OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (631)

Jesucristo resucitado se aparece a los apóstoles

1443

Utrecht, Holanda

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía XX: Sobre la dificultad de la comprensión espiritual; y sobre Caleb, cómo recibió en Hebrón; o sobre sus hijas (Jos 15,13 ss.)[1] 

Introducción

La primera parte de esta homilía nos ha sido conservada en su texto griego por los compiladores de la Filocalia. Y principalmente aborda el tema de la lectura espiritual de aquellos pasajes del AT que presentan largas listas de nombres (§§ 1-2). ¿Qué sentido tiene para los cristianos, especialmente los que no provenían del judaísmo, detenerse en estas engorrosas enumeraciones? La respuesta de Orígenes es cuanto menos llamativa: alimentan nuestras “realidades” interiores. Producen un efecto de “encantamiento” que nutre nuestra relación con las potestades divinas que habitan en nosotros; y por oposición, expulsan, o al menos molestan, a las potencias adversas.

Tal como lo afirma la editora de la Filocalia: “No es necesario buscar para los nombres bíblicos propios una interpretación espiritual, muy difícil de alcanzar; su simple lectura material (ex mones psiles tes anagnoseos) es benéfica, porque los sonidos hebreos están divinamente inspirados”[1].

En otras palabras, toda Escritura divinamente inspirada, por más dificultades que ofrezca al auditor, es de gran ayuda para sostener e incrementar nuestra vida espiritual.

Texto[2]

1.1. El perfecto beneficio de las lecturas de este género se da a conocer a quien puede comprender la verdadera distribución de las heredades repartidas por Jesús entre los hijos de Israel, y que se ha hecho capaz de subir a la tierra santa, la tierra verdadera, la tierra realmente buena, que armoniza lo que se dice sobre los lugares con la diversidad de herederos, conforme a los enunciados de los nombres. Pero puesto que es difícil encontrar alguien que aproveche este beneficio, quiero exhortar a los auditores a no desanimarse ante estas lecturas.

1.1. Si para algunos es posible ascender hacia “la tierra santa y buena, tierra de los vivientes” (cf. Ex 3,8; Sal 26 [27], 13), en la cual no hay muerte; si quien, por el Espíritu merece elevarse hacia esa vida, ése puede conocer verdaderamente (la heredad); las diferencias que en estos pasajes están escritas sobre la herencia, los lugares y los nombres. Pero, puesto que es difícil encontrar un alma llena de tal erudición y repleta de la gracia del Espíritu, nos esforzaremos en la causa de un consuelo común, no sea que se produzca el tedio de la escucha de la palabra divina en nuestros oyentes si nada se explica; y ello con las oraciones de ustedes y el auxilio del Señor, mientras tratamos de sacar algo de este tipo de lecturas que pueda edificar nuestras almas. Si hay pasajes que al presente no podemos comprender o ustedes no pueden escuchar, sin embargo, lo que decimos, corregidos y enmendados por lo que se dice, lo que ahora no podemos recibir, debemos esperar que llegaremos a comprenderlo siendo mejores. Y sin duda lo óptimo será alcanzar, mientras estamos en esta vida, el justo premio por nuestro trabajo; o bien, después de la muerte, ciertamente conocer a quienes lo merecieron.


1.2. ¿Cuál será, entonces, la exhortación que impida que el oyente de estas lecturas se desanime? Hela aquí. Al igual que los encantamientos tienen un poder natural y el que recibe un encantamiento, incluso sin comprenderlo, de él algo recibe, conforme a la naturaleza de los sonidos del encantamiento, ya sea un perjuicio, ya sea una curación, de su cuerpo o de su alma, así también comprendan que el enunciado de nombres propios en las divinas Escrituras es más poderoso que cualquier encantamiento. Porque hay en nosotros fuerzas que, si son buenas, son alimentadas por esas clases de encantamientos, pues están emparentadas, esas fuerzas, aunque nosotros no lo comprendamos, que entienden lo que se dice y se hacen más fuertes en nosotros, al extremo de cooperar para nuestra vida.

