OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (566)

El Bautismo de Jesucristo

1002-1005

Evangeliario

Ratisbona, Alemania

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXVII (Nm 33,1-49)

Las etapas del pueblo de Dios

2.1. Ahora vayamos ya al exordio de esta lectura que ha sido proclamada, para que, con la ayuda del Señor, podamos recoger y explicar su sentido, si no con toda claridad, al menos en líneas generales. Dice, en efecto: “Y éstas son las etapas[1] de los hijos de Israel, desde que salieron de la tierra de Egipto con su ejército, por la mano de Moisés y Aarón. Y escribió Moisés sus partidas y sus paradas, según la palabra de Señor” (Nm 33,1-2), y lo demás. Han oído que escribió estas cosas Moisés según la palabra del Señor. ¿Y por qué quiso el Señor que se escribieran estas cosas? ¿Para que esta Escritura de las etapas que hicieron los hijos de Israel nos aprovechase algo, o para que en nada nos aprovechase? ¿Y quién se atreverá a decir que las cosas que se escriben por la palabra del Señor, no tienen utilidad alguna ni aportan nada para la salvación, sino que narran solamente el acontecimiento, pero ahora a nosotros del relato de lo que (entonces) sucedió, nada (ventajoso) nos llega? Esta opinión es impía y contraria a la fe católica, y propia solo de los que niegan que haya un único Sabio[2], (autor) de la Ley y de los Evangelios, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (cf. Rm 15,6). Intentaremos tratar, por consiguiente, sumariamente, según el tiempo nos lo permita, lo que debe sentir el entendimiento fiel acerca de estas etapas.

Las dos interpretaciones “espirituales” de la salida de Egipto

2.2. Al ofrecernos la homilía precedente la oportunidad de hablar de la salida de los hijos de Israel de Egipto[3], dijimos que el salir uno espiritualmente de Egipto podía entenderse de dos modos: o bien cuando, abandonando la vida pagana, accedemos al conocimiento de la Ley divina, o cuando el alma abandona la morada de su cuerpo. Esas etapas, que ahora describe Moisés por la palabra del Señor, miran hacia ambas alternativas.

Las mansiones eternas

2.3. Acerca de aquellas mansiones que habrá de habitar el alma despojada del cuerpo, o más bien de nuevo revestida de su cuerpo[4], se ha pronunciado el Señor en el Evangelio, diciendo: “Muchas mansiones hay junto al Padre: de otro modo, ¿les hubiera dicho que voy a prepararles una mansión?” (Jn 14,2). Son, por tanto, muchas las etapas que conducen al Padre; y cuál sea en cada una de ellas el motivo de la demora del alma, cuál la utilidad, cuál enseñanza o iluminación reciba, eso lo sabe solo el Padre del siglo futuro (cf. Is 9,5-6), que dice de sí mismo: “Yo soy la puerta (Jn 10,9a): nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6). Quizás se vuelva puerta para cada alma en cada una de estas mansiones, de modo que entre por ella y por ella salga y encuentre pastos (cf. Jn 10,9), y vuelva a entrar a otra y de allí a otra mansión, hasta que llegue al propio Padre.

Pero nosotros, olvidándonos casi de nuestro preámbulo, hemos elevado de inmediato la atención de ustedes a cosas altas y excelsas; así, entonces, volvamos más bien a las que acontecen entre nosotros y en nosotros.

El Señor escuchó nuestro gemido

2.4. Estaban los hijos de Israel en Egipto, afligidos en las obras del rey Faraón con barro y ladrillo (cf. Ex 1,14), hasta que, gimiendo, clamaron al Señor, y Él, escuchando su grito, les envió su palabra por medio de Moisés y los sacó de Egipto. También nosotros, cuando estábamos en Egipto, quiero decir en los errores de este mundo y en las tinieblas de la ignorancia, realizando las obras del diablo en las concupiscencias y pasiones de la carne, el Señor se compadeció de nuestra aflicción (cf. Ex 3,7) y envió al Verbo, su Hijo Unigénito (cf. 1 Jn 4,9), para que, liberados de la ignorancia del error, nos condujera a la luz de la Ley divina.



[1] La palabra latina mansio puede traducirse de diversas formas, optamos en ocasiones por verterla como etapa, y en otros casos como mansión. Cf. SCh 461, p. 280, nota 2.

[2] Tal la opinión del gnóstico Marción, que consideraba que el Dios del AT no era igual al del NT (cf. SCh 461, p. 279, nota 2).

[3] Cf. Hom. XXVI,4.1.

[4] Entiendo que se trata del cuerpo humano glorioso, resucitado. Pero para una visión más amplia del tema en Orígenes, cf. SCh 461, pp. 280-281, nota 3.