OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (640)

Jesús durmiendo en la nave y calmando la tormenta

Siglo XI

Evangeliario

Reichenau, Alemania

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía XXIV: Sobre los amorreos, cómo habitaron con Efraím; y sobre cómo Jesús recibió una ciudad de los hijos de Israel (Jos 19,48 ss.)

Introducción

Ya en el mismo inicio de la homilía se nos ofrece una interpretación espiritual de la presencia de los amorreos entre los efraimitas (§ 1.1). Su permanencia significa que la lucha o el combate contra el Maligno continúa, no ha terminando (§ 1.2).

Es muy significativa la conjunción entre amorreos-amargura/as y las ciudades que habitan, las cuales se traducen por “dar topetazos” y “pacífico”. Los que dan topetazos son aquellos que echan por tierra las moradas del diablo; en tanto que son pacíficos quienes han dominado la concupiscencia y establecido la paz en sus vidas (§ 1.2).

En ocasiones los demonios resisten los exorcismos, es decir, “la mano pesada de Efraím”. Pero quien haga pesar su mano sobre ellos por medio de las buenas acciones, incluso aunque no pueda doblegarlos por completo, estará seguro de que los ha sometido, a pesar de no poder expulsarlos por completo (§ 1.3-4).

Texto

La persistencia de la amargura

1.1. Hace un tiempo explicamos de qué forma los hijos de Judá fueron impotentes para destruir a los jebuseos que habitaban en Jerusalén (cf. Jos 15,63). También hablamos de los cananeos que habitaban en medio de los hijos de Efraím y que estos últimos no pudieron destruir (cf. Jos 16,10). He aquí que la presente lectura nos refiere hechos similares a sobre los amorreos: “El amorreo siguió habitando en Elom y en Salamin; y la mano de Efraím se hizo pesada sobre ellos” (Jos 19,48 LXX).

1.2. Amorreo se traduce por amargo o amargura. Por tanto, si los amorreos habitaban en Elom, que significa dando topetazos, o en Salamin que se traduce por pacífico, las amarguras permanecían y habitaban entre quienes dan topetazos y entre los pacíficos. Los que dan topetazos son los que, en medio de los combates, se esfuerzan por derribar las habitaciones y las moradas del diablo; pero son pacíficos, los que han dominado los deseos de la carne y hecho la paz en su alma. Sin embargo, en unos y otros persiste un poder enemigo, la amargura, que persevera y combate.

“La mano pesada de Efraím”

1.3. En lo que dice (la Escritura): “El amorreo siguió habitando entre ellos” (Jos 19,48 LXX), tal vez podemos comprender esto: si una fuerza enemiga demoníaca, salida de la tropa de amargura, asalta el cuerpo de alguien, lo perturba y paraliza la mente, y aunque se aplique a muchas oraciones, muchos ayunos y muchas invocaciones de exorcismos, el demonio permanece sordo a todas estas acciones, y sigue habitando en el cuerpo del poseso. Prefiere tolerar el dolor de los exorcismos y los tormentos que le son infligidos por la invocación del nombre de Dios[1], antes que retirarse del hombre que impúdica e inicuamente ha ocupado. También así se puede interpretar a los que son llamados amorreos, que permanecen y persisten “en habitar en Elom y Salamain”. Y para mostrar que persisten sufriendo penas y tormentos, la Escritura agrega: “La mano de Efraím se hizo pesada sobre ellos” (Jos 19,48 LXX).

Hacer pesar la mano de nuestras buenas acciones sobre los demonios

1.4. ¿Pero de qué manera la mano de Efraím se hizo pesada sobre los amorreos? Puede ser, como lo dijimos, por una imposición de las manos, realizada por la fuerza, que un exorcista puede hacer pesar la mano de Efraím sobre los espíritus inmundos; o son nuestras buenas acciones y nuestras buenas obras las que gravan y afligen a la raza de los demonios y a las potestades adversas. Porque, cuanto más nosotros nos tornamos hacia lo mejor, también tanto más se hacen para ellos molestas y pesadas (nuestras acciones). Lo que, en cambio, les es agradable, lo que acogen con placer y que les ofrece una especie de voluptuosidad, es el que vive en la impureza y la infamia. Pero el que, por sus buenas acciones haya hecho pesada su mano sobre ellos, incluso sin poder expulsarlos por completo, estará seguro de hacerlos tributarios y sometidos (a él).



[1] Cf. Contra Celso, I,6: «... Movido por no sé qué motivo, afirma Celso que la fuerza que parecen tener los cristianos la deben a ciertos nombres de démones y fórmulas de encantamiento. Con ello alude, según pienso, a los que conjuran y expulsan a los démones. Ahora bien, parece calumniar evidentemente nuestra doctrina, pues “la fuerza que parecen tener los cristianos” no la deben a encantamientos, sino al nombre de jesús y a la recitación de las historias que de Él hablan. Y es así que pronunciar ese nombre y recitar esas historias ha hecho con frecuencia alejarse a los démones de los hombres, señaladamente cuando los que las dicen lo hacen con espíritu sano y fe sincera. Y es tanto el poder del nombre de Jesús contra los démones, que, a veces, logra su efecto aun pronunciado por hombres malos. Que es justamente lo que enseña Jesús mismo cuando dice: Muchos me dirán aquel día: En tu nombre arrojamos a los demonios e hicimos milagros (Mt 7,22)».