OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (608)

Fiesta de Todos los Santos

Hacia 1340

Florencia, Italia

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía IX: Sobre el altar construido por Jesús. La segunda Ley (Jos 8,30 ss. [LXX: 9,2])

Introducción

Esta homilía, bastante extensa, podríamos colocarla bajo el título: una ofrenda digna. Entendiendo por tal denominación, ante todo, la entrega a Dios de nuestra entera existencia.

“La ofrenda digna” era necesaria para agradecer a Dios la victoria sobre el enemigo (el caos). Y Orígenes pasa rápidamente del texto bíblico a su significado espiritual: los cristianos son piedras vivas con las que se construye la Iglesia, siendo Cristo la piedra angular (§ 1,1-5).

En la Iglesia el altar simboliza las súplicas de los cristianos; y en él se “inmolan las víctimas de las oraciones” (§ 1.6).

Para la construcción de dicho altar son necesarias piedras íntegras e incontaminadas (§ 2.1-2). Piedras sobre las que se escribe la segunda Ley, la que graba en nuestros corazones el Señor Jesús (§ 3.1-2). Y son los corazones de los gentiles los mejor dispuestos para recibir la nueva Ley que escribe Jesucristo (§ 3.3).

Texto 

Sobre el altar que construyó Jesús (Jos 8,30-31); y el Deuteronomio que escribió en sus piedras (Jos 8,32). Y cómo lo leyó a los oídos de todo el pueblo que estaba en Garizin y Gebal (Jos 8,33-35)[1]; y cómo se aliaron los reyes de los Amorreos contra Jesús (Jos 9,1-2).

Una ofrenda digna

1.1. Después que Jesús destruyó Gai, es decir el caos, y exterminó a todos sus habitantes, era necesario que presentara una ofrenda digna al Dios Altísimo por tal y tan grande victoria.

Las acciones de Josué después de la victoria

1.2. ¿Qué hizo entonces después de la victoria? Veamos: “Jesús construyó, dice (la Escritura), un altar para el Señor, Dios de Israel, en el monte Gebal[2]; y lo hizo conforme a lo ordenado por Moisés, el servidor del Señor, a los hijos de Israel. Está escrito, en efecto, en la Ley de Moisés que el altar debe hacer con piedras sin tallar, en las cuales no haya intervenido el hierro” (Jos 8,30-31 = 9,2 [1-2] LXX)[3]. Y después que Jesús hizo el altar, puso en él “holocaustos para el Señor e inmoló un sacrificio de salvación”[4] (Jos 8,31 = 9,2 [2] LXX); a continuación del sacrificio, “Jesús escribió en las piedras el Deuteronomio, la Ley de Moisés, y la escribió ante los hijos de Israel” (Jos 8,32 = 9,2 [3] LXX)[5]. “Todos los ancianos, los jueces y los escribas del pueblo iban delante, a uno y otro lado, del arca de la alianza del Señor” (Jos 8,33 = 9,2 [4] LXX). Veamos, por tanto, qué se indica con todo esto y qué nos aporta para nuestra edificación la presente lectura.

Piedras vivas 

1.3. Todos los que creemos en Cristo Jesús somos llamados piedras vivas, según lo afirma la Escritura diciendo: “Ustedes son piedras vivas, edificados como una casa espiritual en un sacerdocio santo, para que ofrezcan sacrificios espirituales gratos a Dios” (1 P 2,5).

El edificio de la Iglesia

1.4. Pero cuando se trata de las piedras terrenas, sabemos ciertamente que se cuida poner esas piedras más fuertes y más resistentes en primer término, en los fundamentos, confiando en ellas y depositando sobre ellas todo el peso del edificio. En cambio, otras, las que van después, que son un poco inferiores respecto de aquellas, se colocan cercanas a las que están en la base. Y las que son aún más inferiores van un poco más arriba del fundamento. Entonces, a continuación, las que, en comparación, son piedras más débiles, en las partes superiores y ya cerca del vértice del techo. Así, ahora comprende también respecto de las piedras vivas cuáles están en los fundamentos de ese edificio espiritual. ¿Quiénes son esos colocados en los fundamentos? Los apóstoles y profetas. Porque así lo dice Pablo, enseñando sobre esto: “Edificados, afirma, sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Jesucristo mismo, nuestro Señor” (Ef 2,20).