1.2. Sin embargo, también esto quiero advertir: que el simple hecho de que nuestros oídos atiendan a la lectura de las palabras divinas, aunque nos parezcan oscuras, no es menor utilidad para nuestras almas. Porque si los gentiles creen que, susurrando ciertos cantos, denominados encantamientos por quienes los practican, o que, pronunciando ciertos nombres, cuyo sentido ellos mismos ignoran, por el solo sonido de las palabras adormecen las serpientes, o incluso las hacen salir desde lo recóndito de las cavernas. A menudo se dice que, con la sola voz, se curan tumores, inflamaciones u otros males del mismo género en los cuerpos humanos; o también infligir un espasmo en las facultades del alma, pero donde la fe en Cristo no lo impida. ¡Qué superior a todos los encantamientos y cantos, cuánta más fuerza y poder debe atribuir nuestra fe a todas las palabras y nombres de la Escritura Santa[3]!

 

1.3. Que en nosotros hay potencias invisibles, e incuso que hay muchas, lo demuestra el salmo siguiente: “Bendice al Señor, alma mía, y que todo lo que hay dentro mío bendiga su santo nombre” (Sal 102 [103],1). Por tanto, hay en nosotros una multitud de potencias que nuestras almas y nuestros cuerpos han recibido en herencia. Si ellas son santas, por la lectura de la Escritura, reciben un beneficio y se hacen más fuertes, aunque nuestra inteligencia esté sin fruto, como está escrito respecto del que habla lenguas: “Mi espíritu ora, pero mi inteligencia está sin fruto” (1 Co 14,14). Comprendan entonces que a veces nuestra inteligencia está sin fruto, en tanto que las potestades que cooperan con el alma, con la inteligencia y con todo lo que está en nosotros, son alimentados con el alimento espiritual que procede de los santos escritos y de esos nombres. Y siendo alimentados se hacen más poderosos para cooperar con nosotros. Y así del mismo modo que esas potestades buenas están en cierto modo como encantadas, obtienen beneficio y se hacen más poderosas por efecto de esos escritos y esos nombres, así también las potestades adversas que están en nosotros, por así decirlo, son abatidas y vencidas por los encantamientos de Dios, al ser vencidas se apaciguan.

1.3. Como, en efecto, entre los infieles las potestades adversas, oyendo uno u otro nombre en los cantos o en los encantamientos, se presentan y se exhiben como servidores y se dan a esa obra para la cual se saben invocados por sus nombres, dependiendo de sus oficios y funciones, por aquellos a quienes han sido sometidos. Tanto más las celestiales potestades y ángeles de Dios que están con nosotros -como también el Señor lo dice sobre los niños pequeños de la Iglesia: “Los ángeles de ellos están siempre en presencia del Señor viendo su rostro” (Mt 18,10)-, con gusto y gratamente reciben lo que pronunciamos con la boca, si siempre son palabras y nombres de la Escritura como cantos y encantamientos. Porque incluso si no comprendemos lo que proferimos con la boca, sin embargo, esas mismas potestades que están con nosotros, las entienden y se deleitan auxiliándonos como convidadas por un canto (mágico).

1.4. Que, en verdad, existan no solo alrededor nuestro muchas fuerzas divinas, sino también dentro de nosotros, lo manifiesta el profeta cuando dice en los Salmos: “Bendice, alma mía, al Señor, y todas mis realidades interiores su santo nombre” (Sal 102 [103],1), esto es, todas las realidades que están dentro mío. Por tanto, consta que muchas potestades están en nuestro interior, a las cuales se ha confiado el cuidado de nuestras almas y nuestros cuerpos; las cuales, puesto que son santas, cuando leemos las Escrituras se deleitan y se fortalecen para asistirnos, aunque nuestra inteligencia no dé fruto, según aquello que está escrito: “Porque si hablamos en lenguas, nuestro espíritu ora, pero nuestra inteligencia queda sin fruto” (1 Co 14,14). Porque también dice esto el santo Apóstol y es un admirable misterio que proclama a los humanos oídos, afirmando que el Espíritu que está en nosotros ora incluso cuando nuestra inteligencia esté sin fruto. Por tanto, comprende que a veces sucede que nuestra inteligencia queda sin fruto, pero el espíritu, es decir, aquellas potencias dadas a nuestras almas para ayudarlas, se apacienta y se alimenta por la escucha de las Escrituras Santas, como con un alimento divino y racional[4]. 

