OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (582)

Jesucristo Buen Pastor

Siglo XV

Francia

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía I: El misterio de Jesús, hijo de Navé

Introducción

Moisés atravesó el Mar, Jesús el Río, símbolo de que ya no se encuentran más ni la perturbación ni el temor causados por el Mar. Y entonces ahora se entonan cánticos en camino hacia el juicio final. Los alimentos son los de “la tierra de las promesas”, y el alma deja de ser meretriz (§ 4).

Varios hechos confirman la nueva situación: el ocultamiento tras los haces de lino es un símbolo de las vestiduras sacerdotales: hemos llegado a ser un reino de sacerdotes (1 P 2,9: § 5.1). El alma, la meretriz, debe entonces evitar las regiones bajas, en las que habita el demonio (§ 5.2). Y es mi Jesús, no Moisés quien detiene el sol y la luna (§ 5.3). Asimismo Jesús nos reparte los despojos de Satanás, porque lo ha puesto bajo nuestros pies (§ 6.1-2).

Texto

Las acciones de Moisés y Josué

4.1. Jesús, por tanto, mi Señor y Salvador, recibió el principado; y, si te parece, comparemos las gestas de Moisés con el principado de Jesús.

Cuando Moisés sacó al pueblo de la tierra de Egipto, no había ningún orden en el pueblo, ni observancias en los sacerdotes. Atravesaron las aguas del mar, agua salada que no contenía en sí nada dulce, y esa agua era un muro a derecha e izquierda (cf. Ex 14,22, 29). Esta es la gesta que conocemos de Moisés como guía.

La diferencia entre el paso del Mar Rojo y el del río Jordán

4.2. En cambio, cuando mi Señor condujo el ejército, veamos cuáles son las realidades ya entonces prefiguradas. “Los sacerdotes precedían llevando sobre sus hombros el arca de la Alianza” (Jos 3,6); en ninguna parte se encuentra ya el mar, en ninguna parte olas saladas, sino que llego al Jordán bajo la conducción de mi Señor Jesús, y llego no con la perturbación de la huida ni con el terror del miedo, sino que llego con los sacerdotes que llevan sobre sus espaldas y hombros el arca de la Alianza del Señor, en la cual se guardan la Ley de Dios y las tablas sagradas[1]. Ingreso en el Jordán no con furtivo silencio, sino al sonido de las trompetas que cantan un cántico místico y divino, para avanzar hacia la predicación de la trompeta celestial. Allí se dice que el agua se dividió en dos partes, y se hizo una muralla a la derecha y otra a la izquierda; pero aquí “el que vino para destruir el muro de separación, hizo uno de ambos” (Ef 2,14); porque el agua se elevó de un solo lado, en tanto que la otra parte fluyó hacia el mar (cf. Jos 3,16).

La entrada en la tierra de las promesas

4.3. Después Jesús dice: “Prepárense alimentos para el camino” (cf. Jos 1,11). Y hoy, si escuchas, Jesús te dice: “Si me sigues, prepárate alimentos para el camino”. Los alimentos, en efecto, son las obras que nos acompañan como un fiel viático para el futuro camino. Sin embargo, veamos -porque no conviene negligentemente y casi como de paso leer las Escrituras divinas-, de dónde le ordena tomar los alimentos no teniendo harina, puesto que el maná era su alimento. Pero cuando ya hayan pasado las orillas de ese río, cesará el maná (cf. Jos 5,12), y por ello si no se preparan alimentos, no se puede seguir a Jesús que entra en la tierra de las promesas. Pero mira cuáles frutos toma en primer lugar en la tierra de las promesas: “Entonces, dice (la Escritura), primero empezaron a comer los frutos de la región de las palmeras, y antes comieron los ázimos” (cf. Jos 5,11). Ves, por consiguiente, que a nosotros que dejamos en primer término los caminos de este mundo, si seguimos rectamente a Jesús, se nos presenta ante todo la palma de la victoria y, rechazado el fermento de la maldad y la iniquidad, se nos preparan los ázimos de pureza y verdad (cf. 1 Co 5,8).

La meretriz: símbolo de nuestra alma

4.4. Con todo, Jesús envía exploradores al rey de Jericó y reciben hospitalidad de una meretriz (cf. Jos 2,1 ss.). Pero aquella meretriz, que recibió a los exploradores de Jesús por esto los recibió: para ya no ser más meretriz. Mas también el alma de cada uno de nosotros fue meretriz, mientras vivía en los deseos y concupiscencias de la carne. Pero recibió a los exploradores de Jesús, a los ángeles que envió delante suyo para que prepararan su camino (cf. Mc 1,2; Mt 11,10; Ml 3,1). Los cuales, sin embargo, si un alma los recibe con fe, no los ubica en lugares bajos e inferiores, sino en los superiores y excelsos, porque no en las partes bajas y terrenas hemos recibido al Señor Jesús, porque Él ha salido del Padre y viene de las regiones celestiales.