Jesucristo, piedra angular

1.5. A fin de prepararte más prontamente, oh oyente, para la construcción de ese edificio, para que te encuentres como una piedra próxima al fundamento, debes saber por qué también el mismo Cristo, que ahora describimos, es el fundamento del edificio. Puesto que así lo dice el apóstol Pablo: “El fundamento, en efecto, nadie puede poner otro, excepto el que ya ha sido puesto, que es Jesucristo” (1 Co 3,11). Bienaventurados, por tanto, sobre este tan noble fundamento construyeron edificios religiosos y santos.

El altar

1.6. En este edificio de la Iglesia debe haber también un altar. En el que, pienso, cualquiera de ustedes, piedras vivas, pueda y esté pronto para vacar en las oraciones; a fin de que día y noche ofrezcan a Dios súplicas e inmolen las víctimas de las súplicas. Con estas mismas piedras Jesús edifica el altar. 

Las piedras íntegras

2.1. Pero considera qué alabanza se atribuye a esas mismas piedras del altar. “Como dijo, afirma (la Escritura), el legislador Moisés, se construye el altar con piedras íntegras, en las cuales no ha intervenido el hierro” (Jos 8,31 = 9,2 [2] LXX). ¿Qué piensas que son estas piedras íntegras? A la conciencia de cada uno corresponde saber si es íntegro, si es incorrupto, sin impureza, puro en la carne y en el espíritu, si es de aquellos que el hierro no ha tocado, esto es de los que no han recibido las flechas inflamadas del maligno (cf. Ef 6,16), las de la concupiscencia, sino que las extinguieron y rechazaron con el escudo de la fe (Ef 6,16); de los que nunca aceptaron el hierro del combate, el hierro de las guerras, el hierro de los litigios, sino que siempre fueron pacíficos, siempre tranquilos y suaves, conformados según la humildad de Cristo. Estas son, por tanto, las piedras vivas, con las cuales Jesús nuestro Señor “construyó el altar con piedras íntegras, en las cuales no ha intervenido el hierro”, para ofrecer sobre ellas “holocaustos y sacrificios de salvación” (Jos 8,31 = 9,2 [2] LXX).

“Piedras aptas para el altar” 

2.2. Yo creo que, tal vez, esas piedras tan íntegras e incontaminadas podrían ser los santos apóstoles, que todos juntos forman un altar por su unanimidad y concordia. Puesto que así se lo refiere: todos juntos oraban unánimemente (cf. Hch 1,14); y abriendo sus bocas decían: “Tú, Señor, que conoces los corazones de todos” (Hch 1,24). Ellos, por tanto, que podían orar a una voz y con un solo espíritu, ellos mismos que sin duda son dignos, son quienes todos juntos deben construir un altar, sobre el cual Jesús ofrezca un sacrificio al Padre. Sin embargo, también nosotros tratemos de poner manos a la obra, para que todos tengamos un mismo lenguaje[6] (cf. 1 Co 1,10), un mismo sentir, y nada hagamos por envidia ni por vanagloria (cf. Flp 2,3), sino permaneciendo en un mismo espíritu e idéntico parecer (cf. 1 Co 1,10), para que acaso podamos llegar a ser también nosotros piedras aptas para el altar. Porque no nos abandona Jesús nuestro Señor, sino que, cuando vacamos en la oración, aunque “no sabemos que conviene pedir al rezar, sin embargo, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (cf. Rm 8,26). En efecto, “el Señor es Espíritu” (2 Co 3,17). En consecuencia, si el Espíritu ayuda nuestras oraciones y las ofrece a Dios, el Padre de todos, con gemidos que nosotros no podemos explicar, es cierto que también requiere insistentemente de nosotros la construcción del altar.

