OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (620)

Jesús sana al endemoniado en la sinagoga

Hacia 1410

Liturgia de las Horas

Holanda - Francia

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía XV: Sobre la guerra de exterminio (Jos 11,8 ss.)

Introducción

En sus primeros párrafos la presente homilía prosigue el desarrollo del tema tratado previamente: la lucha contra el demonio. Y a modo de introducción, se insiste en la necesidad de una lectura espiritual de “las guerras carnales” de Israel. Esta lectio permite, al mismo tiempo, actualizar el hoy de la Iglesia: perseguida y combatida por “los espíritus malvados” (§ 1.1)

La acción del Maligno tiene una finalidad central: que todo ser humano caiga en las redes del pecado (§ 1.2). 

En los §§ 2-3, Orígenes nos presenta su interpretación espiritual de la orden dada a Jesús: mutilar, cortar los nervios, a todos los caballos del enemigo, lo cual significa la necesidad de cortar todos los pésimos vicios que llevamos en nosotros.

Texto

Sobre lo que sucedió después de Jabín.

Gestas antiguas, realidades espirituales

1.1. Si esas guerras carnales no conducen a la figura de las guerras espirituales, opino que los libros de las historias de los judíos no habrían sido transmitidos por los Apóstoles a los discípulos de Cristo, que vino a enseñar la paz, para que se leyeran en las iglesias. ¿Para qué les serviría aquella descripción de las guerras a quienes les fue dicho: “Les doy mi paz, les dejo mi paz” (Jn 14,27); y a quienes por el Apóstol se les ordena y se les dice: “No se venguen por ustedes mismos” (Rm 12,19); y: “Soporten más bien la injuria”, y: “aguanten el engaño” (1 Co 6,7)? Por donde el Apóstol, sabiendo que ya no se libra ninguna guerra carnalmente, sino que los combates del alma, con gran fatiga, son contra los adversarios espirituales, como un jefe del ejército, da una orden a los soldados de Cristo, diciendo: “Revístanse con las armas de Dios, para que puedan resistir contra las astucias del diablo” (Ef 6,11). Y de estas guerras espirituales podemos tomar ejemplos de las gestas de los antiguos; por lo cual quiso que se nos leyeran en la Iglesia estas narraciones de las acciones antiguas, para que nosotros, si somos espirituales, oyendo que la Ley es espiritual (cf. Rm 7,14), en esto que escuchamos, comparemos las realidades espirituales con las realidades espirituales (cf. 1 Co 2,13). A fin de que consideremos, a partir de estas narraciones, que combatieron visiblemente al Israel carnal; y cuantas son las naciones de las potencias contrarias, las espirituales, que son llamadas “espirituales malvados en los aires” (cf. Ef 6,12). Ellos suscitan guerras contra la Iglesia del Señor, es decir, contra el verdadero Israel.

La herida del pecado

1.2. Llegan los moabitas y los amonitas, y todos aquellos reyes y naciones invisibles, que antes recordamos[1], a combatir contra nosotros, para hacernos pecar. Porque, como el cuerpo muere cuando recibe la herida del hierro, así también el alma muere al recibir la herida del pecado. Y creo que ciertamente no debo ser remiso a decir con frecuencia las mismas cosas, sobre todo si son necesarias para ustedes (cf. Flp 3,1). Quiera Dios que dichas muchas veces y reiteradas las tengan inculcadas en sus corazones, para que no lean estos textos interpretándolos al modo judaico o herético.

1.3. Sin embargo, además de esto a lo que habitualmente exhortamos, no será superfluo tratar también un poco, de modo particular, sobre lo que se nos ha leído. 

Josué obró conforme al mandato del Señor

2.1. “E hizo, dice (la Escritura), este Jesús como el Señor le había ordenado. Mutiló sus caballos y prendió fuego a los carros de ellos. Y en ese tiempo, Jesús se volvió para ocupar Asor y mató con la espada a su rey, y fueron exterminados todos los que en ella respiraban, con muerte de espada, todos fueron aniquilados, para que así no quedara en ella quien respirase” (Jos 11,9-11). Se dice que Dios le dió la orden a Josué, después que venció a los enemigos, superiores en número, y ninguno fue perdonado, sino que fueron mutilados los caballos de ellos. Jesús cumplió la orden de Dios, como se lo había mandado el Señor.

¿Por qué mutilar los caballos?

2.2. Ante todo, les decimos a los que quieren comprender este texto solo según la letra, que sin duda parece lógico mutilar[2] los caballos, en caso que los enemigos sobrevivientes quisieran huir. Pero ahora, cuando se dice que ninguno de los adversarios que quedaron estaba con vida, ¿por qué también mutilar los caballos, que además podían servir para uso de los vencedores?