Se ocultaron detrás de haces de lino

5.1. Yo no interpreto que ni siquiera esté sin simbolismo[2] la paja de lino detrás de la cual se escondieron los exploradores (cf. Jos 2,6). El lino es para las vestimentas sacerdotales, por cual se significa o bien que es transferido a quienes eran invitados a la altura sacerdotal, como también dice el apóstol Pedro: “Ustedes son una nación santa, un reino de sacerdotes” (1 P 2,9); o bien ciertamente que en el simbolismo de la Ley, en la que se habla sobre los sacerdotes, esté escondido la vocación oculta de ese pueblo que procede de los gentiles (cf. Rm 9,24).

El demonio ama las regiones bajas

5.2. En seguida, entonces, la meretriz padece el odio del rey de Jericó. ¿Por qué sino en virtud de que la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne (Ga 5,17)? Se dice en otro lugar: “Este mundo los odia, porque primero me odió a mí” (Jn 15,18). Por tanto, hay un rey que es enemigo de esa meretriz, y es el príncipe de este mundo (cf. Jn 12,31), que persigue y quiere capturar a los exploradores de Jesús, pero no puede lograrlo porque hacen camino por las montañas (cf. Jos 2,22); no descienden ni por los lugares bajos ni se deleitan en los valles, sino que buscan las cimas de colinas y las alturas de las montañas; porque esa meretriz nuestra dice: “Levanté mis ojos hacia los montes; ¿de dónde me vendrá el auxilio del Señor?” (Sal 120 [121], 1). No puede subir allí el príncipe de este mundo, no puede llegar hasta Jesús por el camino excelso; más aún, incluso si en la tentación lo coloca en las alturas, le dice: “Arrójate abajo” (Mt 4,6), porque siempre ama las regiones bajas y caducas, en ellas reina, en ellas coloca su sede, por las cuales también desciende hasta el infierno.

Jesús detiene el sol

5.3. Moisés no dijo: “Que se detenga el sol” (Jos 10,12), ni ordenó a los grandes elementos, como lo hizo Jesús. “Que el sol, dice, se detenga sobre Gabaón y la luna sobre el valle de Aelom” (Jos 10,12); además la Escritura agrega y dice que: “Nunca Dios escuchó así a un hombre” (Jos 10,14). Mi Jesús, por tanto, detuvo entonces el sol, pero mucho más aún el modo de su transcurso[3]. Mientras combatimos contra nuestros enemigos y “luchamos contra los principados, las potestades y los dominadores de este mundo de tinieblas; contra los espíritus malvados (que están) en las regiones celestiales (cf. Ef 6,12), el sol de justicia (cf. Ml 3,20) nos acompaña continuamente, nunca nos abandona, ni se apresura a ocultarse, porque Él mismo dijo: “He aquí que yo estoy con ustedes todos los días” (Mt 28,20). No solo está con nosotros por una doble jornada, sino que “está con nosotros todos los días hasta la consumación de los siglos” (Mt 28,20), hasta que también nosotros triunfemos sobre nuestros adversarios. 

La tierra tomada por los israelitas a las naciones que las habitaban

6.1. Pero veamos también qué es lo que Jesús promete a sus soldados: “Todo, dice, lugar que pise la planta de sus pies, será de ustedes” (Jos 1,3). Para los que eran de esa época esto describe las regiones de los cananeos, de los perezeos, de los jebuseos y de las demás naciones de las cuales tomaron las regiones en heredad, expulsando a los habitantes indignos. Pero para nosotros, veamos que se promete con esas palabras.

El Señor Jesús pone a Satanás bajo nuestros pies

6.2. Hay algunas potestades enemigas, estirpes diabólicas, a las cuales nosotros les hacemos la guerra y contra las que luchamos con gran esfuerzo en esta vida. Todas esas grandes potestades, en consecuencia, si las sometemos bajo nuestros pies, si las vencemos en los combates, de nosotros serán sus regiones, sus provincias y sus reinos, que nos distribuirá el Señor Jesús. Porque esas potestades fueron en otro tiempo ángeles, que estaban en el magnífico reino de Dios. ¿O no leemos lo que dice Isaías sobre uno de ellos: “Cómo cayó Lucifer, que sale a la mañana” (cf. Is 14,12)? Este Lucifer sin duda tenía su sede en el cielo, pero después que se convirtiera en ángel fugitivo, si puedo vencerlo y someterlo bajo mis pies, si merezco que el Señor Jesús aplaste a Satanás bajo mis pies (cf. Rm 16,20), mereceré recibir consecuentemente el lugar de Lucifer en los cielos.



[1] Lit.: las letras divinas (divinae litterae). ¿Tal vez, se debería entender con esta expresión las Sagradas Escrituras?

[2] Lit.: misterio (sacramentis accipio).

[3] Sed multo magis modo in adventu suo.