OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (618)

El bautismo de Jesucristo

Siglo XIII

Salterio

Wöltingerode, Alemania

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía XIII. Sobre las ciudades del nuevo Israel (Jos 10,29 ss.)

Introducción 

Orígenes recurre a una “figura” para mostrar la diferencia entre una lectura del AT solo literal o histórica (judío notorio), y otra que, sin despreciar el texto, lo comprende desde Cristo (“judío secreto”; § 1.1).

Los herejes malinterpretan el AT y no llegan a entender “la obra suma de la misericordia” (§ 1.2). Es decir, que todos los combates narrados en el libro de Josué se aplican a una nueva realidad, realizada en y por Cristo: la vida según las leyes de Dios (§ 1.3).

A continuación, Orígenes pasa a la interpretación de los nombres de las ciudades conquistadas por los israelitas. Es un tópico especialmente apreciado por él en sus homilías. Para cada ciudad propone una doble interpretación (§ 2.1-3).

La lectura espiritual no solo es necesaria para la correcta interpretación de las guerras israelíticas, sino que nos muestra con claridad la realidad “religiosa y más clemente” de la palabra de Dios (§ 3.1). Solo así se podrá comprender cabalmente la re-edificación que opera en el alma del creyente el Verbo de Dios (§ 3.2-3).

La primera obra que el Verbo realiza en nuestras almas es la erradicación del pecado, para luego plantar las virtudes que se oponen a los vicios que nos tenían maniatados (§ 4.1). De esa forma podremos ser templos de Dios en los que se respira únicamente el Espíritu Santo (§ 4.2).

Texto

Sobre Laquis (Lachis), Lebna y Hebrón, ciudades que tomaron los hijos de Israel.

“Un judío secreto”

1.1. Todas estas realidades, que figuradamente les sucedieron a aquellos, han sido escritas para nosotros, que hemos llegado al final de los tiempos (cf. 1 Co 10,11). Cuando lee esto un judío notorio y que manifiestamente tiene la circuncisión en la carne, desconoce qué sea un judío secreto (cf. Rm 2,28), con la circuncisión del corazón, y no piensa ninguna otra cosa, a no ser la descripción de guerras, masacres de enemigos, israelitas vencedores conducidos por Jesús y saqueadores de los reinos de los gentiles. En cambio, quien es judío en lo secreto, es decir cristiano, que sigue a Jesús no como hijo de Navé sino Hijo de Dios, comprende todos los misterios referidos al reino de los cielos; y dice que ahora también mi Señor Jesucristo lucha contra las potencias contrarias y las expulsa de las ciudades que poseían, esto es, de nuestras almas, y mata a los reyes que reinaban en nuestras almas, “para que no reine más en nosotros el pecado” (cf. Rm 6,12). De modo que, una vez quitado de en medio el rey del pecado de la ciudad de nuestra alma, se convierte nuestra alma en ciudad de Dios y en ella reina Dios, y se nos dice: “He aquí que el reino de Dios está dentro de ustedes” (Lc 17,21).

La gran obra del amor del Señor

1.2. Esta es, por tanto, la obra suma de la misericordia, que los herejes acusan de crueldad. La que primero fue bosquejada por el hijo de Navé a través de cada una de las ciudades y que ahora el Señor Jesús cumple en verdad para cada una de las almas de los creyentes. Para que las almas que estaban dominadas por reyes malos y pésimos, según el príncipe del aire de este mundo, el espíritu que ahora opera en los hijos de la desconfianza (cf. Ef 2,2), a esos Jesús los expulsa y loas destruye para que las almas sean dignos habitáculos de Dios (cf. Ef 2,22) y templos del Espíritu Santo (cf. 1 Co 6,19); de modo que los miembros que habían servido bajo el rey inicuo de la iniquidad para la impureza, ahora sirvan a la justicia para la santificación (cf. Rm 6,19).

1.3. Comprende, entonces, que Jesús mató al rey de Jericó (cf. Jos 6,20-21), al rey de Gai (o Ay; cf. Jos 8,19-23. 29), al rey de Lebna (o Libná), al rey de Laquis y al rey de Hebrón (cf. Jos 10,29-33. 36-37) para que todas estas ciudades que antes honraban la ley del pecado bajo esos pésimos reyes, ahora vivan bajo las leyes de Dios. 

