OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (557)

Jesús con los sarracenos, los saduceos y los fariseos

Hacia 1327-1335

Biblia

Londres (?)

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXV (Nm 31,1-54)

La vanidad de la vida presente

3.3. Porque hay ciertamente mucha vaciedad y vanidad en este mundo, incluso vanidad de vanidades y todo vanidad (cf. Qo 1,2), que el soldado de Dios debe superar y vencer. Ahora bien, vence la vaciedad el que no hace nada vacío, nada superfluo y que no pertenece a la realidad; el que se acuerda de aquel precepto del Señor, que dice que “incluso de la palabra ociosa han de dar cuenta los hombres en el día del juicio” (Mt 12,36). Pero en esta vida casi todo lo que dicen y hacen los hombres es ocioso y vano; puesto que se dice vano todo acto y toda palabra en los cuales no hay ningún bien intrínseco en relación con Dios o por mandato de Dios.

Es necesario combatir los vicios y las concupiscencias carnales

3.4. Otro rey de Madián es Ur, que significa irritación. Ya ves quiénes son los que reinan entre los madianitas, a los que es preciso combatir, más todavía, a los que conviene que quienes siguen a Dios destruyan y maten. Porque en la Ley no se refieren tanto los nombres de los reyes cuanto los vicios que reinan en los hombres, y no se describen tanto las guerras de las naciones cuanto las concupiscencias carnales, que atentan contra el alma.

La recta utilización de nuestros sentidos

3.5. En resumen, éstos que reinan en los vicios se dice en la Escritura que son cinco reyes, para que aprendamos con mayor claridad que todo vicio que reina en el cuerpo depende de los cinco sentidos. Esos cinco sentidos, por tanto, deben ser eliminados del reino de los madianitas, para que en adelante no reinen por ellos los vicios, sino la justicia, ni vean para escándalo las cosas que ven, sino para edificación. De hecho, esos sentidos reinaban entre los madianitas para escandalizar, de modo que escandalizaran y engañaran. Y por eso mandó el Señor que, si tu ojo te escandalizare, arráncatelo (cf. Mt 5,29; Mc 9,47); si tu mano o tu pie, córtatelo (cf. Mt 5,30; Mc 9,43. 45). Ves, por consiguiente, que también Él mismo manda cortar y eliminar a los reyes de los escandalizadores. “Mejor es -dice- para ti entrar en el reino de Dios tuerto y manco o cojo, que con esos miembros ser echado a la gehena” (cf. Mc 9,43-47). Con esto, no manda en absoluto que haya de arrancarse el ojo de nuestro cuerpo ni que haya de cortarse la mano o el pie, sino que manda cortar el sentido que siente carnalmente y la lascivia de las concupiscencias carnales, de modo que nuestros ojos vean lo que es recto (cf. Pr 4,25 LXX), nuestros oídos oigan lo que es recto, que nuestro gusto guste la palabra de Dios (cf. Hb 6,5) y nuestras manos palpen y toquen lo que atañe al Verbo de vida (cf. 1 Jn 1,1). Y de este modo, muertos los reyes de los madianitas y amputadas los afectos escandalosos, reina en nosotros la justicia, el mismo Señor nuestro Jesucristo, que Dios ha hecho para nosotros justicia, paz y redención (cf. 1 Co 1,30).

El botín tomado a los madianitas: sentido literal (Nm 31,9-12. 21-47)

3.6. Así, por el precepto del Señor a los hijos de Israel, hicieron la guerra contra los madianitas, recogieron ellos un copioso botín, un peso inmenso de oro y plata y de otros objetos, y un elevadísimo número de jumentos y de cautivos. Pero como todo esto es considerado impuro entre los israelitas, se realiza la purificación conveniente para cada uno de los objetos; y así lo que está hecho de metal, lo purifica el fuego, mientras que las cosas que son más frágiles y que no soportan el fuego, se prescribe que sean purificadas con agua. Se hacen, entonces, de todo el botín, dos partes iguales, de modo que una sea de los que habían hecho la guerra y, la otra, de los que habían permanecido en el campamento. Se manda también ofrecerle al Señor cosas de éstas como dones; de aquéllos que habían hecho la guerra, una cabeza (de ganado) por cada quinientos; en cambio, los que habían quedado en el campamento, una por cada cincuenta; y se refiere el número total. Éste es el contenido de la historia.

