OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (577)

La resurrección de Lázaro

Siglo XVI

Evangeliario

Armenia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXVII (Nm 33,1-49)

Trigésima segunda etapa: la tentación que purifica

12.10. Desde allí de nuevo “se llega a Sin” (cf. Nm 33,36). Sin es de nuevo la tentación. Porque hemos dicho que no procede empezar este camino de otro modo; así, por ejemplo, si un orífice por necesidad quiere hacer un vaso, lo aproxima a menudo al fuego, frecuentemente lo somete al martillo, lo trabaja repetidamente con las limas, para volverlo más puro y para que se logre aquella forma y aquella belleza que el artífice había propuesto.

Trigésima tercera etapa: fertilidad santa

12.10a. Después de esto, “acampan en Farancadés” (cf. Nm 33,36 LXX), que es fertilidad santa. Tú ves de dónde viene uno y a dónde va, ves que a los surcos de las tentaciones sigue una fertilidad santa.

Trigésima cuarta etapa: “el montañero”

12.10b. Después “se acampa en el monte Hor” (cf. Nm 33,37), que se traduce por montañero. Puesto que viene a la montaña de Dios, de modo que allí se haga “montaña pingüe y monte compacto” (cf. Sal 67 [68],16 LXX), o bien, por eso de que habite siempre en la montaña de Dios, se llama montañero. 

Trigésima quinta etapa: la sombra de nuestra porción: Cristo y del Espíritu Santo

12.11. Sigue después de esta etapa la de Selmona (cf. Nm 33,41), que se traduce por sombra de la porción. Pienso que se habla de aquella sombra sobre la cual decía el profeta: «El espíritu de nuestro rostro es Cristo el Señor, al cual dijimos: “Viviremos a su sombra entre las naciones”» (cf. Lm 4,20). Pero aquella sombra también es semejante a ésta de la que se dice: “El Espíritu del Señor te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35). La sombra, por consiguiente, de nuestra porción, que nos ofrece protección de todo calor de tentaciones, es Cristo el Señor y el Espíritu Santo.

Trigésima sexta etapa: “sobriedad de la boca”

12.11a. De allí, ya “llegamos a Phinón” (cf. Nm 33,42), que consideramos se debe traducir por sobriedad de la boca. Porque quien pueda interpretar el misterio de Cristo y del Espíritu Santo, y ver u oír lo que no es permitido a los hombres pronunciar (cf. 2 Co 12,4), deberá tener sobriedad de la boca, sabiendo a quiénes, cuándo y cómo procede hablar de los divinos misterios.

Trigésima séptima etapa: continuación de los progresos

12.11b. Después de esto “se llega a Oboth” (cf. Nm 33,43), de cuyo nombre, aunque no hayamos encontrado la traducción, sin embargo no dudamos de que, como en todos los otros, también en este nombre se conserva la continuación de los progresos.

Trigésima octava etapa: abismo

12.11c. Sigue después la mansión que se llama Gai (cf. Nm 33,44), que se traduce por abismo. Puesto que con estos progresos, se aproxima el alma al seno de Abraham, quien dice a los que están en los tormentos que “entre ustedes y nosotros se ha establecido un gran abismo” (cf. Lc 16,26), de modo que también ella descanse en su seno, como aquel beato Lázaro.

Trigésima novena etapa: enjambre de tentaciones

12.12. Después se llega de nuevo a Dibongad (cf. Nm 33,45), que tiene el significado de enjambre de tentaciones. ¡O admirable cautela de la divina providencia! He aquí que ya este viajero del camino celestial se vuelve próximo a la perfección, por la sucesión de virtudes, y sin embargo no le faltan tentaciones. Pero escucho un nuevo tipo de tentaciones: dice enjambre[1] de tentaciones. La abeja está puesta en las Escrituras como un laudable animal (cf. Sal 117 [118],12) de cuyos esfuerzos se aprovechan para su salud los reyes y los plebeyos, lo cual se entiende rectamente de las palabras de los profetas y de los apóstoles y de todos los que escribieron los sagrados libros. Y por esto pienso que se debe entender perfectamente como enjambre el número total de las divinas Escrituras. Hay también, para éstos que tienden a la perfección, alguna tentación en este enjambre, o sea, en las palabras proféticas y apostólicas. ¿Quieres ver que hay en ellos una tentación no pequeña? En este enjambre encuentro escrito: “Mira, dice, no sea que, contemplando el sol y la luna, adores a aquellos que el Señor tu Dios reservó para los gentiles” (cf. Dt 4,19). ¿Ves que la tentación procede de este enjambre? Y también cuando dice: “No maldecirás a los dioses” (cf. Ex 22,27). Y otra vez, en el enjambre del Nuevo Testamento, donde leemos: “¿Por qué me quieren matar a mí, que les he dicho la verdad?” (Jn 8,40). Y de nuevo, con otras palabras, dice el Señor mismo: “Por eso les hablo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan, no sea que se conviertan y los salve” (cf. Mt 13,13-15; Is 6,9-10). Pero también cuando el Apóstol dice: “En los cuales el dios de este siglo obcecó las mentes de los infieles” (cf. 2 Co 4,4); y encontrarás en este divino enjambre muchas más tentaciones semejantes: es necesario que cada santo llegue a ellas para que, también por estas (tentaciones), se reconozca lo que perfecta y piadosamente siente sobre Dios.

