OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (597)

Jesús y la mujer cananea

1684

Egipto

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía VI: La nueva Pascua (Jos 5,7-15). El país de Jericó (6,1 ss.)

Sobre la Pascua, que celebraron[1] los hijos de Israel en Galgala; y cómo tomaron los productos de la tierra de la región de las palmas. Y sobre el príncipe de las potestades de la milicia del Señor; y sobre Jericó.

Introducción

La verdadera circuncisión la recibimos de Jesucristo. Él es quien nos purifica de nuestros pecados (§ 1.1). La circuncisión que nos practica Jesucristo, Señor nuestro, consiste en el despojo de todas nuestras costumbres nefastas, todo lo que en nosotros desprecia las reglas de piedad y honestidad (§ 1.2). Pero se trata de un proceso doloroso, laborioso. Y recién estaremos realmente curados cuando la herida de esa circuncisión cicatrice, es decir, cuando la práctica de la virtud se convierta en una costumbre natural (§ 1.3). Después de la circuncisión era necesario esperar un tiempo para sanar y poder celebrar las Pascua. Por tanto, nadie impuro puede comer el cordero pascual ni los panes ácimos de la pureza y la verdad (§ 1.4). 

Al salir de Egipto el pueblo de Dios llevó consigo la masa del pan[2]; luego recibió el maná; y al llegar a la tierra prometida comenzó a comer los frutos de la tierra (§ 1.5). El simbolismo de los tres alimentos es el siguiente: el primero es la pequeña ciencia o conocimiento que se recibe en la escuela, una muy pequeña ayuda. El maná del desierto, segundo alimento, simboliza la instrucción de la Ley divina. En tanto que el tercer alimento, el fruto de las palmeras, simboliza la posesión del objeto de las promesas del Señor: la contemplación cara a cara que Dios ha preparado para quienes le aman (§ 1.6). La interpretación espiritual supera con razones más profundas y verdaderas la interpretación literal (§ 1.7).

Texto

Jesucristo nos purificó de nuestros pecados

1.1. Los que fueron desobedientes a los mandatos del Señor, son llamados incircuncisos (cf. Rm 2,25). De lo cual se comprende que son denominados incircuncisos los que no obedecen a los mandamientos de Dios. Pero, sin embargo, también circuncisos e incircuncisos, porque Dios ama a todas las almas, de ningún modo son abandonados. Envió, en efecto, a Jesús para circuncidar a todos, tanto dignos como indignos, no a Jesús el hijo de Navé -porque él no circuncidó a aquel pueblo de la verdadera y perfecta circuncisión-, sino a Jesús nuestro Señor y Salvador. Puesto que es éste quien verdaderamente cortó la impureza de nuestra carne, y limpió nuestro corazón y nuestra alma de los pecados que la manchaban.

La circuncisión que opera en nosotros el Señor Jesús

1.2. Y ahora escucha lo que dice la Escritura sobre esas prefiguraciones (realizadas) por el hijo de Navé: «Una vez circuncidados, afirma, los hijos de Israel reposaron, en el mismo lugar, permaneciendo en el campamento hasta sanar. Y entonces el Señor dijo a Jesús: “Hoy he quitado de ustedes el oprobio de Egipto”» (Jos 5,8-9). Porque, para nosotros, la circuncisión no bastaba, sino que también después de la circuncisión había que sanar, esto es hasta que incluso la cicatriz misma de la herida de la circuncisión se cerrara. ¿Cuándo, entonces, se cierra la cicatriz en la herida de nuestra circuncisión? Yo lo pienso así: que la circuncisión de nuestro Jesús es esta: carecer de vicios, abandonar las malas costumbres y los pésimos propósitos; cortar los hábitos abominables y desordenados, y todo lo que se aparte de las reglas de la piedad.

Los efectos benéficos de la circuncisión espiritual

1.3. Pero esto cuando lo hacemos, en los inicios, en cierto modo estamos constreñidos por la dificultad de esa misma novedad, y como con esfuerzo y dolor cambiamos la antigua costumbre de las culpas del alma por una nueva forma de vida. Por esto mismo, como dije, en los inicios hay una cierta dificultad, y con esfuerzo y trabajo podemos amputar los primeros (hábitos) y adquirir los segundos. Este, por tanto, me parece ser el tiempo en que permanecemos inmóviles, según dice (la Escritura), por el dolor de nuestra circuncisión, hasta que, cerrada la cicatriz, sanemos. La cicatriz se cierra cuando ya sin dificultad practicamos las nuevas costumbres, y nos habituamos a un uso que antes nos parecía insólito, y que considerábamos difícil. Entonces se dice que ya estamos verdaderamente curados, cuando careciendo de vicios, la virtud, por la fuerza del nuevo hábito, se ha convertido en naturaleza.