Sentido espiritual del texto anterior

4.1. Pero veamos lo que indica respecto de estas cosas el sentido espiritual. En el pueblo de Dios hay algunos, como dice el Apóstol, que combaten para Dios, sin duda aquellos que no se dedican a los negocios seculares (cf. 2 Tm 2,4). Estos son los que van a la guerra y luchan contra las naciones enemigas y contra los espíritus malvados (cf. Ef 6,12) en favor del resto del pueblo y por los que son más débiles, sea por la edad, sea por el sexo o por el propósito[1]. En cambio, luchan éstos con oraciones y ayunos, con justicia y piedad, con mansedumbre y castidad y armados con todas las virtudes de continencia como armas de guerra; y cuando, hayan regresado los vencedores al campamento, gozan del fruto de sus fatigas también los no combatientes y aquellos que no son llamados a la lucha o no pueden salir (del campamento). Pero hay que tener en cuenta que todas estas cosas que se toman a esas naciones, son impuras; y probablemente todo lo que se recoge de este mundo o se logra en la guerra es impuro y necesita de purificación; algunas de estas cosas habrán de pasar por el fuego, mientras que para otras, basta la purificación del agua (cf. Nm 31,23).

Dichosos los que pueden luchar por todo el pueblo

4.2. Del combate se recogen también hombres y jumentos, cuando se cautiva todo entendimiento para obedecer a Cristo (cf. 2 Co 10,5). Puesto que, a no ser que luchemos con la palabra de Dios, no podremos cautivar el entendimiento de aquellos que piensan distinto de Cristo y conducirlos a la obediencia de Cristo. Sin embargo, son pocos los que pueden luchar y llevar a cabo esta guerra: de más de seiscientos mil (hombres) armados, que luchan para Dios, sólo se eligen doce mil; los demás quedan en el campamento. Considera ahora el pueblo de Dios que está en la Iglesia, cuántos hay de éstos que puedan luchar por la verdad, que puedan resistir a los que la contradicen, que sepan librar las guerras de la palabra. Dichosos son éstos, que pueden luchar por todo el pueblo y defender a la plebe de Dios y conseguir un copioso botín del enemigo. Sin embargo, también la otra parte del pueblo, la que no parece apta para la guerra, si reside en paz en el campamento, si actúa en silencio y no se aleja de Moisés, sino que permanece en la Ley de Dios, también ella recibirá una parte del botín. Porque se hará una porción igual, no según el número, sino que se da a todo el pueblo restante, tanto cuanto a aquellos doce mil por cuya victoria fue capturado el botín.

El aumento del botín

4.3. ¿Quién que esto oiga no se sentirá llamado a la milicia de Dios? ¿Quién no se animará a luchar por la Iglesia y resistir frente a los enemigos de la verdad, o sea, a aquellos que enseñan a los hombres a combatir los dogmas de la Iglesia o a aplicarse a la voluptuosidad y a la lujuria? Quien a éstos vence y hace perecer los vicios en sí mismo o en sus prójimos, ése recibirá mucho botín, cincuenta veces más que los otros; puesto que esa gran cifra se ve que aumenta cuando se comparan los doce mil con los seiscientos mil.

Sobre los números sacros

4.4. Sin embargo se manda a las dos partes ofrecer algo a Dios. Y a aquellos que fueron los vencedores, uno por cada quinientos (cf. Nm 31,28), mientras que a los que permanecieron en casa, uno por cada cincuenta (cf. Nm 31,30). La Escritura testifica que quinientos y cincuenta son números sacros; de aquí que dijera el Salvador en los Evangelios: “Un hombre acreedor tenía dos deudores, uno de ellos le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. No teniendo ellos de dónde pagar, les perdonó la deuda a ambos” (Lc 7,41-42). Pero también, si a siete semanas se le añade una mónada, es decir, una unidad, hacen el quincuagésimo día, que se denomina fiesta de Pentecostés. De manera similar asimismo, setenta semanas, añadida la perfección de una sola década, dan el número de quinientos. Pero cuanto más son setenta semanas que siete, tanto más excelente y perfecto es el número quinientos que el cincuenta. Por esto también en la parábola del Evangelio, que hemos ofrecido más arriba, nuestro Salvador manifiesta que más ama aquel a quien se le perdonaron los quinientos denarios que debía, que aquel a quien (se le perdonaron sólo) cincuenta (cf. Lc 7,42-43).



[1] Es decir, la decisión que tomaron de combatir espiritualmente (cf. SCh 461, pp. 204-205, nota 1).