OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (652)

Jesucristo carga la cruz

1390-1400

Liturgia de las Horas

Francia

Orígenes, Nueve homilías sobre el libro de los Jueces

Homilía III: Sobre el hecho que los hijos de Israel fueron entregados “en manos de sus enemigos”, y de Gothoniel y de Aot (Jc 2,14 ss.)

Introducción

En el inicio mismo de la homilía se plantea ya la dirección que seguirá el predicador en su lectura espiritual: quien se exalta, será humillado (§ 1.1).

De gran actualidad es el cuadro en el que describe Orígenes la actitud de quienes, a cualquier costo, buscan escalar posiciones y hacerse de puestos importantes en nuestro mundo. El orgullo y la arrogancia son, en última instancia, una supina ignorancia de Dios (§ 1.2).

A continuación, Orígenes nos regala una notable y muy actual exhortación para quienes ejercen el ministerio sacerdotal, señalando sin ambages el peligro del orgullo en el clero. Quienes tendrían que exhalar el buen olor de Cristo, se tornan hediondos y deberían ser expulsados de la Iglesia (§ 2.1).

Apelar a la misericordia del Señor conlleva un compromiso: convertirse al Señor y de esa forma anticiparse al verdugo, clamando para que Él nos salve. Sin conversión y sin un sincero clamor, se prosigue en la servidumbre al Maligno (§ 2.2-3).

Texto

Chusarsaton

1.1. Cuando “los hijos de Israel hicieron lo malo en presencia del Señor, y olvidaron al Señor su Dios, y lo abandonaron, sirviendo a los Baales y a los bosques” (Jc 3,7 LXX) de los gentiles, entonces “atesoraron contra ellos mismos la ira” (cf. Rm 2,5), y fueron entregados, por un justo juicio de Dios (Rm 2,5), en manos de sus enemigos (cf. Jc 2,14); y, según lo que declara la presente lectura, en manos, dice (la Escritura), de Chusarsaton, rey de Mesopotamia (cf. Jc 3,8 LXX). Ahora bien, Chusarsaton se traduce: la humillación de ellos. Por tanto, fueron entregados en sus manos para que los humillara. Y puesto que en las cimas de las montañas (cf. 2 R 17,10; Jr 2,20) obraban impíamente contra el Altísimo, por esa razón, fueron entregados por Él a la humillación.

El camino de la humildad de Cristo

1.2. Pero no quiero que creas que únicamente para los antiguos era esa divina providencia: entregar a la humillación a quienes se exaltaban impíamente, para curar, conforme a una salutífera práctica medicinal, los contrarios por los contrarios. Pero ahora Dios omnipotente ya no tiene para su Iglesia, en su providencia, métodos semejantes para asegurar la salud. Ahora, sin embargo, también está Chusarsaton, rey de Mesopotamia, a quien son entregadas para ser humilladas y afligidas las almas que menosprecian la humildad cristiana, entregándose a la soberbia y la arrogancia. Ante Dios, el vicio de la soberbia es muy odioso, pues, como dice la Escritura: “El inicio del alejamiento de Dios es la soberbia” (Si 10,12). Y de nuevo, en otro lugar, dice: “Dios resiste a los orgullosos, pero a los humildes les da la gracia” (1 P 5,5; cf. Pr 3,34 LXX). Si, por tanto, despreciando la humildad de Cristo, que, por nosotros, “siendo Dios, se hizo hombre y se humilló hasta la muerte” (cf. Flp 2,6-8), alguien se engrandece y se enorgullece, se precipita hacia los puestos y las dignidades del mundo, no rechaza los medios por los cuales se esfuerza en obtenerlos, y no los aborrece, incluso si son contrarios a la fe y a la religión, y le basta con obtener lo que desea, se sigue que “hace lo que es malo a los ojos del Señor” (cf. Jc 3,7). Y, después de haber obtenido las más gloriosas ínfulas de poder y haberse elevado hasta las cimas más altas del orgullo, precipitado de allí, es entregado a Chusarsaton, es decir, a uno de “los príncipes del imperio de los aires” (cf. Ef 2,2), como en una ocasión al faraón, y en otra a Chiram, para que humille al que mucho se había exaltado, para que lo aflija y lo reduzca a polvo, hasta que se convierta y busque al Señor. Porque mientras estaba instalado en el orgullo y la arrogancia, ignoraba a Dios.

El mal olor de la arrogancia de los sacerdotes

2.1. Ahora, entonces, aquellos que son entregados por su pecado, puestos a prueba, veamos qué hacen. Seguramente, lo que está escrito: “Clamaron al Señor en la tribulación, y los libró de sus aflicciones. Y los sacó de las tinieblas y de la sombra de muerte, y rompió sus ataduras” (Sal 106 [107],6. 14). Pero también, cada uno de nosotros, aunque sea pequeño, incluso muy pequeño, a pesar de que no haya detentado ninguna dignidad en el mundo, puede padecer el vicio del orgullo. Y nada es tan abominable ni execrable, como dice la Escritura, que “un pobre orgulloso o un rico mentiroso” (Si 25,2). A veces esta enfermedad del orgullo, no solamente penetra entre los pobres del pueblo, sino que también golpea al orden sacerdotal y levítico. En ocasiones, se pueden encontrar algunos, incluso entre nosotros que estamos puestos como ejemplos de humildad y dispuestos en torno al altar como espejos para quienes miran, personas entre las que hiede el vicio de la arrogancia; y del altar del Señor, que debería arder con el suave perfume del incienso, se difunde el muy horrible olor de la soberbia y el orgullo. Pero que sea expulsado, suplico, lejos de esta santa Iglesia y sobre todo de quienes ofician en el santuario, este olor tan horrible, para que podamos, como decía Pablo, llegar a ser “el buen olor de Cristo” (2 Co 2,15), “no sea que el Señor se irrite” (cf. Sal 2,12), y “provoquemos la cólera del Santo de Israel” (cf. Is 1,4), y que nos entregue en manos de Chusarsaton, para que aprendamos, por la tribulación de nuestra reprensión, la humildad que habríamos debido mostrar con la ciencia de Cristo.

Anticipar la conversión

2.2. Pero mira: el Señor benigno combina la misericordia con la severidad, y examina el peso de la pena misma de un modo justo y clemente. No es para siempre que entrega a los que han pecado, sino que, dice (la Escritura), cuanto fue el tiempo que sirvieron a los Baales, también servirán a Chusarsaton, esto es, ocho años (cf. Jc 3,8). Aprende esto, tú también, oyente, quienquiera que seas, que eres consciente de algún error; y también por el tiempo que sabes que has errado, por el tiempo que pecaste, también por ese tiempo y no menos, humíllate ante Dios y dale satisfacción en la confesión de tu arrepentimiento. No esperes que Chusarsaton te humille y que la necesidad, contra tu voluntad, te obligue al arrepentimiento, sino anticípate a las manos de ese verdugo. Pues si tú mismo te enmiendas, si tú mismo te corriges, Dios es bueno y misericordioso (cf. Si 2,11), y Él moderará la venganza del que la anticipa arrepintiéndose.

Es necesario clamar al Señor 

2.3. Pero también consideremos que, esos que fueron entregados por sus pecados, mientras sirvieron a Chusarsaton y no clamaron al Señor, nadie fue suscitado que pudiera salvarlos. En cambio, cuando “clamaron al Señor, entonces el Señor suscitó un salvador para Israel y los salvó” (Jc 3,9).