OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (558)

Jesús a las puertas de Jerusalén

1470-1474

Verona, Italia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXV (Nm 31,1-54)

Hombres valientes 

5.1. En fin, en la presente lectura no se escribe que el sacerdote Eleazar haya hablado a todo el pueblo, sino solo a aquellos que vuelven de la guerra. Porque afirma: “Y dijo el sacerdote Eleazar a los hombres valientes[1] que volvían de la guerra” (Nm 31,21). Ves, por tanto, cómo se dirige la palabra de Dios a los hombres valientes. Son hombres valerosos, en efecto, los que proceden a la lucha. Pero si alguno no quiere luchar ni hacer la guerra, si alguien no quiere afrontar el combate con los divinos estudios y la abstinencia, éste no quiere cumplir aquello que dijo el Apóstol: “Quien participa en la lucha, se abstiene de todo” (1 Co 9,25). Quien, por consiguiente, no participa en la prueba y no se abstiene de todo ni quiere ejercitarse en la palabra de Dios y meditar en la ley del Señor día y noche (cf. Sal 1,2), ése, aunque se diga hombre, sin embargo no puede denominarse hombre valiente. Pero éste, al cual se refiere ahora la palabra de la divina Escritura, que recoge el botín de los enemigos, es llamado hombre valiente. Porque ésta es su insigne alabanza: el que la Escritura diga: “Habló el sacerdote Eleazar a los hombres de valientes que regresaban de la guerra”.

¿Quién de nosotros estará hasta tal punto preparado que vaya a la guerra y luche contra los enemigos, de modo que pueda llamarse también él hombre valeroso? Así como la vida sobria[2], el trabajo de la abstinencia y la lucha en los combates, hacen que uno sea denominado hombre valiente, así por el contrario la vida abandonada, negligente e indiferente hace que uno sea llamado hombre cobarde[3]. Si, por consiguiente, quieres llamarte hombre valiente, revístete de Cristo, el Señor (cf. Rm 13,14), que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios (cf. 1 Co 1,24), y únete en todo al Señor, de modo que te hagas un Espíritu con Él (cf. Ef 4,4), y entonces llegarás a ser un hombre valiente.

Los ángeles observan nuestra conducta

5.2. Por eso el tiempo en este mundo es para nosotros tiempo de guerra, es lucha contra los madianitas, o sea, contra los vicios de nuestra carne, o contra las potencias contrarias. Nos contempla el coro de los ángeles, y una piadosa expectación de las potestades celestiales está pendiente de nosotros, para ver cuándo o de qué modo volvemos de esta lucha, qué traerá de botín cada uno de nosotros; y miran con interés y analizan con gran solicitud quién de nosotros aportará de allá más cantidad de oro, quién presenta allí mayor peso de aquella plata, o quién trae piedras preciosas. Investigan asimismo, si alguien trae bronce, hierro o plomo, pero también si uno aporta un vaso de madera o de arcilla, o algo semejante, necesario para los usos de una gran casa, pues en una gran casa no hay sólo vasos de oro y plata, sino también de madera y de arcilla (cf. 2 Tm 2,20). Porque se habrá de analizar diligentemente, cuando vayamos para allá, qué entrega cada uno de nosotros, y según lo que aportare, según se pruebe su trabajo en razón del botín, también se le asignará el mérito de la morada. Sin embargo, habrán de probarse todas estas cosas: las que por el fuego, por el fuego, y las que por el agua, por el agua, puesto que, cual sea la obra de cada uno, (lo probará) el fuego (cf. 1 Co 3,13).

Sobre la purificación

6.1. Por eso, entonces, dice (la Escritura): “Ésta es la prescripción de la Ley que el Señor estableció para Moisés: además del oro, la plata, el bronce, el hierro, el plomo y el estaño, toda cosa que pueda pasar por el fuego, pásenla por el fuego y será purificada, pero también serán purificadas en el agua de la purificación; todo lo que no pase a través del fuego, pasará por el agua. Y lavarán sus vestiduras en el día séptimo y estarán puros; y después de esto, entrarán en el campamento” (Nm 31,21-14). Ves cómo todo el que salga de la guerra de esta vida tiene necesidad de purificación. Y si ello es así, por osar decir algo según la autoridad de la Escritura, nadie que salga de esta vida puede estar puro.