Una posible doble interpretación. El candor

2.1. Sin embargo, si ahora también escrutamos atenta y diligentemente sobre la interpretación de esos mismos nombres (de las ciudades), se encuentra que el significado de los nombres puede comprenderse referido sea al reino del mal, sea al reino del bien. Por ejemplo, Lebná puede interpretarse: candor[1]. Pero el candor puede entenderse de diversas maneras; porque está el candor de la lepra y el candor de la luz. Por tanto, es posible también por medio de un mismo nombre indicar las diferencias de interpretación de una y otra condición. De modo que, ciertamente, bajo un rey malo Lebná tuviera el candor de la lepra; pero destruida y sometida, cuando pasó. Bajo el dominio israelítico, recibió el candor de la luz. Porque en las Escrituras se dice que el candor es laudable y culpable.

La interpretación de Laquis

2.2. Laquis, a su vez, se interpreta: camino. El camino en las Escrituras puede ser laudable o culpable. Lo cual no es difícil de probar, pues como se dice en el Salmo: “El camino de los impíos perecerá” (Sal 1,6); y esta otra cita en sentido inverso: “Dirijan sus pies por el camino recto” (Hb 12,13). Por tanto, también se puede comprender esto: que primero la ciudad de Laquis era un camino de impíos; y luego, destruida y abatida por los israelitas reinantes, fue conducida hacia el camino recto.

Sobre Hebrón

2.3. De modo semejante también la interpretación de Hebrón (Chebron), que dicen se traduce por unión o matrimonio; pues nuestra alma primero estuvo unida con un mal hombre y un pésimo marido: el diablo. Destruido y aniquilado este, el alma fue liberada de la ley del primer pésimo marido, y se fue unida a hombre bueno y (marido) legítimo (cf. Rm 7,3), aquel sobre el cual dice el apóstol Pablo: “Los he unido a un único varón, a Cristo, para presentarlos a Él como una virgen casta” (2 Co 11,2).

Por consiguiente, que también la comprensión de los nombres mismos esté en consonancia con la doble naturaleza de cada una de esas ciudades.

El sentido religioso y clemente

3.1. Yo pienso que es esa la mejor forma de comprender las guerras israelíticas y que así se puede entender más acertadamente la lucha de Jesús, la destrucción de las ciudades y la aniquilación de los reinos. Porque así también aparecerá aquella palabra (de la Escritura) más religiosa y más clemente, cuando dice que fueron arrasadas y destruidas cada una de esas ciudades, de manera que nada se dejara en ellas que respirara, nada se salvara y nadie huyera (cf. Jos 8,22; 10,40).

Una nueva vida

3.2. Ojalá obre el Señor en las almas de sus fieles, que reivindica para su reino, y también en mi alma. Que Él expulse y extinga todas las realidades que antes eran malas, para que nada en mí respire más un pensamiento de maldad, ninguna ira, ningún afecto inicuo se salve en mí, ninguna palabra mala pueda salir de mi boca. Porque de esa forma podré, purificado de todos mis males pasados, conducido por Jesús, tener lugar en las ciudades de los hijos de Israel, sobre las que está escrito: “Serán reedificadas las ciudades de Judá y habitarán en ellas” (Am 9,14).

La primera obra del Verbo de Dios

3.3. Ahora cada una de nuestras almas es destruida y vuelta a edificar por Jesús. Y entonces como decíamos, cuando hablábamos sobre Jeremías[2], que recibió en su boca palabras para destruir y edificar, arrancar y plantar (cf. Jr 1,9-10), así también ahora en estos (textos) que tenemos en las manos, pienso que los comprendemos no según los herejes, sino según los judíos. Como allí se decía a Jeremías: “He aquí que hoy te establezco sobre las naciones y los reinos, para arrancar y derribar, para destruir y después de esto edificar y plantar” (Jr 1,10); así también sobre las gestas que se escribieron (que fueron realizadas) por Jesús, es necesario creer ante todo que son realizadas en nosotros por el Señor Jesús. Pues la primera obra del Verbo de Dios es erradicar los males precedentes, las espinas y los abrojos de los vicios (cf. Gn 3,18). Porque mientras esas raíces ocupan la tierra, ella no puede recibir las semillas buenas y santas.

