OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (619)

El Cordero de Dios

Hacia 800-827

Evangeliario

Abbaye Saint-Médard de Soissons, Francia

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía XIV: Sobre la gran coalición contra Israel (Jos 11,1 ss.)

Introducción 

La venida de nuestro Señor Jesucristo nos ha abierto las puertas de la lectura espiritual de la Sagrada Escritura. Por tanto, el texto bíblico, aun cuando su letra nos hable de situaciones violentas, la interpretación cristiana siempre será der paz, la paz que el Señor nos regala. Luchamos ahora contra los vicios que los demonios establecieron en nuestros corazones (§ 1.1).

En este pasaje del libro de Josué impresiona la cantidad de enemigos que reúne el Maligno en torno a sí para intentar la destrucción del pueblo de Dios. Se trata de una lucha sin cuartel, terrible y que luego de cada. victoria nuestra sobre el diablo y sus secuaces, será seguida de nuevos y terribles combates (§ 1.2-3).

Texto

Sobre Jabín, rey de Asor, y sobre los demás reyes que se congregaron contra Israel.

Combatimos contra los enemigos que se han establecido en nuestros corazones

1.1. Cuando aquel Israel, que es según la carne, leía esas mismas Escrituras antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo, nada comprendía en ellas a no ser las guerras y el derramamiento de sangre; por lo cual también hacia una mayor crueldad se acentuaba el ánimo de ellos, y siempre se alimentaban las guerras y las sediciones. Pero después que la presencia de mi Señor Jesucristo infundió en los corazones humanos la plácida luz del conocimiento, Él mismo, que es nuestra paz, según el Apóstol (Ef 2,14), nos enseñó la paz a partir de la lectura de esas mismas guerras. Porque la paz es devuelta al alma si son echados de ella sus enemigos: los pecados y los vicios. Y así, según la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo, nosotros nos movilizamos hacia el combate contra aquellos enemigos que proceden de nuestro corazón: los malos pensamientos, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias (cf. Mt 15,19), y los demás adversarios semejantes de nuestra alma. De los cuales procuramos, según lo refiere esta Escritura, no dejar, si podemos, que ninguno se salve ni (quede con) respiro (cf. Jos 10,40 LXX). Puesto que, si triunfamos sobre tales enemigos, venceremos proporcionadamente también a las potestades del aire (cf. Ef 2,2), y las expulsaremos de su reino, el que habían establecido en nuestro interior sobre el fundamento de los vicios.

La victoria de Israel sobre los reyes que se habían confabulado

1.2. En las anteriores lecturas el rey de Jerusalén había congregado en torno a sí otros cuatro reyes contra Jesús y contra los hijos de Israel (cf. Jos 10,1 ss.). En cambio, ahora ya no es uno que congrega a cuatro o cinco, sino que mira cuánta multitud reúne uno solo: «Cuando oyó esto, dice (la Escritura), Jabín[1] rey de Asor convocó a Iobac, rey de los amorreos, al rey Simeón, al rey Asaf, a los reyes que estaban en los alrededores de la gran Sidón, por la montaña, en el Arabá que está contra Chenereth, en los campos de Fanaendor, a los cananeos que estaban sobre el mar al oriente, a los ceteos, a los perezeos, a los jebuseos, que estaban en las montañas, y a los eveos que estaban en el desierto de Masecmá. Salieron ellos y sus reyes con ellos, en gran número, como la arena del mar, con caballos y carros en mucha cantidad. Y se reunieron todos junto a las aguas de Marón para luchar contra. Israel. Entonces el Señor dijo a Jesús: “No temas ante ellos, el día de mañana a esta hora yo los entregaré maltrechos en presencia de Israel. A sus caballos los mutilarás y quemarás sus carros”. Y llegó Josué y todo el pueblo de guerreros con él a las aguas de Marón, y por sorpresa cayeron sobre ellos en la montaña. El Señor los entregó en manos de Israel, los vencieron y los persiguieron hasta la gran Sidón, hasta Masefot (Massephoth) hacia el agua y hasta los campos de Masfe al oriente. Los aniquilaron, de modo que ninguno de ellos escapó. E hizo con ellos Jesús conforme a lo que el Señor le había mandado: mutiló sus caballos y prendió fuego a sus carros. En ese mismo momento Jesús regresó a Asor y mató a su rey con la espada» (Jos 11,1-10 LXX).

La tremenda lucha contra el Maligno

1.3. Ves cuántas potestades adversas y el enjambre de los pésimos demonios excitados contra el ejército de Jesús y los israelitas. Todos esos demonios, antes de la venida de nuestro Señor y Salvador, poseían las almas humanas tranquila y confiadamente, reinaban en sus mentes y en sus cuerpos. Pero tan pronto como apareció en la tierra la gracia y la misericordia de Dios nuestro Salvador (cf. Tt 2,11), nos instruyó para que vivamos en este mundo con piedad y santidad, apartados de todo contagio de pecado, de modo que el alma de cada uno reciba su libertad y la imagen de Dios (cf. Gn 1,27), con la que fue creada al inicio. Por esta causa se suscitan luchas y combates de parte de aquellos antiguos ocupantes inicuos. Y si, se aplasta a los primeros (de ellos), aparecen muchos otros, más numerosos, para después unirse y conspirar juntos en el mal, ellos que siempre se oponen al bien. Y si son vencidos por segunda vez, de nuevo surge otro ejército, el tercero, todavía peor. Y es posible que, cuanto más aumente el pueblo de Dios, también mucho crezca y más se multiplique la colación de muchos de aquellos, conspirando para atacar.



[1] Para los nombres de los reyes y sus reinos sigo habitualmente el texto latino de Rufino, aunque su versión latina no siempre respete el hebreo o la LXX.