OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (637)

La Santísima Trinidad

Hacia 1520-1530

Gradual

París

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía XXIII: Sobre la naturaleza del echar a suerte, cuando las siete tribus recibieron su heredad (Jos 18,1 ss.)

Introducción

La presente homilía aborda un tema bastante complejo, y por lo mismo no siempre resulta fácil seguir el desarrollo del discurso de Orígenes.

El punto de partida es: ¿por qué la Sagrada Escritura habla de “echar a suerte (o suertes)”? Y ¿cómo los santos confiaban a semejante procedimiento la toma de importantes decisiones? (§ 1.1).

Para responder a estos interrogantes Orígenes comienza por estudiar el tema en el Antiguo Testamento. Empieza señalando las normas que de dan en el libro del Levítico (§ 1.2), para seguir con la división de la tierra realizada por Moisés y Josué (§ 1.3-4).

El libro de Jonás enseña que también los paganos recurrían a ese procedimiento de “las suertes” (§ 2.1). En tanto que en uno de los sapienciales se lo presenta como un adecuado recurso para dirimir las controversias (§ 2.2).

Introducción al tema del echar a suertes en la Biblia

1.1. En las costumbres de los hombres cuando algo se divide por suertes, se cree que es la fortuna la que atribuye la suerte de un lote u otro; pero no es así en la Escritura santa. Y alguna vez me he preguntado a mí mismo cómo, en algo tan importante, nuestros santos padres confiaban la decisión a las suertes. Lo cual, si es así en el actuar de los santos, entonces ya nada de admirable tiene que entre los demás hombres o entre los paganos, nada eximio se viera en esto uso de los santos: la división (echando) suertes. Pero veamos si, tal vez, encontramos en las Escrituras algo que nos manifieste qué fuerzas se contienen en las suertes[1].

Echar a suertes en el Antiguo Testamento

1.2. Comencemos entonces por el Levítico, donde está escrito: “Y echaron, dice (la Escritura), dos suertes; una suerte por el Señor y una suerte por el apompaeo” (Lv 16,8), es decir por el chivo emisario. “Y sobre el que cayere la suerte apompaea, se tomará ese macho cabrío, y se lo llevará vivo al desierto y allí se lo dejará ir abandonándolo. Pero otro macho cabrío se inmolará al Señor” (Lv 16,10. 15). Y las demás cosas que allí están (consignadas); las cuales quienes leen esos textos las conocen[2].

Moisés

1.3. Y de nuevo, cuando Moisés echa a suerte para dar su parte a la tribu de Rubén, a la tribu de Gad y a la media tribu de Manasés (cf. Jos 13,15 ss.), que habían pedido recibir la tierra aquella del otro lado del Jordán, que habían tomado los hijos de Israel.

Josué

1.4. También Jesús dio su parte, echando a suertes, a Caleb, hijo de Jefoné (cf. Jos 14,13), y a la tribu de Judá (cf. Jos 15,1), conforme al mandato del Señor. Dio asimismo a la tribu de Efraím y a la media tribu de Manasés lo que quedaba (cf. Jos 16,1). Y después de esto, dice (la Escritura) “congregó a la asamblea de los hijos de Israel” (Jos 18,1), y dijo: “Echaré suerte, en presencia del Señor echaré suerte, pero antes describan la tierra para traerme su descripción” (cf. Jos 18,4-6). Y así después de esto las suertes fueron echadas para distribuir al pueblo de Dios, y no se obró al acaso en esa distribución, sino según aquello que Dios había prestablecido. Y a continuación la tribu de Benjamín fue la primera en recibir su parte, donde estaba Jerusalén (cf. Jos 18,28); después de esta, en segundo lugar, la tribu de Simeón; después de esta, las tribus de Isacar, Zabulón, Aser, Neftalí y Dan (cf. Jos 19,1-40). Las tres últimas tribus son las que descendían de las concubinas de Jacob.

Jonás y los Proverbios de Salomón

2.1. ¿Cuál es el motivo de estas suertes? Me lo pregunto a mí mismo para conocer (el sentido) oculto de muchos testimonios de las Escrituras. Encuentro ciertamente en las Escrituras que también los hombres paganos usaban las suertes, cuando navegaban con Jonás y los urgía la tempestad; porque los que con él navegaban decían: “Echemos la suerte y sepamos por causa de quién ha venido tan gran mal” (Jon1,7). Como si la suerte pudiera librarlos de aquel por cuya causa les amenazaba el peligro a los navegantes. Y aunque fueran paganos y ajenos al conocimiento de Dios, sin embargo, no fueron decepcionados en su expectativa, sino que la suerte les descubrió lo que era verdad. “La suerte, dice (la Escritura), cayó sobre Jonás” (Jon 1,7).

2.2. Prosiguiendo, encuentro sobre esto asimismo en los Proverbios de Salomón: “La suerte acaba con las contradicciones y decide entre los poderosos” (Pr 18,18), como si quisiera mostrar que cesan las contradicciones cuando se echa la suerte.



[1] Traducción literal de: quid virtutis contienatur in sortibus; otra posibilidad: el sentido oculto de las suertes.

[2] Cf. Homilías sobre el Levítico, IX,6: «Cuando hablamos de la suerte, que el oyente no la entienda como se suele hablar de la suerte entre los hombres: por fortuna y no por la facultad de juzgar. “La suerte del Señor” debe entenderse como si se dijera elección del Señor o parte del Señor; por el contrario, la suerte del que es enviado al desierto debe comprenderse como aquella parte que, por su indignidad, es despreciada y desechada por el Señor. Porque además también la misma palabra “chivo emisario” contiene el significado de desechado y rechazado. Lo cual podemos asimismo entenderlo por medio de un ejemplo: asciende a tu corazón un mal pensamiento, la concupiscencia por la mujer de otro o por una posesión vecina; en seguida comprende que ellos son de la suerte del chivo expiatorio, recházalos de inmediato y expúlsalos de tu corazón. ¿De qué forma los arrojas fuera? Si tienes contigo la ayuda del “hombre preparado” (cf. Lv 16,21), esto es si está la lectio divina en tus manos y tienes los preceptos de Dios ante tus ojos, entonces te encontrarás verdaderamente preparado para rechazar y expulsar a los que son de una heredad (lit.: suerte) ajena. Pero también la ira si asciende a tu corazón, o los celos, o la envidia, o la malicia “para suplantar a tu hermano” (cf. Os 12,3), debes estar preparado para rechazarlos, expulsarlos y enviarlos al desierto. Pero que asciendan a tu corazón “los pensamientos que son de Dios” (cf. 1 Co 7,34): de misericordia, de justicia, de piedad, de paz, éstos son de la heredad (lit.: suerte) del Señor, éstos se ofrecen en el altar, éstos los recibe el pontífice y por ellos te reconcilia con Dios».