OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (601)

Parábola del servidor inmisericorde

Hacia 1487-1490

Bruges, Bélgica

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía VII: La destrucción de Jericó (Jos 6,20 ss.; 7,1 ss.)

Introducción

Los gritos unánimes del pueblo son gritos de guerra. Sin embargo, la Sagrada Escritura privilegia los clamores, la jubilatio (§ 2.1). Por tanto, feliz el pueblo que conoce el júbilo, los gritos de alegría, la aclamación (§ 2.2). Porque la jubilatio indica la unión de corazones y almas (cf. Hch 4,32); y si esta unión se realiza entre dos o tres discípulos de Cristo, su oración será escuchada por el Padre (cf. Mt 18,20). Entonces el mundo, Jericó, será vencido, puesto que tenemos como Jefe a nuestro Señor y Salvador (§ 2.3). Debemos hacer resonar en nosotros las mismas trompetas “ductiles”, es decir: salmos, himnos y cánticos espirituales (§ 2.4). Ya que, si se logra la armonía interior, de modo que la carne no obre contra el espíritu, se pueden lanzar gritos de aclamación y de alegría, con los cuales el mundo es abatido (§ 2.5).

Texto

El grito de alegría del pueblo

2.1. Me mueve convenientemente también aquello que refiere la historia, porque no solo los sacerdotes hicieron resonar las trompetas para que cayeran los muros de Jericó, sino que se dice asimismo que, oído el sonido de las trompetas, todo el pueblo clamó con un gran grito, o como se halla en otras versiones, gritó con alegría (cf. Jos 6,16. 20). Y aún cuando esta expresión me parece impropiamente traducida -porque alalagmós, que es lo escrito en griego, no significa propiamente ni grito de júbilo ni clamor, sino que más bien indica aquella voz con la que en tiempo de guerra el ejército suele clamar unánime, para animarse a la batalla-. Sin embargo, esta palabra en las Escrituras acostumbra a escribirse jubilación más que aclamación, por eso: “Dé gritos de alegría al Señor toda la tierra” (Sal 99 [100],1), y también: “Feliz el pueblo que conoce los gritos de alegría” (Sal 88 [89],16)[1].

La felicidad expresada con gritos de júbilo

2.2. Lo que me plantea esta (última) sentencia, es cuál sea la obra que hace al pueblo feliz. No dice: feliz el pueblo que practica la justicia, o feliz el pueblo que conoce los misterios, o que conoce el orden de la tierra y de los astros, sino que dice: “Feliz el pueblo que conoce los gritos de alegría”. En algunos casos, el temor de Dios hace felices, pero hace la felicidad de un solo hombre, porque así se dice: “Feliz el hombre que teme al Señor” (Sal 111 [112],1). En otros también muchos son felices, como los pobres en el espíritu, los mansos, los pacíficos o los de corazón puro (cf. Mt 5,3 ss.). Pero allí[2] la felicidad es profusa y mucha, y desconozco cuál sea la causa de la felicidad que se refiere, de modo que haga feliz contemporáneamente a todo el pueblo, si conoce los gritos de júbilo.

Jesucristo ya ha vencido al mundo

2.3. Por eso me parece que esos gritos de alegría indican la concordia y unanimidad de sentimientos[3]. Si acaso sucede que (están unidos) dos o tres discípulos de Cristo (cf. Mt 18,20), todo lo que pidan en nombre del Salvador, se los concederá el Padre celestial (cf. Jn 16,23). Pero si la felicidad fuera tanta que todo el pueblo permaneciera concorde y unánime, de forma que “todos digan permanecer en un mismo espíritu e idéntico parecer” (1 Co 1,10), un pueblo así alzando la voz unánimemente hará aquello que está escrito en los Hechos de los Apóstoles: se produjo un gran terremoto donde entonces “oraban unánimes los Apóstoles con las mujeres y María, la madre de Jesús” (Hch 1,13-14). Por ese terremoto será destruido y caerán todas las cosas que son terrenas, y el mundo mismo será destruido. Escucha lo que dice nuestro Señor y Salvador sobre esto mismo exhortando a sus soldados: “Tengan confianza, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Por tanto, este Jefe ya ha vencido al mundo para nosotros y han caído sus murallas, en las cuales los hombres del mundo se apoyaban.

Las Sagradas Escrituras son trompetas “ductiles”

2.4. Pero también cada uno de nosotros debe cumplir estas cosas en sí mismo. Tienes en ti a Jesús, Jefe por la fe[4], si eres sacerdote, hazte unas trompetas de plata labradas a martillo[5]; antes bien, porque eres sacerdote -en efecto, has devenido estirpe real (cf. 1 P 2,9) y sobre ti se dice que eres “un sacerdocio santo” (cf. 1 P 2,9)- hazte unas trompetas de plata labradas a martillo a partir de las Escrituras santas, a partir de ella guía tus pensamientos, tus palabras. Por eso sin duda son llamadas trompetas de plata labradas a martillo. Toca con ellas mismas, es decir con salmos, con himnos, con cánticos espirituales (cf. Col 3,16), haz resonar los sacramentos proféticos, los misterios de la Ley, las doctrinas de los apóstoles.

La cruz de nuestro Señor Jesucristo es nuestra gloria

2.5. Y si tocas tales trompetas y das siete veces la vuelta (a la ciudad) con el Arca de la Alianza, esto es si no separas los preceptos místicos de la Ley de las trompetas evangélicas; si también hacer salir de ti mismo un armonioso canto con gritos de júbilo, es decir si el pueblo de los pensamientos y sentimientos que está dentro de ti, siempre y acorde profiere la voz, y no que un día digas la verdad y en otra ocasión te manches con una mentira para adular a una persona poderosa; si alguna vez la laxitud no te hace blando; ni la cólera truculento; si no eres arrogante con los sencillos y te muestras humilde con los soberbios; en fin, si no se libran entonces dentro de ti los combates en los que “la carne desea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne” (Ga 5,17); si ya dentro de ti armonizan y concuerdan, lanza gritos de alegría, puesto que para ti el mundo ha sido destruido y abatido. Tal era, opino, también aquella (palabra) que (Pablo) decía confiadamente: “Me abstengo de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Ga 6,14).



[1] Orígenes, partiendo del texto del libro de Josué, pasa a un desarrollo sobre la diferencia entre ulular (como traduce Rufino el verbo krazo, gritar), y dar gritos o voces de alegría, julilare en la versión latina (alalazo en griego). Pero el desarrollo, tal como lo propone Rufino, no siempre resulta fácil de seguir. Y la distinción entre ambos verbos se presenta en función de la lectura espiritual del texto (cf. SCh 71, pp. 198-199, nota 1).

[2] En el libro de Josué.

[3] O: afectos (affectum).

[4] Iesum ducem per fidem. Otra traducción: “… Jesús para conducirte por la fe”.

[5] Tubas ductiles.