OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (564)

La huida a Egipto de la Sagrada Familia

Hacia 1350

Nápoles, Italia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXVI (Nm 31—32)

Dios provee en nuestro mejor beneficio

6.1. Pero estas cosas, a no ser que se prueben por las divinas Escrituras, parecerán fábulas. Comparezca, entonces, Pablo, testigo idóneo de ellas, que en la epístola a los Hebreos, donde describe a todos aquellos padres, patriarcas y profetas, que por la fe agradaron a Dios (cf. Hb 11,2 ss.), después de la enumeración de todos, como resumen final dice acerca sobre ellos: “Y todos éstos, a pesar de haber dado testimonio de (su) fe, no consiguieron las promesas, porque Dios, que provee mejor en nuestro beneficio, usó de ellas para que no fueran consumadas a término sin nosotros” (Hb 11,39-40). Como si dijeran estas nueve tribus y media sobre aquellas dos tribus y media que no recibieron la promesa de aquella tierra que para ellos fue establecida por Moisés más allá del Jordán, porque Dios, que provee mejor en nuestro beneficio, usó de ellas, para que no fueran llevadas a término sin nosotros. Por eso, entonces, pasan con nosotros armados para la guerra y nos ayudan a luchar, para vencer a los enemigos. Pero pasan aquellos que están armados, que son hombres valientes y poderosos, mientras que todos los demás, los de mano perezosa y no guerrera, permanecen más allá del Jordán.

En cambio, los que de ellos son hombres valientes, dejados los animales y los rebaños y demás enseres, luchan con nosotros contra el enemigo, hasta que nuestros enemigos sean vencidos, de modo que consigamos la heredad de la tierra buena, de la tierra de la miel y de la leche (cf. Ex 33,3).

Los santos padres nos ayudan en nuestro combate contra las potencias enemigas

6.2 Porque, ¿quién duda que los santos padres también nos ayudan con las oraciones, y nos confirman y exhortan con los ejemplos de sus obras, y con sus libros, que nos dejaron escritos para nuestro recuerdo, enseñándonos e instruyéndonos cómo combatir contra las potencias enemigas y cómo sostener los combates atléticos? Luchan, por consiguiente, para nosotros y van en vanguardia, armados delante de nosotros. Teniéndolos, en efecto, como ejemplo y viendo sus valerosas acciones por el Espíritu, nos armamos para la lucha espiritual y combatimos contra las maldades espirituales que hay en los cielos (cf. Ef 6,12). Así, al fin, los que luchan bajo el caudillo Jesús, matan a más de treinta reyes y reciben sus tierras en lote de heredad (cf. Jos 13,15 ss.). Expulsadas, pues, de los lugares celestiales las maldades espirituales, alcanzan ellos la heredad del reino celestial, repartida por Jesús nuestro Señor.

Diversos grados de entendimiento en la Iglesia

7.1 Puede verse todavía un tercer modo de interpretación[1], de modo en los hijos de Israel, esto es, en el pueblo de la Iglesia, se comprenda que algunos son espirituales y reciben de este lado del Jordán la heredad de la tierra que mana leche y miel, o sea, tomando la dulzura de la sabiduría y de la ciencia, cuya tierra está circundada y regada por el río de Dios, que está lleno de las aguas de la inteligencia divina. Otros, en cambio, son carnales, y abundan en jumentos y rebaños, esto es, en crasos y necios pensamientos, como eran aquellos sobre los que decía el Apóstol: “¿Son de tal modo insensatos, que, habiendo empezado por el Espíritu, quieren terminar ahora en la carne?” (Ga 3,3); y: ¡Oh insensatos gálatas!, ¿quién los ha fascinado para no obedecer a la verdad?” (cf. Ga 3,1). Pero incluso cada uno de nosotros, a no ser que se arme y, rechazados los brutos y bestiales pensamientos, se apresure hacia el entendimiento espiritual, permanecerá del otro lado del Jordán -y no podrá pasar por el río de la sabiduría, que alegra la ciudad de Dios (cf. Sal 45 [46],5), esto es, el alma capaz de Dios-, no alcanzará lo más íntimo de las palabras del Señor, que son más dulces que la miel y el panal (cf. Sal 18 [19],11), sino que conseguirá tan sólo aquella tierra en la que han perecido dos reyes, donde se le diga: “Ninguna otra cosa he considerado saber entre ustedes sino a Cristo Jesús y éste crucificado” (1 Co 2,2). 

Conclusión de la homilía

7.2. En cambio, quien haya podido pasar el Jordán y penetrar en las regiones de su interior, allí, siguiendo a Jesús nuestro Señor, matará más de treinta reyes (cf. Jos 12,24), quizás aquellos sobre los que se dice: “Se alzaron los reyes de la tierra y los príncipes se congregaron a una contra el Señor y contra su Cristo” (Sal 2,2); y, una vez expulsados estos reyes y postrados por tierra, conocerá los misterios más secretos, hasta que llegue también a aquel lugar donde está el trono de Dios y Jerusalén, la ciudad del Dios viviente (cf. Hb 12,22), no ésta que sirve (como esclava) con sus hijos en la tierra, sino aquella celestial, que es la libre y madre de todos nosotros (cf. Ga 4,25-27), a cuya heredad se digne conducirnos el guía y Señor nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] Cf. Hom. XXVI,4.1.