1.5. ¿Qué cosa digo al afirmar que las divinas potencias se apacientan y se alimentan en nosotros, si proferimos con nuestra boca las palabras de la divina Escritura? Nuestro Señor Jesucristo mismo, si nos encuentra entregados a vacar en ella, realizando un esfuerzo de este género o empeñados en semejante ejercicio, no solo se digna pacer y alimentarse en nosotros, sino que, si también ve preparados en nosotros la mesa, se digna llevar consigo a su Padre. Pero esto que parece muy grande y por encima del ser humano, lo comprobarás no por lo que te digo, sino por lo que dice el mismo Señor y Salvador con sus palabras: “En verdad les digo, que yo y el Padre vendremos, haremos en él nuestra morada y comeremos con él” (Jn 14,23; Ap 3,20). ¿Con quién? Con el que de verdad “guarda sus mandamientos” (Jn 14,23).

1.6. Pero, como ya dijimos, esta clase de meditaciones divinas nos atrae el consorcio y los servicios de las potestades (divinas); por el contrario, con estas palabras e invocaciones de nombres huimos de las insidias de las potestades malignas y de las incursiones de los pésimos demonios. Por ejemplo, si alguno de ustedes tal vez vio llevar en las manos una serpiente dormida por medio de los cantos mágicos, o bien sacar de una caverna a una serpiente sin peligro, ya que no puede dañar con su veneno, pues está como paralizada por el poder del encantamiento, igualmente, la lectura divina tiene el mismo poder. Si dentro nuestro hay una serpiente del poder enemigo, si se esconde una culebra que nos insidia, escucha pacientemente, no te apartes por la fatiga del tedio, porque la serpiente será expulsada por los cantos de la Escritura y por tu asiduidad a la palabra divina.

 

2. ¿Tienen ustedes, tal vez, una serpiente o algún otro animal venenoso apaciguado por medio de encantamientos? Apliquen este ejemplo a la Escritura. Sucede, en ocasiones, que el oyente, oyendo leer y no comprenda, se desanima y se cansa. Que tenga confianza que las serpientes y las víboras que están en él perderán sus fuerzas bajo el efecto de los remedios de esos fabricantes de medicinas que son, por ejemplo, el sabio Moisés, o el sabio Jesús o los sabios santos profetas. No nos desanimemos cuando escuchamos (textos de) las Escrituras que no comprendemos. Que en esto nos suceda según nuestra fe (cf. Mt 9,29), conforme a lo que realmente creemos, que toda Escritura divinamente inspirada es de utilidad (cf. 2 Tm 3,16). Pues, respecto de las Escrituras, de dos realidades es necesario quedarse con una: o bien aceptas decir que no son divinamente inspiradas porque no son de utilidad, y es lo que puede decir alguien que no tiene fe; o bien aceptas, como creyente, decir que, ya que son divinamente inspiradas, ellas son útiles. Sin embargo, hay que tener claro que ese beneficio a menudo llega sin que tengamos conciencia; al igual que con frecuencia, cuando se nos manda tomar un alimento para aclarar nuestra visión, por ejemplo, no es ciertamente al tomar el alimento que tenemos conciencia del beneficio que ello significa para nuestra vista. Pero al cabo de dos o tres días, la asimilación del alimento benéfico para nuestra vista, nos da, por experiencia, la convicción de que curamos nuestros ojos. Y podemos constatar la misma cosa a propósito de otros alimentos benéficos para diversas partes de nuestro cuerpo. En consecuencia, de la misma manera, debes creer que cuando se trata de la divina Escritura, tu alma saca un beneficio, aunque si tu intelecto no percibe el fruto de ese beneficio como viniendo de los textos, en una simple lectura literal. Lo que está en nosotros recibe ese encantamiento: lo que es bueno, es alimentado; lo que es malo, es aniquilado.

