OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (567)

San Juan Bautista señalando al Cordero de Dios

Hacia 1460

Liturgia de las Horas

Brujas o Gante, Bélgica

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXVII (Nm 33,1-49)

Las cuarenta y dos etapas

3.1. Pero, antes de nada, entra en la razón del misterio, que, quien (lo) observe diligentemente, encontrará en las Escrituras que, en la salida de los hijos de Israel de Egipto, ha habido cuarenta y dos etapas; y a su vez, la venida del Señor y Salvador nuestro a este mundo, se lleva a cabo a través de cuarenta y dos generaciones. Así, en efecto, lo recuerda el evangelista Mateo, diciendo: “Desde Abraham hasta el rey David, catorce generaciones; y desde David hasta la deportación de Babilonia, catorce generaciones, y desde la deportación de Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones” (Mt 1,17). Cuarenta y dos etapas de generaciones hizo Cristo bajando al Egipto de este mundo, ese mismo número de cuarenta y dos etapas las hacen los que suben de Egipto.

Buena nota tomó Moisés, diciendo: “Subieron los hijos de Israel con su ejército” (Nm 33,1). ¿(Y) cuál es su ejército, sino el propio Cristo, que es la fuerza de Dios (cf. 1 Co 1,24)? Quien sube, por tanto, sube con el mismo que descendió hasta nosotros, para llegar al sitio del que Él no bajó por necesidad, sino por condescendencia, para que se cumpliera lo que había sido dicho: “El que descendió es el mismo que subió” (Ef 4,10).

Así, en cuarenta y dos etapas llegan los hijos de Israel hasta el comienzo de la posesión de su herencia. Pero el principio de la toma de posesión de la herencia tuvo lugar cuando Rubén y Gad y la media tribu de Manasés reciben la tierra de Galaad (cf. Jos 17,6; 13,15 ss.). Consta, por consiguiente, el número del descenso de Cristo, mediante cuarenta y dos antepasados según la carne, como bajando hasta nosotros por cuarenta y dos mansiones, y por otras tantas etapas la subida de los hijos de Israel hasta el principio de la heredad prometida.

La primera etapa

3.2. Si has comprendido cuánto de misterio contiene este número de descenso y de subida, ven ya y empecemos a subir por aquellas (etapas por las) que bajó Cristo, y hagamos esta primera mansión que Él hizo la última, o sea, que nació de una virgen; y sea ésta la primera etapa para nosotros, que queremos salir de Egipto; en la cual, abandonado el culto de los ídolos y la veneración de los demonios, que no son dioses, creemos que Cristo nació de la Virgen y del Espíritu Santo, y “hecho carne, vino el Verbo a este mundo” (Jn 1,14). Después de esto, esforcémonos ya por avanzar y subir uno a uno los escalones de fe y de las virtudes; si nos detenemos largo tiempo en ellos hasta el punto de alcanzar la perfección, se dirá que hemos hecho etapa en cada uno de los escalones de las virtudes, hasta que, alcanzando la cumbre de la enseñanza y la cima de los progresos, se logre plenamente la heredad prometida.

La peregrinación de la tierra al cielo

4.1. Pero también el alma, cuando sale del Egipto de esta vida para dirigirse hacia la Tierra de Promisión, ha de seguir necesariamente determinados caminos y hacer, como hemos dicho, ciertas paradas. De ellas creo que se acordaba el profeta, que decía: “Lo recuerdo, y mi alma se derrama sobre mí, porque penetraré hasta el lugar del tabernáculo admirable, hasta la casa de Dios” (Sal 41 [42],5 LXX). Éstas son las mansiones y éstos los tabernáculos de los cuales dice en otro lugar: ¡Cuán amables son tus tabernáculos, Señor de los ejércitos! Mi alma ansía y desfallece por los atrios del Señor” (Sal 83 [84],2-3). Por eso dice también el mismo profeta en otro lugar: “¡Mucho ha peregrinado mi alma!” (Sal 119 [120],6). Comprende, por tanto, si puedes, lo que son estas peregrinaciones del alma, en las cuales con cierto gemido y dolor llora el tener que peregrinar tan largo tiempo. Pero, mientras todavía está en el exilio, se oculta y se oscurece la comprensión de estas realidades. Sin embargo, se le instruirá con más verdad y comprenderá mejor cuál ha sido la razón de su peregrinación, cuando haya vuelto a su descanso, esto es, a su patria, el paraíso; intuyendo esto bajo el velo del misterio, decía el profeta: “Vuelve, alma mía, a tu descanso, porque el Señor te ha favorecido” Sal 114[-115] [116],7).

Pero mientras tanto, el alma está en la peregrinación, recorre el camino y hace paradas, sin duda por alguna utilidad, dispensada mediante ellas por la providencia de Dios, como se dice en cierto lugar: “Te afligí y te alimenté en el desierto con el maná, que no conocían tus padres, para que se conozca lo que hay en tu corazón” (cf. Dt 8,3. 2). Éstas son, entonces, las etapas por las cuales se realiza el camino desde la tierra al cielo.

Dificultad de la explicación del texto presente

4.2. ¿Y quién será hallado idóneo e iniciado en los secretos divinos hasta el punto de que pueda describir las mansiones de este camino y de la ascensión del alma y explicar los trabajos o el descanso correspondientes a cada lugar? ¿Cómo explicará que, después de la primera, la segunda y la tercera etapa, los persiga todavía el Faraón, los persigan los egipcios, y, aunque no los alcancen, sin embargo los acosen, y que, aunque se hayan hundido, con todo, todavía los persigan? ¿Cómo explicar que el pueblo de Dios, obtenida la salvación, después de algunas etapas, haya cantado el primer cántico, diciendo: “Cantemos al Señor, porque ha sido honrado de modo glorioso, caballo y montura ha arrojado al mar?” (Ex 15,1). Pero, como he dicho, ¿quién osará explicar estas cosas etapa por etapa e interpretar las cualidades propias de cada una y por la contemplación de los nombres descubrir la naturaleza de las etapas? Ignoro si la inteligencia del que habla sería suficiente para sostener el peso de los misterios, y si la atención de los oyentes lo soportará.

A través de místicas ascensiones

4.3. Porque, ¿cómo, se explica el ataque de guerra de los Amalecitas o las diversas tentaciones, y cómo podrían hacerse los relatos alusivos a aquellos cuyos miembros cayeron en el desierto (cf. Nm 14,32; 1 Co 10,5), y que no pudieron llegar a la Tierra Santa los hijos de Israel, sino solo los hijos de los hijos de Israel, y cayó todo aquel pueblo antiguo, que había tenido relación y morada con los egipcios, y solamente alcanzó el reino el nuevo pueblo, que desconocía a los egipcios, a excepción de los sacerdotes y los levitas? Puesto que, si alguno pudiera colocarse en el orden de los sacerdotes y levitas, si alguno pudiera no tener porción alguna en la tierra sino solo el Señor, éste no cae en el desierto, sino que alcanza la Tierra de Promisión. De ahí que, también tú, si no quieres caer en el desierto sino alcanzar las promesas hechas a tus padres, no tengas tu suerte en la tierra ni tengas nada en común con la tierra; sea tu porción solo el Señor, y nunca caerás. Se trata, por tanto, de la subida de Egipto a la Tierra de Promisión, por la cual, mediante místicas descripciones, como dije, se nos enseña la ascensión del alma al cielo y el misterio de la resurrección de los muertos.