OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (617)

San Juan Evangelista

Hacia 1147

Evangeliario

Avesnes-sur-Helpe, Francia

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía XII: Sobre los combates espirituales (Jos 10,21)

Introducción

Las realidades “históricas” del AT son prefiguraciones, “tipo y sombra”, de las celestiales. Es el caso de las luchas y guerras de Jesús (Josué), que simbolizan los combates de Jesucristo, junto a los creyentes, contra el diablo y sus ángeles (§ 1.1). 

Se trata, ante todo, de una lucha que no tiene como finalidad conquistar reinos terrenos, sino los reinos de los cielos. Para obtenerlos, previamente hay que expulsar de ellos a los espíritus malvados y a sus secuaces, los pecadores (§ 1.2-3).

Por consiguiente, la violencia se dirige contra esos espíritus inicuos. Pero, al mismo tiempo, es necesario profundizar, con la ayuda del Señor Jesús, en los misterios de la lucha contra los reyes de esas ciudades o territorios, que son el símbolo de nuestro combate contra los vicios (§ 2.1-2).

Al luchar bajo la guía de Jesucristo, es seguro que saldremos ilesos de la confrontación. A condición que nada nos atribuyamos a nosotros mismos en la victoria, todo es gracia (§ 2.3-4).

Contra los gnósticos (§ 3.1), Orígenes resalta que se pisotea a un enemigo espiritual, con los pies del espíritu y con el auxilio de la gracia divina (§ 3.2-3).

Texto 

Sobre la necesidad de comprender espiritualmente las guerras; y que al regreso del pueblo después de la victoria no murmuró con la lengua.

La prefiguración de las realidades celestiales 

1.1. Si las realidades, prefiguradas por (la legislación) de Moisés, sobre el tabernáculo, los sacrificios y todo aquel culto, son llamadas tipo y sombra de aquellas celestiales (cf. Hb 8,5), sin duda, también los combates liderados por Jesús, y las matanzas de los reyes y de los enemigos, son asimismo denominadas sombra y tipo de las realidades celestiales; es decir, de las guerras que nuestro Señor Jesús combatió, con su ejército y sus oficiales, esto es los creyentes del pueblo y sus dirigentes, contra el diablo y sus ángeles. Porque también Jesús mismo es quien en Pablo y en los efesios combate “contra los principados, las potestades y los dominadores de las tinieblas, contra los espíritus malvados en los aires” (Ef 6,12).

La victoria de Jesús

1.2. ¿Ves, ingrato hereje, cómo íntegramente coinciden las realidades antiguas con las nuevas? A los ancianos se les prometió el reino de la tierra santa, “de la tierra que mana leche y miel (cf. Lv 20,24; Dt 20,17); tierra que entonces era dominada por los pecadores, agricultores y reyes pésimos. Llegó a esa tierra Jesús con el ejército del Señor y con los jefes de los israelitas, a todos los sujetó por la fuerza de las armas, los destruyó, triunfó y como recompensa de la victoria recibió los reinos de esos a quienes había vencido.

El combate por el reino de los cielos

1.3. A ti no te son prometidos por el Evangelio los reinos de la tierra, sino que se te prometen los reinos de los cielos (cf. Mt 5,3 ss.). Pero estos reinos no están vacíos e inanes, tienen sus habitantes: los pecadores, los espíritus malvados, los ángeles apóstatas. Allí habitan ellos, contra los cuales Pablo exhorta a combatir haciendo resonar la trompeta apostólica; y como allí Jesús decía que la guerra de ellos era contra los amorreos, fereceos, heveos y jebuseos (cf. Jos 9,1 ss.), de modo similar, también para ti Pablo declara esto diciendo: “No será para ustedes una lucha contra la carne y la sangre” (cf. Ef 6,12); esto es: no luchamos del mismo modo que combatieron los antiguos, ni tampoco en la tierra nuestro combates son contra los hombres, “sino contra los principados, contra las potestades, contras las dominaciones de este mundo de tinieblas” (Ef 6,12). ¿Comprendes, en consecuencia, en qué lugares debían realizarse esos combates para ti? Y si no es suficiente para tu comprensión, ni tampoco te son manifiestos esos lugares que te indica la palabra, escucha las afirmaciones que siguen: “Contra los espíritus, dice, malvados en los aires” (Ef 6,12). Oíste quiénes son los que deben ser erradicados de los lugares celestiales por medio de la guerra y la fuerza, a fin de que tú puedas recibir aquellos lugares como herencia en la heredad del reino de los cielos. ¿Pero acaso el Señor no indica esto de manera evidente cuando dice: “Desde los días de Juan el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mt 11,12)?

Hacer violencia

2.1. ¿Entonces por qué demoras, oh hereje, en dejar la calumnia contra nuestro Señor y Salvador, que prometió el reino de los cielos a quienes creen en Él, y ordenó adueñarse del reino por medio de la violencia? Y, en consecuencia, si hay que usar la fuerza, es cierto que contra los que poseen hay que utilizarla. Porque hacer violencia es esto: expulsar al posesor y arrebatarle la posesión. Digan, por tanto, ¿sobre qué otra cosa traen acusación contra Jesús, el sucesor de Moisés?