2.1. Por tanto, si vieras, oh oyente, que alguna vez no comprendes la Escritura de la Ley que llega a tus oídos, y su sentido te parece oscuro, acepta mientras tanto que su primera utilidad es expulsar y poner en fuga, con la sola audición, como con un encantamiento, el virus de las potestades malignas, que te cercan e insidian. Observa solamente no hacerte “como las serpientes sordas y que cierran sus oídos, no escuchando la voz de los encantadores y las hechicerías que pronuncia el sabio” (Sal 57 [58],5-6). Por ejemplo, hay un canto que entona y canta el sabio Moisés; y otro que entona y canta el sabio Jesús Navé; y un canto que entonan y cantan todos los sabios profetas. Por esto decimos que no debemos fastidiarnos escuchando las Escrituras, aunque no las comprendamos, sino que se haga en nosotros según nuestra fe (cf. Mt 9,29), pues a nosotros que creemos: “Toda Escritura divinamente inspirada es útil” (2 Tm 3,16), incluso si no captamos la utilidad, sin embargo, debemos creer que es útil. Los médicos suelen prescribir algunas veces un alimento, otras veces también dar una bebida, por ejemplo, para mejorar una mala visión. Con todo, en el momento mismo en que comemos ese alimento o bebemos esa bebida no sentimos que sea útil y de provecho para el ojo; pero cuando pasa un día, o dos, o tres, a su tiempo produce la fuerza propia de ese alimento o esa bebida; llevada hasta la vista por ocultos caminos, limpia paulatinamente la visión, y entonces comenzamos a sentir que aquella comida o bebida fue buena para los ojos. También suele ser igual para otras partes del cuerpo. En consecuencia, asimismo de este modo hay que creer sobre la utilidad de la Escritura santa para nuestra alma, incluso si nuestra inteligencia no la comprende al presente; ya que, como dijimos, las potestades buenas que están en nosotros, se alimentan y se reconfortan; y aquellas contrarias se ven entorpecidas y huyen de estas meditaciones.

2.2. Pero, tal vez, diga alguno de los oyentes: “Nos dices esto para excusarte de tu oficio de explicar (el texto), y terminar así con esas consideraciones; no quieres darnos ninguna ayuda sobre estos temas, sobre los que te sería posible (hacerlo); ni quieres pedir al Señor su gracia para abrirnos el sentido de lo que nos ha sido leído, para que recibamos un poco de alimento por medio de la explicación de las realidades ocultas y secretas”. No es por esta causa que así nos expresamos, ni presentamos una excusa, sino que queríamos mostrar que en las Escrituras santas hay una cierta fuerza que es suficiente, incluso sin una explicación, para quien las lee.



[1] SCh 302, p. 397.

[2] En cursiva el texto griego, el cual, como se apreciará a simple vista, no siempre coincide con la versión de Rufino.

[3] Cf. Orígenes, Contra Celso, I,67: “El nombre de Jesús libra a los hombres de las perturbaciones del espíritu, expulsa a los démones y cura las enfermedades; y en quienes han aceptado sinceramente la doctrina acerca de Dios y de Cristo y del juicio venidero, no ficticiamente movidos por necesidades de la vida u otras miras humanas, infunde una maravillosa mansedumbre y equilibrio de carácter, humanidad, bondad y dulzura”. Ver asimismo SCh 71, pp. 406-408, nota 1.

[4] Cf. Orígenes, Tratado sobre la oración, 27,11: «... Los santos pueden a veces compartir el alimento espiritual y racional no solo con hombres, sino con los poderes divinos, para provecho suyo o para mostrar que les ha sido otorgado poder de adquirir tan gran alimento. Se alegran los ángeles y se alimentan con tal manifestación. Se disponen a prestar su ayuda por todos los medios y a inspirarles con más elevadas doctrinas de aquel que alegra y, por así decirlo, les alimenta con doctrina previamente preparada. Nada de extraño que el hombre alimente a los ángeles cuando el mismo Cristo dice que “está a la puerta y llama” (Ap 3,20) hasta entrar donde le abren y comer con él lo que haya...». Cf. SCh 71, p. 410, nota 2.