La plantación de Dios

4.1. Por consiguiente, la necesaria y primera obra del Verbo de Dios es erradicar las plantas del pecado; y toda planta que no haya plantado el Padre celestial extirparla (cf. Mt 15,13). Ya la segunda obra es plantar. ¿Qué es lo que planta Dios? Moisés dice que plantó el paraíso (cf. Gn 2,8). Pero también ahora Dios planta en las almas de los creyentes. Porque en el alma de la cual quitó la ira, planta la mansedumbre; de la que sacó la soberbia, planta la humildad; de la que erradicó la lascivia, planta el pudor; y en la que extirpó la ignorancia, inserta la ciencia. ¿No te parece que tales deben ser las plantaciones que Dios planta, más que las de árboles terrenos e insensibles?

Respire en nosotros solo el Espíritu Santo

4.2. De la misma manera la primera obra del Verbo de Dios es la destrucción de los edificios diabólicos, que han sido construidos en el alma humana. Porque (el demonio) construyó en cada uno de nosotros las torres de la soberbia y las murallas de la arrogancia. La palabra de Dios a estas construcciones las derriba y las destruye, de forma que dignamente, según el Apóstol, nos convirtamos “en campo de Dios y edificación de Dios” (1 Co 3,9), “puestos sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la gran piedra angular, en quien el edificio, bien ajustado, va creciendo para (ser) un templo de Dios en el Espíritu” (Ef 2,20-21). Y así finalmente merezcamos tener parte en la heredad de la tierra santa, en la herencia israelítica, destruidos y aniquilados todos nuestros enemigos, para que no quede ni uno de ellos que respire en nosotros (cf. Jos 10,40), sino que solamente respire en nosotros el Espíritu de Cristo, (que se manifieste en nosotros) por medio de las obras, las palabras y la inteligencia espiritual, conforme a la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la fuerza y poder por los siglos de los siglos. Amén.



[1] Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, XXVII,12.5: «Después de esto “se llega a Lebná” (cf. Nm 33,20), que se traduce por blancura. Sé que en otros lugares se menciona la blancura en sentido peyorativo, como cuando se dice paredes blanqueadas (cf. Hch 23,3) o sepulcros blanqueados (cf. Mt 23,27). Pero aquí la blancura es aquella de la cual dice el profeta: “Me lavarás y quedaré más blanco que la nieve” (Sal 50 [51],9); y también Isaías: “Aunque fueran sus pecados como la escarlata, los dejaré blancos como nieve, y los haré volverse como lana cándida” (Is 1,18). Y otra vez en el Salmo: “Se volverán blancos por la nieve en el Selmón” (Sal 67 [68],15); y los cabellos del Anciano de días se dice que son cándidos, esto es, blancos como lana (cf. Dn 7,9). Así, por tanto, hay que entender que esta blancura viene del esplendor de la verdadera luz y que desciende de la claridad de las visiones celestiales».

[2] Orígenes, Homilías sobre Jeremías, I,16: «Las palabras de Dios no se detienen en esto: en extirpar, destruir γ y aniquilar(Jr 1,10). Supongamos, en efecto, extirpadas de mí las maldades, destruido lo malo; ¿de qué me sirve, si en lugar de lo extirpado no se plantan los bienes superiores, de qué me sirve, si en lugar de estas cosas no se vuelven a levantar cosas mejores? Por eso, las palabras de Dios, lo primero que hacen necesariamente es extirpar, destruir y aniquilar, después de esto construyen y plantan. Y siempre observamos en la Escritura que las cosas que son, por así decir, de triste aparienciase nombran en primer lugar; después, en segundo lugar, se dicen las que parecen alegres: “Yo daré la muerte y la vida” (Dt 32,39). Dios no dijo: Yo daré la vida, y a continuación: Yo daré la muerte, porque es imposible que aquello a lo que Dios ha dado vida sea suprimido por él mismo o por algún otro; sino: Yo daré la muerte y la vida...».