OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (603)

La parábola de los dos hijos

1534-1535

Leipzig, Alemania

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía VII: La destrucción de Jericó (Jos 6,20 ss.; 7,1 ss.)

Introducción

El pecado de uno solo afectó a todo el pueblo. El Buen Pastor es el que está atento y corrige de inmediato a las ovejas, para evitar que se infecte el rebaño entero (§ 6.1-7).

La “lengua de oro” le ofrece a Orígenes la oportunidad de hablar sobre las doctrinas falsas de los filósofos y los herejes gnósticos (§ 7.1-2).

La homilía concluye con una confesión de fe sobre las dos naturalezas en Cristo (§ 7.3-4).

Texto

La corrección de las faltas

6.1. Pero también por descuido no dejemos pasar aquel otro (pasaje), no sea que por el pecado de uno la cólera recaiga sobre todo el pueblo.

6.2. ¿Cómo sucedió eso? Cuando los sacerdotes, que presiden al pueblo, quisieron parecer benignos ante los pecadores y temiendo la lengua de los pecadores, para no hablar mal sobre aquellos, olvidaron la severidad sacerdotal, no queriendo cumplir lo que está escrito: “Reprende a los pecadores ante todos, para que los demás sientan temor” (1 Co 5,13), y de nuevo: “Quiten el perverso de entre ustedes” (1 Co 5,13; cf. Dt 13,6); no arden de celo por Dios, ni imitan lo que dice el Apóstol: “Entreguen a un hombre así a Satanás por la muerte de carne, para que el espíritu sea salvado” (1 Co 5,5). Y no se aplican a cumplir el mandato evangélico, de modo que, si ven a alguien pecando, primero lo reprendan en secreto, después también con dos o tres testigos; si desprecia esto y no se enmienda después de la corrección de la Iglesia, sea expulsado de la Iglesia, y sea considerado como un pagano o un publicano (cf. Mt 18,15-17).

La falsa misericordia

6.3. Entonces, perdonando a uno, se prepara la ruina de toda la Iglesia. ¿Qué es esta bondad, qué esta misericordia, perdonar a uno y poner a todos en peligro? Porque por un pecador se mancha todo el pueblo. Así como por una oveja enferma se infecta la entera grey, así también por uno, ya sea fornicario, ya sea que cometa otra falta, todo el pueblo se contamina. 

La solidaridad del cuerpo

6.4. Por eso cuidémonos unos a otros, y que la conversatio (forma de vida) de cada uno sea manifiesta; sobre todo la de los sacerdotes y ministros. No se imaginen (poder) decir con rectitud: “¡Qué me importa si otro obra mal!”. Esto es como si la cabeza dijera a los pies (cf. 1 Co 12,14 ss.): “Que me importa si sienten dolor. No es asunto mío, en tanto que mi cabeza esté sana”. O como si el ojo dijera a la mano: “No necesito tu trabajo, que me importa si sufres o está herida. ¿Acaso yo, el ojo, me perturbaré por la enfermedad de la mano?”.

El buen Pastor

6.5. Así obran, por consiguiente, los que presiden las asambleas de los fieles[1] cuando no piensan que todos los que creemos somos un (solo) cuerpo, tenemos un solo Dios, Cristo, que nos une y nos contiene en la unidad (cf. Col 1,17). Tú que presides la asamblea eres el ojo del cuerpo de Cristo, y si tienes esa función debes observar todas las cosas a tu alrededor, para examinar todas las situaciones, también para que preveas lo que puede suceder. Eres Pastor, observas las ovejitas del Señor, ignorantes de los peligros naturales de los precipicios y que están sobre lugares escarpados. ¿Y no acudes, no las llamas para que se aparten? ¿O al menos no les gritas para cohibirlas y asustarlas con el clamor de la corrección? ¿Has perdido la memoria del misterio del Señor? Cuando dejando aquellas noventa y nueve en los cielos[2], por una ovejita, que estaba perdida (cf. Mt 18,12), descendió a la tierra y, al encontrarla, la cargó sobre sus hombros y la volvió a llevar a los cielos (cf. Lc 15,5). ¿Y nosotros absolutamente de ninguna manera cuidaremos las ovejitas conforme al ejemplo del Maestro de los pastores?

