OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (626)

Moisés y la serpiente de bronce

Siglo VIII

Evangeliario

Aldeneik, Bélgica

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía XVII: Sobre los levitas que no recibieron la tierra en herencia (Jos 14,1 ss.)

Introducción

Moisés ciertamente no podía dar a sacerdotes y levitas sus verdaderos habitáculos, que son los del seguimiento del Señor Jesús. Solo Éste podía asignarlos. Pero para ello era y es necesario aceptar también las renuncias que Él nos exige (§§ 2.4-3.1).

Los que reciben la herencia de la Sabiduría de Dios, es decir, Jesucristo, deben compartir ese gran regalo con “los mínimos”. Tienen la obligación de dispensar ese don con magnanimidad (§ 3.2).

A su vez, los laicos deben colaborar con los sacerdotes y los levitas, ayudándoles en sus necesidades materiales con la dispensación de las cosas terrenas. Así, los primeros podrán vacar en la palabra de Dios, y deberán dar cuenta de las almas de los segundos (§ 3.4-4).

Texto

Moisés no podía

2.4. Sin embargo, encuentro alguna diferencia entre esa tierra que Moisés distribuyó y esta que (reparte) Jesús. Pues Moisés distribuyendo dos tierras y media de este lado de Jordán (cf. Jos 13,8), no dio a los levitas la porción de habitáculo que les correspondía. En cambio, Jesús se las dio no solo en esas tribus a las que él mismo dispensó, sino también en aquellas que Moisés había ubicado al otro lado del Jordán (cf. Jos 21,1-40). Porque estableció habitáculos para los levitas en cada una de las tribus, a fin de que por esto conociéramos espléndidamente el misterio. Pues este orden levítico o sacerdotal que consagra su acción a la sabiduría y a la ciencia de Dios, no pudo recibir de Moisés la herencia de su habitación, puesto que Moisés no era el ministro de la verdad, sino de la sombra y la figura (cf. Hb 8,5). Pero Jesús nuestro Señor, que era Sabiduría de Dios (cf. 1 Co 1,24), Él mismo procura esos habitáculos a los sabios. Pues Moisés no podía decir: “Ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y ven, sígueme” (Mt 19,21); porque esto es dar su parte a los levitas. Tampoco Moisés podía decir: “El que no renuncia a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,33). Ni podía decir Moisés: “Todo el que no odia a su padre y a su madre, y a sus hermanos, hermanas e hijos, e incluso a su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,26; cf. Mt 10,37). Esto Moisés no podía decirlo, por lo cual él mismo no pudo dispensar los habitáculos a los sacerdotes y a los levitas.

La herencia celestial

2.5. Por tanto, bienaventurado quien así se muestra en todas estas (renuncias) que nos manda Jesús. Será hallado perfecto, para recibir de Jesús la heredad de la mansión celestial en el futuro. Sobre ellos dice el mismo Señor Jesús: “Padre, quiero que donde yo esté, también estos estén conmigo” (Jn 17,24); y: “Así como yo en ti y Tú en mí somos uno, que también estos sean uno en nosotros” (Jn 17,21-22).

El Señor es nuestra heredad

3.1. Si oyes decir que la herencia de los perfectos y más eminentes es el Señor, e ignoras y dudas qué sea esto que bajo tal nombre se designa, aprende que el Señor es la sabiduría (cf. 1 Co 1,30). Por consiguiente, a quien se le dice que la herencia es el Señor, éste recibirá la heredad de la sabiduría. Se dice asimismo que el Señor es la justicia (cf. 1 Co 1,30). Por ende, quien tiene al Señor por heredad, éste conseguirá la justicia. El Señor es la paz (cf. Ef 2,14); el Señor es la redención (cf. 1 Co 1,30); el Señor es la salvación; en el Señor están los tesoros de la sabiduría y la ciencia (cf. Col 2,3). Todas estas realidades recibirá en herencia aquel cuya heredad sea el Señor.

Cuando se comparte sobra

3.2. Sin embargo, también esos a quienes se dice que la herencia es la sabiduría de Dios y el Verbo de Dios y la justicia, mientras tanto recibirán su habitación con aquellos cuya heredad la tienen en la tierra, para que, por el consorcio de estos, quienes por sí mismos nada pueden, por medio de aquellos sean hechos partícipes de la sabiduría y la ciencia de Dios, y de su verdad y de su Verbo. Así también los mínimos podrán considerar la dispensación divina, de modo que quienes inicialmente no tienen capacidad para recibir la gracia divina, por el consorcio de aquellos, merezcan ser iluminados y se cumpla lo que está escrito: “Los que recogieron mucho, no les sobraba; y los que poco recogieron, no les faltaba” (Ex 16,18; 2 Co 8,15). Pero también aquello que dice el Apóstol a los corintios sobre los santos de Jerusalén: “Para que la abundancia de ustedes, afirma, supla la indigencia de ellos; y la abundancia de ellos supla la pobreza de ustedes” (2 Co 8,14).

Los laicos deben colaborar con los sacerdotes y los levitas 

3.3. Por eso también se ordena al levita y al sacerdote, que no tienen tierra, cohabitar con el israelita que tiene tierra, para que el sacerdote y el levita las cosas terrenas que no tienen del israelita. Y, a su vez, que los israelitas reciban del sacerdote y del levita las realidades celestiales y divinas que ellos no tienen. Porque la Ley de Dios es confiada a los sacerdotes y a los levitas, para que sea la única obra que realicen y que vaquen en la palabra de Dios sin tener ninguna otra solicitud. Pero para que puedan vacar, necesitan los servicios de los laicos. Pues si los laicos no proveen a los sacerdotes y los levitas las cosas que son necesarias, preocupados por tales cosas, es decir, los cuidados corporales, menos podrán ocuparse de la Ley de Dios. Y si ellos no vacan y no se dedican a la obra de la Ley de Dios, tú estarás en peligro. Porque se obscurecerá la luz de la ciencia que está en ellos si tú no les suministras el aceite para la lámpara, y por tu culpa sucederá lo que dice el Señor: “Un ciego que conduce a otro ciego, ambos caerán en la fosa” (Mt 15,14). Pero también se cumplirá lo que dice el Señor: “Pues si la luz que está en ti, son tinieblas, ¡qué grandes son esas mismas tinieblas!” (Mt 6,23).

Los sacerdotes y los levitas deben cumplir su ministerio 

3.4. Por tanto, para que brille la luz de la ciencia en los sacerdotes y la lámpara de ellos esté siempre encendida, tú cumple tu oficio, cumple el mandato de dios para servicio de los sacerdotes. Lo que si, tal vez, habiendo recibido de ti las cosas necesarias, no como por avaricia sino cual una bendición (cf. 2 Co 9,5), aquellos fueran negligentes para entregarse al estudio, vacar en la palabra de Dios y meditar en la Ley de Dios día y noche (cf. Sal 1,2), ellos mismos deberán dar cuenta al Señor por las almas de ustedes.

Conclusión

3.5. Pero mejor pidamos a la misericordia de Dios omnipotente que se digne por su luz, su verdad y su resplandor iluminarnos a todos nosotros; y darnos su Palabra y su luz como lámpara para nuestros pies y nuestros caminos (cf. Sal 118 [119],105), nuestro Señor Jesucristo, que es la verdadera luz del mundo (cf. Jn 1,9; 8,12), a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).