Necesidad de la purificación para celebrar la Pascua

1.4. Y así, en suma, merecemos que se nos diga lo que sigue: “Hoy día he quitado el oprobio de Egipto” (Jos 5,9), porque después de haber separado el oprobio de Egipto, entonces se dice: “E hicieron los hijos de Israel la Pascua el día catorce del mes” (Jos 5,10). Puesto que no podían, antes de la circuncisión, celebrar la Pascua, pero ni siquiera en seguida después de la circuncisión comer las carnes del cordero, antes de su curación. Pero luego que sanaron se dice que “celebraron la Pascua los hijos de Israel el día catorce del mes” (Jos 5,10). Por tanto, ves que nadie impuro celebra la Pascua, sino el que estuviera purificado y circuncidado, como será interpretado por el Apóstol diciendo: “Porque nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolada. Celebremos, entonces, también el día de fiesta, no con la levadura de la maldad e iniquidad, sino con los ácimos de la pureza y la verdad” (1 Co 5,7-8).

Cesó el maná

1.5. También entonces, ciertamente cuando el pueblo salió de la tierra de Egipto, “llevó la masa en sus vestimentas” (Ex 12,34). Cuando ésta faltó y no tenían panes, Dios les hizo llover el maná (cf. Ex 16,4). Y cuando llegaron a la tierra santa, y “tomaron los frutos del país de las palmas, les faltó el maná” (cf. Jos 5,12). Entonces comenzaron a comer los frutos de la tierra.

Los tres alimentos 

1.6. Es así que se describen generalmente las tres clases de alimentos. Uno, que comemos saliendo de la tierra de Egipto, pero éste nos sirve por poco tiempo. Luego le sucede el maná; ya en tercer lugar tomamos el fruto de la tierra santa. En estas diferencias, según lo que puedo entender con mi limitada comprensión, pienso que se indica que el primer alimento es, aquel que al salir de Egipto llevamos con nosotros, esa pequeña ciencia escolar (o también, tal vez, esa tintura de letras liberales), que nos puede ser de exigua ayuda. Pero ya el en desierto, esto es en el estado de vida en que ahora estamos, comemos el maná, por el cual somos instruidos en las enseñanzas de Ley divina. En cambio, quien merece entrar en la tierra prometida, esto es, obtener las promesas del Salvador, ése comerá el fruto de la región de las palmas. Porque verdaderamente encontrará el fruto de la palmera quien, vencido el enemigo, llegue a las promesas. Y es cierto que cuantos sean aquellos conocimientos que ahora podemos comprender o entender de la Ley de Dios o de las divinas Escrituras, muchos más sublimes y excelsos serán aquellos que, cesando los enigmas, “cara a cara” (1 Co 13,12), los santos merecerán ver, puesto que “el ojo no vio ni el oído oyó ni ascendió al corazón del hombre, lo que Dios ha preparado para aquellos que le aman” (1 Co 2,9).

Paréntesis: la superación de la letra

1.7. Si se comprende la Ley sólo según la letra, se encontrará, sin duda, que los hijos de Israel que antes comían alimentos mejores, puesto que recibían el maná del cielo, después tomaron unos peores, a partir de la realización de las promesas. Ellos que, anteriormente al faltar la comida de Egipto, la habían visto reemplazada por aquel alimento superior: el maná del cielo. ¿Cómo pensar que ahora un alimento menos bueno haya reemplazado a uno mejor, sino porque de la comprensión espiritual se desprenden mayores y más verdaderas razones que de la letra del texto?

Conclusión de la sección sobre el paso del Jordán

1.8. Después de haber introducido a su pueblo en la tierra santa y haberlos purificado a todos[1], Jesús celebra la Pascua.



[1] Sigo la variante (sostenida por algunos manuscritos) propuesta por A. Jaubert, leyendo expurgatis omnibus, en vez de expugnatis omnibus, ya que el texto bíblico no menciona previamente a ningún enemigo abatido; y la celebración de la Pascua implicaba la purificación (cf. SCh 71, pp. 84-85).