OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (574)

La Transfiguración

1268

Evangeliario

Hromkla, Armenia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXVII (Nm 33,1-49)

Octava etapa: enfermedades y salud del alma

12.1. “Salieron del desierto de Sin y llegaron a Rafacá” (Nm 33,12). Rafacá se traduce por salud. Ves el orden de los progresos: cómo, cuando ya el alma se vuelve espiritual, y empieza a tener discernimiento de las visiones celestiales, llega a la salud, hasta poder decir con razón: “Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi interior a su santo nombre” (Sal 102 [103],1). ¿A qué Señor? “El que sana –dice (la Escritura)- todas tus enfermedades, que rescata tu vida de la muerte” (Sal 102 [103],3-4). Porque son muchas las enfermedades del alma: la avaricia es una de sus enfermedades, ciertamente pésima; la soberbia, la ira, la jactancia, el miedo, la inconstancia, la pusilanimidad y otras semejantes. ¿Cuándo, Señor, Jesús, me curarás de todas estas enfermedades?; ¿cuándo me sanarás, de modo que también yo pueda decir: “Bendice, alma mía al Señor, que sana todas tus enfermedades, para que pueda yo hacer etapa en Rafacá, que es la salud”?

Breve paréntesis

12.2. Sería muy largo, si quisiéramos recorrer cada una de las etapas y explicar para cada una lo que se sugiere por el análisis de los nombres. Pero haremos el recorrido de modo sintético y breve, para que, aun no siendo una exposición completa, porque apenas lo permite el tiempo, al menos ofrezcamos ocasiones para comprender el sentido.

Novena etapa: necesidad de soportar con buen ánimo los trabajos

12.2a. “Salieron, entonces. de Rafacá y llegaron a Halus” (Nm 33,13). Halus se traduce por trabajos. Y no te admires de que a la salud le sigan los trabajos. Puesto que también el alma consigue de Dios la salud, para que acepte los trabajos con gozo y no de mala gana, porque se le dice: “Comerás las fatigas de tus frutos; serás dichosa y te irá bien” (Sal 127 [128],2).

Décima etapa: alabanza del juicio, del discernimiento espiritual

12.2b.Después de esto, “llegan a Rafidín” (Nm 33,14). Rafidín se traduce por alabanza del juicio. Es muy justo que la alabanza venga después de las fatigas. Pero ¿qué alabanza? La del juicio, dice. Se hace, por tanto, digna de alabanza, el alma que juzga rectamente, rectamente discierne: o sea, la que espiritualmente juzga todo y ella no es juzgada por nadie (cf. 1 Co 2,15).

Undécima etapa: el alma recibe la Ley de Dios

12.3. A continuación “se llega al desierto del Sinaí” (cf. Nm 33,15). El Sinaí es precisamente aquel lugar del desierto que (la Escritura) llamó más arriba Sin. Pero aquí se denomina más bien el lugar de la montaña que está en el mismo desierto, que también éste se designa con el nombre del desierto del Sinaí. Por consiguiente, luego que el alma se hizo laudable de juicio y comienza a tener un juicio recto, entonces se le entrega la Ley por parte de Dios, cuando se hace capaz de los secretos divinos y de las visiones celestiales.

Duodécima etapa: sepultar las concupiscencias

12.3a. Después “se llega a los sepulcros de la concupiscencia” (cf. Nm 33,16 LXX). ¿Qué son los sepulcros de la concupiscencia? Sin duda (los lugares) donde están sepultadas y enterradas las concupiscencias, donde se ha extinguido toda concupiscencia, para que en adelante, mortificada por la muerte de Cristo, ya no codicie contra el espíritu (cf. Ga 5,17).

Décimo tercera etapa: la bienaventuranza del alma que no es urgida por los vicios de la carne

12.3b. Después de esto “se llega a Aseroth” (cf. Nm 33,17), que se traduce como atrios perfectos o bienaventuranza. Mira con mayor atención, mi caminante, cuál es el orden de los progresos: después de que hayas sepultado y hayas entregado a la muerte las concupiscencias de la carne, llegarás a las amplitudes de los atrios, llegarás a la bienaventuranza. Es dichosa, por tanto, el alma a la que no atormenta ninguno de los vicios de la carne.