En efecto, considera con atención, lo que indica el texto de la historia. Salieron éstos a luchar por los hijos de Israel y mataron a los madianitas. Matándolos a ellos, en cuanto atañe al orden de la historia y la letra de la ley, agradaron a Dios -cumplieron, por consiguiente, la voluntad de Dios-; sin embargo, por eso mismo, que mataron a sus enemigos, se dice que se volvieron inmundos, y por eso se les dice: “Y lavarán sus vestidos al séptimo día y estarán puros; y, después de eso, entrarán en el campamento” (Nm 31,24). Por tanto, los que luchan, por el mismo hecho de que han tocado enemigos impuros, de que marcharon contra ellos y tuvieron lucha con ellos, se han contaminado.

Necesidad de las purificaciones

6.2. Y yo, por tanto, aunque pueda vencer al diablo, aunque (consiga rechazar) los pensamientos inmundos y malos que sugiere a mi corazón, rechazar los que vienen o matar dentro de mí los que hayan entrado, para que no lleguen a surtir efecto, aunque pueda también pisar la cabeza del dragón (cf. Gn 3,15), sin embargo, por eso mismo me manché y ha sido necesario que esté contaminado, por haber procurado pisar a aquel que está manchado y contaminado. Y sin duda seré bienaventurado, ya que he podido vencerle a él; pero inmundo y contaminado, porque he tocado una realidad contaminada, y por esto necesito purificación. Por eso dice evidentemente la Escritura: “Nadie está limpio de mancha” (Jb 14,4 LXX). Todos, por consiguiente, necesitamos de purificación, o más bien de purificaciones; porque muchas y diversas son las purificaciones que nos aguardan. Pero éstas son místicas e inefables.

Conclusión de la homilía: suceder a los apóstoles en las luchas contra los demonios

6.3. ¿Quién, pues, podrá narrarnos cuáles son las purificaciones que han sido preparadas para Pablo o Pedro u otros semejantes a ellos que tanto han luchado, que a tantas naciones bárbaras han destruido, que a tantos enemigos han abatido, que tan grandes botines de guerra y tantos triunfos han logrado, que vuelven con las manos ensangrentadas por la matanza de los enemigos, que tienen el pie teñido en sangre (cf. Sal 67 [68],24) y que han lavado sus manos en la sangre de los pecadores (cf. Sal 57 [58],11 LXX)? Verdaderamente mataron por la mañana a todos los pecadores de la tierra (cf. Sal 100 [101],8) y han borrado su imagen de la ciudad del Señor (cf. Sal 72 [73],20). Porque vencieron e hicieron perecer a las diversas estirpes de demonios. Puesto que, de no haberlas vencido, no hubieran podido tomar de ellos como sus cautivos a esa cantidad de creyentes, y conducirlos a la obediencia de Cristo (cf. 2 Co 10,5), someterlos a su yugo suave e imponerles su carga ligera (cf. Mt 11,30). ¿Quién, entonces, será tan dichoso, que les suceda en estas guerras, mate a todos los madianitas y quede justificado por la sangre de ellos? Porque se dice que derrama la sangre de los demonios quien libera a aquellos en los que ellos dominan. Se lavará, en cambio, por esta sangre, y se purificará en el reino de Dios, de modo que, purificado y vuelto puro, pueda entrar en la santa ciudad de Dios, abriéndole la puerta Cristo Jesús, nuestro Señor, que es la puerta de la misma ciudad de Dios (cf. Jn 10,9), a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén (cf. Ga 1,5).



[1] Viros virtutis. La LXX dice “varones dynameos (de poder, o: del ejército), y la Vulgata lee: viros exercitus. Con la expresión viros virtutis Orígenes pone el punto de partida para su interpretación alegórica. En nuestra traducción usamos “hombres valientes”, siguiendo la sugerencia de la versión francesa (cf. SCh 461, pp. 210-211, nota 1).

[2] Continens: continente, moderado, parco, frugal.

[3] Ignavia/ignavus, que también podría traducirse por: perezoso, lento, remiso, de poco ánimo.