El testimonio del libro de los “Números”

2.3. ¿Quieres saber qué solían hacer los israelitas en este asunto, qué cuidado de conveniencia tenían, y qué animales de carga de los enemigos derrotados reservaban para su uso? Leemos que está escrito en el libro de los Números (31,34) que, cuando por orden de Dios procedieron a combatir contra los madianitas, una vez vencidos estos adversarios, se reservaron del botín de los enemigos, para su uso futuro, varios miles de asnos. No se refiere allí de modo alguno que mataran los asnos una vez derrotados los enemigos.

El sentido místico de la orden del Señor

3.1. Examinemos, por tanto, la santa Escritura por sí misma, indaguemos las realidades espirituales con las realidades espirituales (cf. 1 Co 2,13). Ya que sobre los asnos no está escrito que deban ser mutilados ni se dice que los despojos de los animales de los madianitas fueran destruidos, sino que los israelitas se sirvieron de ellos para su uso. Pero sobre los que no tenían asnos sino caballos, el mismo Señor ordena y dice: “Mutilen sus caballos”, y Jesús hizo como el Señor le había mandado (cf. Jos 11,9). ¿Pensamos que esto acaeció de manera fortuita, de modo que son matados los caballos y conservados los asnos, y consideramos que los preceptos de Dios son dados al acaso, fortuitamente? ¿No se considera como más digno que, más bien, pensemos que se indica algún misterio en esta Escritura? Además, respecto de los hijos de Israel, nunca se refiere que utilizaran caballos; y la Ley nada dice sobre los caballos, pero sí legisla sobre los asnos (cf. EX 23,4 ss.: 22,8 ss.; Dt 22,10), como que estos animales, que ayudan en las labores humanas, parecieran existir para llevar sus fardos. En cambio, los caballos parecen estar hechos para la perdición de los hombres, pues esto es lo que sucede en las guerras. (Además, el caballo) se considera un animal de movimiento lascivo y de cerviz soberbia.

Una manera digna de comprender la Sagrada Escritura

3.2. Pero también ahora si, tal vez a partir de esto que decimos, estimulado y aguijoneado por la palabra de Dios, éste que el día de ayer, como un equino ligero y fogoso se dejaba arrastrar hacia el placer, hoy, al oír esto se arrepiente y se convierte; y como (dice) el profeta es traspasado por el temor de Dios (cf. Sal 118 [119],120), refrenándose y apartándose del pecado, y en adelante ama una vida púdica y casta; nos parece, también a nosotros, que la espada de la palabra de Dios (cf. Ef 6,17) corta los nervios de los caballos. Y, sobre todo, por esta acción dignamente se cumple el precepto de Dios: si se capturaban, entre los despojos de los enemigos, animales equinos, se les cortarán los nervios.

Los equinos del Maligno

3.3. ¿De quiénes son los caballos que deben ser mutilados? Esto también vale la pena investigarlo. Los caballos, dice (la Escritura) de Jabín deben ser mutilados. Jabín se traduce prudencia o pensamientos[3]. ¿Cuál es esta prudencia, o cuáles pensamientos son estos a los que se les debe mutilar (el caballo) del carro? A saber, aquellos sobre los que dice el Apóstol: “La prudencia de la carne es enemiga de Dios” (Rm 8,7); y los pensamientos sobre los que dice: “Inflado por los pensamientos de la carne” (Col 2,18). Jabín es el rey de Asor. Y Asor se traduce: palacio; es esta Asor de la cual se dice que tiene el dominio de todos los reinos de estas regiones. Jabín, por tanto, se entiende que es el príncipe de este mundo (cf. Jn 14,30), reinando en el palacio, esto es, sobre la tierra o más bien en los vicios de la carne. Pero asimismo la fuerza de aquellos reyes sobre los que ya antes expusimos la interpretación de sus nombres, se dice que sus caballos fueron exterminados por Jesús. Nosotros, entonces, si combatimos rectamente bajo Jesús, debemos cortar de nosotros mismos los vicios y, recibiendo la espada espiritual (cf. Ef 6,17), cortar los nervios a todos esos caballos, es decir, los pésimos vicios. Pero también debemos incendiar los carros, esto es, cortar de nosotros todo espíritu de arrogancia y orgullo, de modo que no invoquemos ni a los caballos ni a las armas, sino el nombre del Señor Dios nuestro (cf. Sal 19 [20],8).



[1] Cf. Hom. IX,2.

[2] Lit.: enervar, debilitar, cortar los nervios (subnervo).

[3] Cf. Hom. XIV,2.2.