Pies hermosos y fuertes

2.2. Ojalá fuéramos dignos de que el Señor Jesús nos abriera el palacio de su sabiduría y nos introdujera dentro de los tesoros de su ciencia; y que ella, sobre quienes ahora poco a poco, con esfuerzo, como en un espejo y por enigmas, vemos y consideramos algunas realidades como figuras (cf. 1 Co 13,12), se digne descubrirnos plenamente y abrirnos más perfectamente sus misterios. Verás cómo se esclarece para nosotros, especialmente de entre esos enemigos espirituales que ahora atacan al Israel espiritual, la significación que tienen ese príncipe de Mageda, aquel de Laquis y aquel de Lebná[1] (cf. Jos 10,10. 23. 23. 31); o a qué vicio interior o error del alma se señala, qué figura tienen cada uno y a cuáles de esos el pueblo del Señor, bajo el mando de Jesús, aniquiló. Sin duda, ese pueblo, los que oyen sus mandamientos y observan sus preceptos, a ellos se les concedió “el poder de pisar serpientes y escorpiones y toda la potestad de los enemigos” (Lc 10,19). Oremos, por tanto, para que también nuestros pies sean así, tan hermosos (cf. Rm 10,15; Is 52,7), tan fuertes que puedan pisar las cervices de los enemigos (cf. Jos 10,24), que puedan asimismo pisar la cabeza de la serpiente, para que no pueda morder nuestro talón (cf. Gn 3,15).

Ninguna herida del demonio

2.3. Quien combate bajo la guía de Jesús contra las potestades contrarias, también debe merecer aquello que se escribe sobre los primeros combatientes: “Y regresó, dice, todo el pueblo incólume hasta Josué, y no murmuró con su lengua ninguno de los hijos de Israel” (Jos 10,21 LXX). Ves, por tanto, que quien milita bajo Jesús debe retornar incólume del combate, no debe recibir ninguna herida de los dardos ardientes del maligno (cf. Ef 6,16), ninguna mancha en parte alguna del corazón, ni impureza en el pensamiento, ni por la ira, ni por la concupiscencia ni por cualquier otra ocasión dar lugar a las heridas del demonio.

Con humildad ante el éxito

2.4. Lo que añade: “Nadie murmuró con su lengua” (Jos 10,21 LXX), esto me parece mostrar que nadie se jactó de la victoria, nadie se atribuyó la fuerza para haber vencido; sino que, sabiendo que Jesús es el que procura la victoria, ellos no murmuraron[2] con su lengua. Lo que bien comprendió el Apóstol que decía: “No yo, sino la gracia de Dios que está en mí” (1 Co 15,10). Pienso que a este respecto apunta aquel mandato del Señor que dice: «Cuando hayan hecho todo esto digan: “Somos servidores inútiles”» (Lc 17,10). Porque también en esto, de forma semejante, parece que el Señor prohíbe la jactancia en el éxito de la gestión de las cosas.

Las herejías gnósticas

3.1. Sin embargo, Marción, Valentín y Basílides, y con ellos los demás herejes, mientras no quieren comprender estos textos como es digno del Espíritu Santo, “se apartaron de la fe y se hicieron esclavos de muchas impiedades (cf. 1 Tm 6,10). Ellos afirman que hay otro Dios, el de la ley, el creador del mundo y juez; como si por estas cosas que están escritas enseñara la crueldad, mandando pisar las cervices de los enemigos y suspender en el madero a los reyes de la tierra que aquellos invadieron violentamente (cf. Jos 10.24-26). 

Pisar los demonios que nos mueven hacia los vicios

3.2. Ojalá mi Señor Jesús, el Hijo el Dios, me conceda y ordene pisar con mis pies el espíritu de fornicación, pisar sobre las cervices a los espíritus de iracundia y furor, pisotear el demonio de la avaricia, aplastar la jactancia, reducir a polvo con los pies el espíritu de soberbia y, cuando haya hecho esto, la suma de estas obras realizadas no me las atribuya, sino que las cuelgue en su cruz, siguiendo a Pablo que dice: “Para mí el mundo está crucificado” (Ga 6,14); y esa palabra que ya antes recordamos, que dice: “No yo, sino la gracia de Dios que está en mí” (1 Co 15,10).

Conclusión

3.3. Si merezco (la gracia) de obrar así, sería feliz y me dirán lo que Jesús decía a los antiguos: “Obren virilmente y con ánimo, no teman ni se acobarden ante ellos, porque el Señor Dios les entrega a todos en sus manos” (Jos 10,25). Esto, si lo entendemos espiritualmente, y del mismo modo manejamos las guerras espiritualmente, expulsamos de los lugares celestiales a todos esos espíritus del mal. Así, finalmente, también podremos recibir de Jesús en heredad sus lugares y reinos, es decir, los reinos de los cielos, que nos dará el Señor y Salvador nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] O: Maquedá… Libná (en el texto hebreo).

[2] Mutio: murmurar o hablar entre dientes.