OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (568)

Jesucristo llama a Pedro y Andrés

Hacia 1389-1404

Bruselas, Bélgica

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXVII (Nm 33,1-49)

El ascenso del alma

5.1. Se ponen también los nombres de las etapas. No sería conveniente que cada lugar que está bajo el cielo, sea de los montañas, de las llanuras o de los campos, recibiese un nombre, mientras que aquella verdadera ascensión, por la que el alma asciende al Reino de Dios, no tuviera nombres de sus etapas. Tiene nombres de las etapas, adaptados con vocablos místicos, tiene también un guía, pero no Moisés –puesto que él mismo ignoraba a dónde ir (cf. Hb 11,8)-, sino la columna de fuego y la nube (cf. Ex 13,21), o sea, el Hijo de Dios y el Espíritu Santo, como también dice en otro lugar el profeta: “El mismo Señor los guiaba” (cf. Dt 1,32b. 33). Tal será, por tanto, el ascenso del alma bienaventurada, cuando hayan sido sumergidos todos los egipcios y amalecitas y todos los que la hayan combatido; para que, pasando una a una las etapas, o sea, las muchas que se dice hay junto al Padre (cf. Jn 14,2), se ilumine más, y, yendo de la una a la otra, consiga cada vez mayor aumento de iluminación, hasta que su mirada se acostumbre a soportar la verdadera luz que ilumina a todo hombre (cf. Jn 1,9), y a tolerar el fulgor de la verdadera majestad.

Un ascenso de “virtud en virtud”

5.2. Pero si volvemos a la segunda interpretación que hemos recordado arriba, entenderemos que se enseña el progreso del alma puesta en esta vida, que, convertida de la existencia pagana, sigue no tanto a Moisés cuanto a la Ley de Dios, y no a Aarón, sino a aquel sacerdote que permanece para siempre (cf. Hb 6,20). Antes de llegar a la perfección, habita en el desierto, o sea, donde se ejercita en los preceptos del Señor y donde su fe es probada por las tentaciones. De allí, cuando haya vencido una tentación y su fe haya sido probada en ella, entonces viene a otra y, por decirlo así, pasa de una mansión a otra, y allí, cuando haya superado lo que le aconteciere y lo soportara fielmente, pasa a otra. Y así se dirá que, (yendo) por cada una de las tentaciones de la vida y de los progresos en la fe, tiene etapas, en cada una de las cuales se buscan aumentos de las virtudes, y se cumple en estas cosas aquello está escrito: “Irán de virtud en virtud” (cf. Sal 83 [84],8), hasta que alcance el último, o mejor, el sumo grado de las virtudes, pase el río de Dios y reciba la heredad prometida.

Los dos caminos del alma

6.1. Utilizando, entonces, la doble interpretación, debemos considerar todo este ordenamiento de etapas que ha sido proclamado, para que avance doblemente nuestra alma, reconociendo a partir de estas cosas, o bien cómo debe realizarse esta vida que, una vez convertida del error, sigue la ley de Dios, o bien cuán grande es la expectación de la futura esperanza que se promete por la resurrección. Así, en efecto, pienso que, en las cosas que se leen, ha de enseñarse una comprensión digna de las leyes del Espíritu Santo. Porque saber cómo se llama aquel lugar, donde por ejemplo acamparon los entonces transeúntes hijos de Israel en aquel desierto, qué utilidad ofrece para mí o qué progreso pueden sacar de ello los que lo lean y mediten la Ley de Dios de día y de noche (cf. Sal 1,2), sobre todo cuando veamos qué grande fue para el Señor la preocupación de señalar estas etapas, hasta el punto de que su descripción se incluyese por segunda vez en las leyes divinas. Puesto que se recordaron estos nombres, aunque con ciertas variantes, ya entonces, cuando en cada lugar se decía que los hijos de Israel habían levantado el campamento de aquel sitio y se dirigían a otro lugar (cf. Ex 13,18)[1]. Pero ahora, de nuevo, por la palabra de Dios, se manda a Moisés que las. De ahí que el repetir por segunda vez esta descripción, me parece muy acorde con el misterio de la exposición que hemos propuesto; porque se repite dos veces para mostrar los dos caminos del alma: uno, aquel en el que, puesta en la carne, se ejercita en la virtud por la ley de Dios y, subiendo, como hemos dicho, por ciertos escalones de progreso, pasa de virtud en virtud, y usa de esos progresos como de etapas; el otro, en el cual, debiendo subir al cielo después de la resurrección, no de inmediato ni inoportunamente subirá a lo más alto, sino que es conducida a través de muchas etapas, en cada una de las cuales es iluminada, y recibido el aumento de esplendor, ilustrada por la luz de la Sabiduría en cada etapa, hasta que acceda al Padre de las Luces mismo (cf. St 1,17).


[1] Orígenes se refiere al relato de la salida de Egipto que se encuentra en el libro del Éxodo; cf. sus Homilías sobre el Éxodo, V (ver SCh 461, p. 295, nota 2).