OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (554)

La parábola de la viuda y el juez inicuo

1863

Londres

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXIV (Nm 28 - 30)

La relación de las almas “femeninas” con sus guías y custodios 

3.3. Pero si el alma todavía fuera de género femenino, sobre la cual domine en los votos el marido o el padre, no siempre reside la culpa en ella, sino que en ocasiones recae sobre los maridos o sobre los padres. Aunque esto es difícil de concretar, sin embargo presentaremos las cosas que, por generosidad del Señor, se nos puedan ocurrir. Con frecuencia hemos dicho respecto de las almas que están en la Iglesia de Dios, que su cuidado y custodia se tiene mediante los ángeles, los cuales hemos mostrado que también han de acudir al juicio con los hombres, para que en aquel examen divino conste si los hombres han pecado por desidia suya o por negligencia de sus guías y custodios. Me parece, por consiguiente, que también en este lugar se designa y muestra bajo el misterio, que algunas almas sin duda se comportan bajo los votos como hijas; otras, como esposas, según la distinción que hemos hecho más arriba. Entonces, si una de ellas desea ofrecer algo y hacer un voto a Dios, si lo que promete es precipitado y menos apto, compete al ángel, como custodio y guía, reprimir y rechazar la audacia del que hace el voto. Si, en cambio, el que lo oye no lo reprendiese, no le advirtiese, el alma se libera de la culpa, mientras que él permanece responsable del voto.

Situación de los que están en “vías de perfección”

3.4. Respecto de lo que hay que hacer con los inferiores, procede tener esto en cuenta. En lo tocante a los que están en vías de perfección, el mismo Dios los asiste, como está escrito acerca del pueblo de Israel: “El propio Señor los conducía” (cf. Ex 12,51). Sin embargo, una vez que pecaron y se hicieron a sí mismos inferiores, son encomendados a un ángel. Por ello decía Moisés: “A no ser que vengas tú con nosotros, no me hagas salir de aquí” (cf. Ex 33,15). Pero a propósito de otro, dice Dios: “Con él estoy en la tribulación” (Sal 90 [91],15); y dice en otro lugar: “No temas descender a Egipto, porque yo estaré contigo” (cf. Gn 46,3-4). A los justos, por consiguiente, y a los elegidos, el propio Dios los asiste; pero a los inferiores los asisten los ángeles, según hemos dicho más arriba, gobernándolos y ocupándose de ellos, y algunas veces trasladando los votos de aquéllos a sí mismos, y otras veces, en cambio, dejándolos sobre ellos.

Conclusión de la homilía: tender hacia la perfección en Cristo

3.5. Pero nosotros debemos dirigirnos a encontrarnos con el hombre perfecto, a la medida de la plena madurez de Cristo (cf. Ef 4,13), a usar de la libertad de los votos y así apresurarnos a unirnos al Señor, para que, más bien que con un ángel, seamos un solo espíritu con Él (cf. 1 Co 6,17), de modo que Él permanezca en nosotros y nosotros en Él (cf. Jn 15,4), y no haya nada de femenino o de la edad infantil en nosotros, ni necesitemos ser entregados por el Padre bajo tutores y procuradores (cf. Ga 4,2), sino que corramos a escuchar la voz de nuestro Señor y Salvador, que dice: “El Padre mismo los ama” (Jn 16,27). A Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén (cf. Rm 11,35).