OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (636)

Ascensión - Pentecostés

Hacia 1225-1275

Evangeliario

Seitenstetten, Austria

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía XXII: Sobre la tribu de Efraím y los cananeos (Jos 17,14 ss.)

Introducción

El pasaje sobre el reclamo de parte de los hijos de José (Jos 17,14), es interpretado como una invitación, una exhortación, a limpiar nuestra interioridad. Para lo cual se requiere fortaleza de alma, que se expurgue toda la sordidez que se ha acumulado en cada uno de nosotros por causa de nuestra desidia (§ 4.1-3). 

Se trata entonces de una tarea de limpieza profunda en nuestro interior, a fin de disponer en nosotros una tierra que se pueda sembrar y produzca fruto abundante (§ 5.1-2).

Esa tarea de limpieza tiene tres etapas: sometimiento de nuestras malas inclinaciones, reducción de ellas a obediencia y finalmente su exterminio. Si no se procede de esta forma seremos reducidos a la esclavitud del pecado (§ 6.1-3). 

Nuestro sincero anhelo, se dice en la conclusión, debe ser convertirnos en verdaderos hijos e hijas de Abraham (§ 6.4).

Texto

El reclamo de los hijos de José

4.1. Después de esto debemos ver que los hijos de José presentan un pedido sobre la heredad y reclaman una parte mayor, diciendo a Jesús: “¿Por qué nos diste en herencia un solo lote y un solo espacio de tierra? Porque soy un gran pueblo y el Señor me ha bendecido” (Jos 17,14).

4.2. Por tanto, si somos un gran pueblo y el Señor nos bendice, escuchemos a Jesús: “Eres un pueblo numeroso, asciende al bosque, límpialo para ti y prepara un lugar en la tierra. Y expurga a los fereseos y a los rafaitas” (Jos 17,15)[1]. Por consiguiente, es necesario que expulsemos a los fereseos. Ahora bien, encontramos que fereseos se traduce: fructificación. Pero, como ya dijimos con frecuencia sobre otros nombres, también en este hay una doble interpretación. Pues hay una fructificación buena y una fructificación mala, como se la designa en los Evangelios: “Árbol bueno que da frutos buenos, y árbol malo que da frutos malos” (Mt 7,17). Entonces, es necesario que expulsemos todo lo que no fructifica bien, que cortemos el fruto del pecado y expurguemos el fruto de la injusticia.

Expurgar a los rafaitas 

4.3. Pero también dice (la Escritura): expulsa de ti -o mejor: expurga- a Raphain. Encontramos que Raphain se traduce: madres relajadas. En efecto, hay en nuestra alma una cierta fuerza que engendra los pensamientos y es como la madre de esos pensamientos o de esas ideas que proceden de nosotros, según lo que se dice simbólicamente sobre el alma como mujer. “Pues ella será salvada por los hijos que engendre, si permanecen en la fe y en la verdad” (1 Tm 2,15). Por ende, estas madres, es decir, la fuerza del alma, en aquellos que son fuertes, vigorosos y robustos engendra pensamientos vigorosos y poderosos, que no pueden ser superados por quienes contradicen. En otros, esta fuerza es relajada y débil, lo que se indica por los pensamientos que se profieren, que son lánguidos e ineptos y no contienen en sí ninguna fortaleza. Esto, por tanto, se significa bajo el nombre de Raphain, para que expurguemos de nosotros las madres relajadas, que engendran pensamientos débiles e inútiles. Y la propiedad de estos términos sirve bien a la comprensión espiritual; porque no dice que haya que exterminar a los rafaitas, sino expurgarlos. Pues no ordena arrancar y exterminar esos movimientos naturales del alma, sino expurgarlos; es decir, purgarla y liberarla de las sordideces e inmundicias, que nos sobrevienen por causa de nuestra negligencia, para que resplandezca el vigor de su fuerza natural propia e ingénita.