Bajo la sombra de las figuras

3.1. Sin embargo, el altar no está perfectamente adornado, incluso si ha sido construido con piedras íntegras, aunque esas piedras no hayan sido tocadas por el hierro ni por las flechas del maligno, sino que todavía falta algo y aún hay algo que a todas esas cosas debe agregar Jesús. ¿Qué es? “Escribió, dice (la Escritura), sobre las piedras del altar el Deuteronomio, la Ley de Moisés, y la escribió en presencia de los hijos de Israel” (Jos 8,32 = 9,2 [3] LXX). Escribió al modo que entonces el hijo de Navé podía escribir la Ley sobre las piedras del altar, según sus fuerzas, bajo la sombra de las figuras. Nosotros entre tanto veamos de qué modo nuestro Jesús escribió el Deuteronomio en piedras vivas e íntegras.

Jesús escribe la segunda Ley

3.2. Deuteronomio se dice, casi como de una segunda legislación. Por tanto, si quieres ver cómo, debilitada la primera Ley, Jesús escribió la segunda Ley, escúchalo decir en el Evangelio: «Fue dicho por lo antiguos: “No matarás”. Pero yo les digo que todo el que se encoleriza contra su hermano es un homicida» (cf. Mt 5,21; Ex 20,13). Y de nuevo: «Fue dicho por los antiguos: “No cometerás adulterio”. Pero yo les digo: cualquiera que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón» (Mt 5,27; cf. Ex 20,14). Y: «Fue dicho por los antiguos: “No jurarás en falso”. Pero yo les digo que no juren de ninguna manera» (cf. Mt 5,33; Ex 20,7; Nm 30,3; Dt 23,22). Ves el Deuteronomio que Jesús ha escrito “sobre piedras vivas e íntegras, no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne de (nuestros) corazones, no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente” (2 Co 3,3).

Los gentiles cumplen la Ley

3.3. Pero si quieres conocer con mayor evidencia en qué corazones Jesús ha escrito la Ley y en cuáles no la escribió, también esto te lo haré ver claramente a partir de la autoridad de las Escrituras, para que recibas consolación, tú que has sido llamado de entre las naciones (cf. Rm 9,24), y no temas la jactancia de los que se glorían de haber recibido la Ley de Moisés escrita en tablas o papeles. Escucha, por tanto, en cuáles corazones el Señor Jesús ha escrito la Ley: “En efecto, cuando los gentiles, que no tienen la Ley, cumplen naturalmente los mandatos que están en la Ley, aunque no tengan la Ley, ellos son ley para sí mismos. Muestran la obra de la Ley escrita en sus corazones, su conciencia les sirve de testimonio” (Rm 2,14-15). Por consiguiente, si ves a los gentiles ir hacia Jesús, creer en Él y cumplir las obras de la Ley, las cuales, quienes recibieron la Ley no las pueden cumplir, no dudes decir sobre los gentiles que “Jesús escribió en estas piedras íntegras el Deuteronomio”.



[1] Los vv. 30-35 rompen la continuidad entre los capítulos 8 y 9 del libro de Josué. Además, es diversa la numeración y división de la LXX respecto del texto hebreo.

[2] Conservo la forma latina usada por Rufino, que translitera el nombre griego Gaibal (Ebal en las traducciones del hebreo; Hebal en la Vulgata).

[3] Cf. Ex 20,24. 25; 1 S 14,35; 1 R 6,7. “Piedras sin tallar”: integris (lithon olokleron: piedras íntegras).

[4] O: víctimas de salvación.

[5] Rufino traduce según el texto griego: deuteronomio = segunda Ley, que Orígenes interpreta: Deuteronomio. La Vulgata dice: deuteronomium legis; el hebreo: una copia de la Ley.

[6] Lit.: “para que todos unánimes digamos lo mismo” (ut eadem dicamus omnes unanimes).