OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (638)

Corpus Christi. Adoración del Santísimo Sacramento

Hacia 1536-1537

Gradual

Dijon, Francia

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía XXIII: Sobre la naturaleza del echar a suerte, cuando las siete tribus recibieron su heredad (Jos 18,1 ss.)

Introducción

El Nuevo Testamento ofrece asimismo algunos ejemplos de ese recurso. Tal fue el caso de la elección de Matías. Pero con la pertinente aclaración que se trataba de “una manifestación de la Providencia”, porque antes habían orado (§ 2.3).

Con el deseo de ampliar su búsqueda, Orígenes recurre a quien siempre guía su reflexión: el apóstol san Pablo. Y éste en dos textos relaciona la suerte-herencia-heredad con Cristo (§ 2.4).

De todo lo anterior no se sigue con plena evidencia una conclusión que se imponga con meridiana claridad. Aunque sí puede decirse que “echar a suertes” puede ser un medio para conocer lo que “contiene ocultamente la voluntad de Dios” (§ 2.5).

En la segunda parte de la homilía Orígenes va a desarrollar una reflexión que pareciera estar bastante influenciada por la filosofía. Combina su conocimiento de la Escritura santa con su reflexión filosófico-teológica (§ 3.1-4).

Texto

Echar a suertes en el Nuevo Testamento. La elección de Matías

2.3. Pero cuando sobre esto de echar a suertes encuentro en el Antiguo Testamento no pocas referencias, también me vuelvo hacia el Nuevo Testamento, para ver si tal vez en él se desprecian las suertes, o si aquí el uso de ellas se desecha. Y encuentro que, en una ocasión, cuando faltó el número de los apóstoles, y un apóstol era necesario para reemplazar el lugar dejado por Judas, reuniéndose los apóstoles -quienes eran más sabios que estos que ahora ordenan a los obispos, presbíteros y diáconos-, eligieron a dos de ellos y los pusieron en medio. Sin embargo, no se permitieron a sí mismos (emitir) un juicio, como haciendo lo que ellos mismos querían, sino que, orando, dice (la Escritura), echaron suertes sobre aquellos dos que habían sido puestos en presencia de Dios; esto es, José, que era llamado Barnabás, y tenía por sobrenombre el Justo, y Matías. “Y la suerte cayó sobre, dice (la Escritura), Matías, y fue enumerado con los once apóstoles” (Hch 1,23-26). Pero como antes habían orado, ya no fue una manifestación de la suerte, sino de la Providencia, que hacía de la suerte un juicio divino.

San Pablo 

2.4. Pero todavía busco en el Nuevo Testamento si en alguna parte se nombre la suerte a propósito de Cristo o de la Iglesia, o en realidades místicas que se vean pertenecer al (dominio) del alma. Encuentro que Pablo escribiendo a los efesios dice sobre Cristo: “En quien, afirma, somos llamados por la suerte[1]; predestinados según el propósito de quien realiza todas las cosas según el consejo de su voluntad, para que seamos alabanza de su gloria, nosotros que por adelantado habíamos esperado en Cristo” (Ef 1,11-12). También a los tesalonicenses[2] les escribe esto: “Damos gracias a Dios Padre, que nos hizo capaces de tener parte en la suerte[3] de los santos en la luz” (Col 1,12).

Una conclusión parcial 

2.5. Por consiguiente, habiendo reunido numerosos testimonios de las Escrituras santas que mencionan las suertes, para que la consideración de varios pasajes nos permita una comprensión más diligente de la realidad de las cosas, incluso con todos estos textos todavía no puedo descubrir una explicación que sea evidente; y también, el temor de enunciar y proferir misterios tan arcanos me asedia. Sin embargo, baste el haber llegado, en cuanto la cuestión lo permite, a esta conclusión: el uso de las suertes por los apóstoles muestra que donde se utilicen las suertes con fe íntegra y previa oración, la suerte muestra a los hombres con claridad lo que contiene ocultamente la voluntad de Dios.

¿Son guiados los actos de echar las suertes por una potestad superior?