La verdad fue precedida por la sombra 

5.1. Después de esto todavía añaden y dicen los hijos de Efraím: “La montaña no será suficiente para nosotros; el cananeo que habita en ella tiene caballería escogida y hierro” (Jos 17,16 LXX). Nunca encontrarás que el israelita tenga un caballo, pero el cananeo tiene aquel caballo que es falsa (esperanza) de salvación (cf. Sal 32 [33],17). El cananeo tiene también el hierro bélico. ¿Pero qué les responde Jesús a aquellos? “Si eres un gran pueblo y también tienes fuerza, no será para ti solo una parte de la heredad, pues el bosque es tuyo y lo talarás” (Jos 17,17-18).

5.2. ¿Ves lo que se nos dice por medio del sentido espiritual? Que talemos el bosque que está en nosotros, y quitando de nosotros mismos esos árboles inútiles e infructuosos, hagamos allí una tierra de labor, que siempre la renovemos y recojamos frutos de ella: treinta, sesenta y ciento por uno (Mt 13,8. 23). ¿No es la misma palabra la que también nos intima diciendo: “He aquí que el hacha ya está puesta en la raíz de los árboles; y entonces todo árbol que no dé fruto, será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,10)? Esto es lo que ordenó a nuestros ancianos Jesús, el hijo de Navé, sobre los árboles infructuosos que deben ser cortados; esto es lo que el Señor Jesús nos prescribe en los mandamientos de los Evangelios. ¿No es evidente que la sombra precedió y la verdad siguió?

Exterminar al cananeo que está en nosotros 

6.1. ¿Qué es lo que añade Jesús? “Si limpias, dice, el bosque, será tuyo cuando hayas exterminado al cananeo” (Jos 17,18).

6.2. Dijimos más arriba cómo el cananeo que habita con nosotros, primero solo nos paga tributo, después se hace obediente y se somete; pero en el tercer momento se dice que incluso es exterminado con la mortificación de nuestros miembros. Y si lo comprendemos rectamente y nos concede el Señor por su gracia así entenderlo, que esa sea la paga de esta obra: presentar en publico lo secreto y escondido y que haya llegado a nuestro conocimiento lo que se guardaba oculto; y conforme a esto que dijimos nos esforcemos para que el cananeo que está en nosotros, rápidamente se nos someta y nos obedezca, para después de esto también exterminarlo. Porque si lo liberamos y lo descuidamos, vendrá el faraón de Egipto y dará nuestro lugar en dote a su hija (cf. Jos 16,10 LXX; 1 R 9,16), y nos entregará cautivos a la ley del pecado (cf. Rm 7,23).

6.3. Pero que Dios no permita esto: que la nobleza israelítica, sirva a la hija del faraón; que el israelita, al que ya Dios había sacado de la tierra de Egipto, vuelva a servir al faraón, que había sido sumergido en el Mar Rojo. Observemos, por tanto, cómo también Jesús dice esto: que no prevalezcan contra nosotros los cananeos, no sea que acaso ellos nos venzan y se apoderen de nosotros, que de israelitas nos hagan cananeos, como sucede con aquel que es dominado[2] por los halagos de la carne, al que se le dice por el profeta: “Descendencia de Canaán y no de Judá, te sedujo la belleza” (Dn 13,56). No suceda que nos oigamos llamar descendencia de Canaán, porque “maldito sea Canaán, será el esclavo de sus hermanos” (Gn 9,25).

Conclusión

6.4. Que el Señor nos conceda que seamos hijos de Abraham, de Isaac y de Jacob, herederos conforme a la promesa (cf. Ga 3,29), a nosotros que fuimos suscitados de las piedras, para que seamos hijos de Abraham (cf. Mt 3,9), por Cristo Jesús nuestro Señor, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] La última frase no se encuentra en la LXX, sino en las Hexaplas (SCh 71, p. 445, nota 2).

[2] O: superado (superaverat).