El endurecimiento puede requerir medidas extremas

6.6. No por ello decimos que por una falta leve alguien sea apartado completamente, sino que, si tal vez es amonestado y corregido por una falta, una primera, segunda y tercera vez, sin mostrar ninguna corrección, entonces, que se utilice la disciplina de los médicos. Si ungimos con óleo, si aliviamos con emplastos, su suavizamos con cataplasmas y, sin embargo, no cede con estos medicamentos la dureza del tumor, solo queda un remedio: cortar. Así, en efecto, también lo afirma el Señor: “Si tu mano derecha te escandaliza, córtala y arrójala lejos de ti” (Mt 5,30; cf. 18,8; Mc 9,43).

Todos fueron anatema

6.7. Decimos todo esto porque vemos referir en las Escrituras santas que por uno que pecó, todos los hijos de Israel se hicieron anatema, de modo que fueron vencidos por los enemigos (cf. Jos 7,12).

“La lengua de oro” 

7.1. Pero veamos también cuál sea ese pecado: “Robó, dice (la Escritura), una lengua áurea[3] y la puso en su carpa” (Jos 7,21).

7.2. No creo que en ese robo de una pequeña pieza de oro haya habido un pecado de tamaña fuerza como para manchar a la innumerable asamblea del Señor. Pero veamos si acaso para la comprensión espiritual[4] sea tanta y tan grave la desgracia de ese pecado. Ciertamente mucha belleza hay en las palabras de los filósofos y mucha pulcritud en los discursos de los rétores, quienes son todos de la ciudad de Jericó, esto es en los hombres del mundo. Por ende, si encuentras entre los filósofos doctrinas perversas adonadas con las afirmaciones de los discursos vistosos, esta es la lengua de oro. Pero mira que no te engañe el fulgor de sus obras, no te seduzca la belleza de su áureo lenguaje. Recuerda que Jesús declaró anatema todo el oro que fuera encontrado en Jericó. Si leyeras los versos modulados por un poeta, y las resplandecientes poesías compuestas para los dioses y las diosas, no te deleites en la suavidad de la elocuencia; si la tomas y la pones en tu carpa, si la introduces en tu corazón esas cosas que ellos afirman, mancharás a toda la Iglesia del Señor. Esto hicieron los infelices Valentín y Basílides, esto hizo Marción. Robaron esas lenguas de oro de Jericó e intentaron introducir en nuestras Iglesias las falsas doctrinas de los filósofos y así manchar a toda la Iglesia del Señor.

La causa del pecado

7.3. Pero nosotros sigamos el ejemplo de los padres que nos precedieron, examinemos diligentemente si alguien no tiene escondida en su carpa la lengua de Jericó, y quitemos el mal de nosotros mismos. Porque si también nosotros no obramos así, Dios acusará, para que el culpable confiese y diga: “Robé la lengua de oro y los brazaletes sin mezcla[5]” (cf. Jos 7,21). ¿Ves de qué clase de robo se trata? Se robó la lengua (de oro) y los brazaletes sin mezcla. Estos brazaletes sin mezcla son las obras, en las que nada divino se mezcla, sino que todo se hace según el hombre. Y por eso en nuestras exposiciones doctrinales tenemos por costumbre decir que Cristo no es solo hombre, sino que confesamos que es Dios y hombre. En cambio, aquello que de Jericó se roba se dice sin mezcla, esto es sin Dios. Esta fue sin duda, para el ladrón, la causa de su pecado.

Conclusión 

7.4. En consecuencia, nada sin mezcla[6]ni puramente humano comprendemos sobre Cristo, sino que le confesamos al mismo tiempo Dios y hombre. Porque también se le llama Sabiduría múltiple de Dios (cf. Sb 7,22; 1 Co 1,24). Para que así merezcamos participar de la Sabiduría de Dios que es Cristo Jesús, nuestro Señor, a Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (1 P 4,11).



[1] Lit.: las Iglesias (qui ecclesiis praesunt).

[2] Estas ovejas dejadas en los cielos, designan las multitudes angélicas que permanecieron fieles, en tanto que la oveja perdida representa a la humanidad caída que Cristo vino a redimir (SCh 71, pp. 212-213, nota 1).

[3] Es la traducción de la LXX: glossan chrysen.

[4] Lit.: inteligencia interior (interioris intelligentiae).

[5] Estos dextralia pura no aparecen en el texto bíblico. Para que sea más clara la interpretación de Orígenes, he traducido purus por “sin mezcla” (que es una de las posibles versiones del adjetivo; cf. Novísimo Diccionario Latino-Español de Salvá, Paris, Ed. Garnier Hermanos, s. d., p. 834).

[6] No en sentido literal, sino figurado, para afirmar las dos naturalezas.