Cuadragésima etapa: el desprecio de las cosas terrenas

12.13. Después de esto ya “se llega a Gelmón Deblatáim” (cf. Nm 33,46), que se traduce como desprecio de los higos, esto es, donde se desdeñan y menosprecian totalmente las cosas terrenas. Puesto que, a no ser que sean despreciadas y rechazadas las cosas que deleitan en la tierra, no podemos pasar a las celestiales.

Cuadragésima primera etapa: tránsito y separación

12.13a. Viene, en efecto, después de eso la etapa “Abarim frente a Nabau” (cf. Nm 33,47), que es el tránsito; pero Nabau se traduce por separación. Porque cuando haya realizado el alma el camino por todas estas virtudes, y haya subido hasta la perfección suma, pasa ya de este mundo y se separa, como ha sido escrito de Henoc: “Y no se le encontraba, porque Dios se lo había llevado” (cf. Gn 5,24). Y aunque parezca que un hombre así está todavía en el mundo y habita en la carne, sin embargo no se encuentra. ¿En qué no se encuentra? No se encuentra en ningún acto terreno, en ninguna cosa carnal, en ninguna conversación vana. Porque lo llevó Dios de estas cosas y lo hizo estar en la región de las virtudes.

Cuadragésima segunda etapa: última etapa, la tierra prometida

12.13b. La última etapa está “al occidente de Moab, junto al Jordán” (cf. Nm 33,48). Todo este recorrido, por eso se realiza y por eso se recorre, para que se llegue al río de Dios, para ser hechos próximos a la sabiduría que mana y ser regados por las olas de la ciencia divina; para que así, purificados de todo, merezcamos entrar en la tierra de promisión.

En el ínterin hemos podido resumir y exponer rápidamente, según uno de los modos posibles, estos aspectos de las etapas de los israelitas.

Síntesis de la exposición efectuada: el progreso espiritual

13.1. Sin embargo, para que una tal exposición, que se extiende por los significados de los nombres hebreos, no parezca afectada y violentamente deformada a los que ignoran la propiedad de aquella lengua, ofreceremos también una semblanza en nuestro idioma, por la cual aparezca clara la razón de esta interpretación. En el juego literario[2], donde los niños reciben los primeros elementos, unos se llaman abecedarios, otros silabarios, otros nominarios[3], otros calculadores; y, al oír estos nombres, por ellos conocemos el progreso de los niños. Del mismo modo en los estudios liberales, si escucháramos recitar por orden un pasaje o una alocución, o bien un elogio y otras materias del programa, advertiríamos por el nombre de la materia el progreso del adolescente. ¿Cómo, por tanto, no creer que también por los nombres de los lugares que se recuerdan como si de materias se tratase, pueda indicarse el progreso de los alumnos en las divinas enseñanzas? Y, como aquéllos, deteniéndose en cada una de las materias de aprendizaje, parece que hacen etapas en ellas y pasan de una a la otra, y de la otra todavía a otra, así también ¿por qué no creer que aquí el nombre de las etapas y el paso de una a otra y de la otra todavía a otra, puede significar el progreso espiritual[4] y el incremento de las virtudes?

Conclusión de la homilía y exhortación final

13.2. Pero dejo aquella otra parte de la exposición a los prudentes, para que, a partir de ésta (que hacemos), conjeturen y profundicen. Porque “a los sabios les basta haberles dado ocasiones” (cf. Pr 9,9), ya que no conviene que la inteligencia de los oyentes permanezca del todo inactiva y perezosa. Que nuestra explicación, por tanto, también sea comparada a la de ellos, o mejor, que un examen atento proponga una visión más perspicaz y divina: “Porque Dios no da el Espíritu con medida, sino que, puesto que El Señor es Espíritu, por eso donde quiere, sopla” (cf. Jn 3,34; 2 Co 3,17; Jn 3,8). Y deseamos que también los inspire a ustedes, de modo que sientan en las palabras del Señor realidades mejores y más profundas, haciendo el camino a lo largo de estas explicaciones que, de acuerdo con nuestra modestia, hemos descrito, para que también nosotros con ustedes podamos entrar a aquella vía superior y más excelsa, conduciéndonos el propio Señor Jesucristo, que es camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6), hasta que lleguemos al Padre, cuando entregue el reino al Dios y Padre y le someta todo principado y potestad (cf. 1 Co 15,24). A Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] Lit.: colmena (apiarium), o colmenar (el sitio donde están las colmenas de las abejas).

[2] O más ampliamente: la escuela primaria (in litterario ludo).

[3] Vocablo procedente de nominariis: los niños que ya sabían leer de corrido sin deletrear.

[4] Lit.: de la mente (profectum mentis).