3.1. Pero según la compresión interior, como parece que Pablo indica cuando dice: “Tener parte en la suerte de los santos” (Col 1,12), y: “Llamados por la suerte en Cristo” (Ef 1,11), hay que ver si, tal ve,la suerte no solo entre los hombres tiene un rol, sino también en las potestades de lo alto, y si alguna de dichas potestades preside ese oficio. Tomando ahora como ejemplo a Jesús hijo de Navé, que distribuye la heredad echando suertes, esa potestad (superior) conduciría (el acto de echar) la suerte, no según alguna gracia (de un favor), sino según eso que sabe a Dios agrada; y haría caer la primera parte de la suerte en aquel que sabe que ocupa el primer lugar ante Dios. De modo que las suertes también demostrarían a los hombres lo que está oculto en Dios. Y a otro (asignaría) el segundo lugar, y a otro el tercero.

Echar a suertes en los cielos

3.2. Yo considero que esas cosas no pasan solo en la tierra, sino también en los cielos; y ese echar las suertes, que ante Dios se distingue en la contemplación de los méritos, también tiene lugar en aquel tiempo en que “el Excelso divide las naciones, disemina a los hijos de Adán y establece los confines de los gentiles según el número de los ángeles de Dios; y Jacob es constituido la porción del Señor, la parte de su heredad, Israel” (Dt 32,8-9 LXX). Porque ves que también en este pasaje Dios ha echado a suerte su porción y su heredad: Israel. Por tanto, no hay que considerar que fue por casualidad si un ángel recibió por suerte una determinada nación, por ejemplo, Egipto; otro los idumeos, otro los moabitas y otro la India, y así para cada una de las naciones que están sobre la tierra. Pero también aquí, aunque según el número de los ángeles de Dios se dice que por la suerte fueron divididas las naciones; sin embargo, hay que creer que ese tirar a suertes, como dijimos, manifiesta públicamente el juicio que está oculto en Dios. Y según sus méritos o su poder cada uno de los ángeles recibió esta o aquella nación en la división.

Los ángeles reciben la custodia de cada uno de nosotros

3.3. ¿Y por qué hablo sobre realidades grandes y generales? Porque ninguno de nosotros es ajeno a este modo de las suertes, por las cuales se dispensa el juicio de Dios; por ejemplo, hay que decir que desde el nacimiento cada uno recibe en herencia este o aquel género de vida. Y ciertamente aquello, que a menudo enseñamos a los hombres a partir de las Escrituras santas, de que los buenos y malos ángeles están presentes para los hombres; pues no es fortuito y sin razón que tal ángel (recibe) tal alma; por ejemplo, la custodia del alma de Pedro y también la de Pablo, o la de uno de los niños de la Iglesia sobre los cuales el Señor ha dicho que siempre “ven el rostro de su Padre, que está en los cielos” (Mt 18,10)[4]. Sobre estas realidades no se puede dudar que se trata de una decisión de Dios, que ve con claridad la dignidad de ellos y la cualidad de nuestra alma; y los ángeles reciben en heredad la custodia de cada uno de nosotros, por un echar a suertes como mística, de la dispensación providencial de Cristo.

Los ministerios de los ángeles

3.4. Pero yo, en cuanto se espera una opinión mía, pienso atrevidamente decir sobre esas potestades que también han recibido la administración de este mundo; que no es fortuitamente o al azar que aquella potestad preside la germinación de la tierra y de los árboles, aquella otra mantiene con suficiencia las fuentes y los ríos, otra las lluvias, otra los vientos, otra los animales marinos, otras los animales terrestres, o bien cada una y todas las plantas que produce la tierra. Y por todas partes hay misterios inefables de la dispensación divina, que reparte todas las cosas con orden y atribuye a cada potestad el oficio que le compete. Porque así también lo dice el apóstol Pablo: “¿No son todos espíritus enviados al servicio de quienes reciben la herencia de la salvación?” (Hb 1,14).



[1] El texto griego lee eklerothemen, lit.: fuimos hechos herederos, entramos en herencia (sorte vocati sumus).

[2] ¿Se trata de un error del mismo Orígenes, o de Rufino? Procopio trae la referencia exacta (cf. PG 87,1037A; SCh 71, p. 456, nota 2).

[3] Kleroy del verbo kleroo: nombrar heredero, hacer heredero.

[4] Cf. Homilías sobre (el libro) de los Números, IV.1-5.