), que ha preparado para quienes le aman todo lo que el ojo no ha visto, ni el oído ha escuchado y que no ha subido al corazón del hombre (cf. 1 Co 2,9; Is 64,3). Por consiguiente, dice él, mi corazón está tendido hacia eso. En efecto, ya no tengo en mí un corazón de hombre, y lo que pienso, no lo pienso según el hombre. Pero porque según la Escritura, “aquellos a quienes se dirige la palabra de Dios son dioses” (cf. Jn 10,35), yo ya no miro más eso con humana inteligencia, sino divina.