OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (553)

Jesús cura a diez leprosos

Hacia 1030-1050

Evangeliario

Echternach, Luxemburgo

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXIV (Nm 28 - 30)

Diversas clases de votos

2.5. Esos son, pues, los votos que debe cumplir aquel que se llama hombre-hombre. Conozco diversos votos que se refieren en las Escrituras. Ana prometió a Dios el fruto de su vientre, y consagró a Samuel al templo (cf. 1 S 1,11. 28). Otro prometió a Dios lo que saliera a su encuentro al volver después de una victoria, y, saliéndole al encuentro su hija, cumplió el voto para ser llorado (cf. Jc 11,31. 35). Otros ofrecieron a Dios terneros, carneros, casas u otras cosas semejantes, carentes de razón.

El voto más grande para Dios es la propia consagración a Él

2.6. Sin embargo, aquél que se llama Nazareo, se ofrece a sí mismo a Dios; porque éste es el voto del nazareo, que está sobre todo voto. Puesto que el ofrecer un hijo o una hija o un animal o una propiedad, todo eso está fuera de nosotros; mientras que ofrecerse a sí mismo a Dios y agradarle no por trabajo ajeno, sino a propia costa, eso es más perfecto y eminente que todos los votos; y quien lo hace, es imitador de Cristo (cf. 1 Co 11,1). Porque Dios dio al hombre la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos (cf. Hch 14,15). Para su servicio y para servicio de los hombres les concedió el cielo y también el sol, la luna y las estrellas; las lluvias, los vientos y todo lo que hay en el mundo lo regaló a los hombres. Pero después de todo esto, se dio a sí mismo: “Porque de tal modo amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo unigénito” (Jn 3,16), por la vida de este mundo. ¿Qué cosa grande hará, por tanto, el hombre si se ofrece a Dios, cuando el mismo Dios se ofreció antes a él?

Qué significa consagrarse a Dios por medio de un voto

2.7. Si, por consiguiente, tomas tu cruz y sigues a Cristo (cf. Mt 10,38); si dices: “Vivo yo, mas ya no yo, sino que vive de verdad Cristo en mí” (Ga 2,20); si desea nuestra alma y está sedienta (cf. Sal 41 [42],3) de volver y estar con Cristo (cf. Flp 1,23), como decía el Apóstol, y no se deleita con las seducciones del mundo presente; y si cumple espiritualmente todas las normas establecidas para los nazareos, entonces se ha ofrecido a sí mismo -es decir, su propia alma- a Dios. El que vive en castidad, ha dedicado su cuerpo a Dios, según aquél que dijo: “La virgen, en cambio, piensa cómo ser santa en el cuerpo y en el espíritu” (1 Co 7,34). Puesto que eso mismo que dijo, santa, mira hacia esto: porque santos se dicen aquellos que se han consagrado a Dios. De aquí que también el carnero, por ejemplo, si se consagra a Dios, se denomine santo, y no sea lícito esquilarlo para usos comunes. Y también el novillo, si se le dedica a Dios, también se llama santo, y no es lícito uncirlo para un trabajo habitual. De todo esto concluimos qué significa que el hombre se consagre a Dios. Si te consagras a Dios, debes imitar al novillo, a quien no le es lícito dedicarse a trabajos humanos, hacer nada de lo que atañe a los hombres y a la vida presente. Más bien lo que pertenece al alma y a la observancia del culto divino, eso es lo que tú debes realizar y pensar.

Los votos del hombre y de la mujer

3.1. Pero mientras tanto, la presente lectura contiene algunas diferencias de votos. Porque si el que hace el voto es un varón (cf. Nm 30,3), se dice que es libre en sus votos, y no está sujeto a nadie. Si en cambio hace el voto una mujer (cf. Nm 30,4-6), si está en casa de su padre, su voto depende de la voluntad de su padre; y, si él rehúsa, ella queda libre; pero en el caso de que no se oponga, tanto él como la hija quedan obligados. Y si, una vez que el padre no se había opuesto, no mantiene ella el voto, el pecado de la hija permanece sobre él. Algo semejante se establece respecto del marido (cf. Nm 30,7-9), de modo que, si la esposa hiciese algún voto en casa del marido, y, oyéndolo el marido, no lo rechazara, sería responsable del voto juntamente con la esposa; pero si se opusiera, sería libre la esposa y también el marido; pero si callase, ambos son culpables, como hemos dicho. Éstas son las cosas que están escritas.

Almas pequeñas y almas adultas

3.2. Pero hemos de orar a Dios por nosotros, para que se digne dar entendimiento digno de sí, por el que podamos pensar correctamente estas cosas, como procede entender las palabras de Dios. Todos los que vivimos bajo la Ley de Dios y estamos en su Iglesia, nos movemos unos bajo los padres, y otros bajo los maridos. Y si ciertamente nuestra alma es pequeña y tiene sus inicios en las erudiciones divinas, se cree que ésta debe estar bajo el padre. Si, en cambio, ya se ha hecho adulta, de modo que pueda ser para el varón, para concebir la semilla de la palabra de Dios[1]y captar los secretos de la doctrina espiritual, ésta se dice puesta bajo el marido. Porque así también decía Pablo sobre los Corintios: “Quiero presentarles a Cristo a todos ustedes, como una virgen casta a un solo marido” (2 Co 11,2). De los que son más perfectos y eminentes entre éstos, no se dice que están bajo el marido, sino que, oye cómo habla Pablo de sí mismo y de los que son semejantes a él: “Hasta que lleguemos -dice- todos al hombre perfecto, según la medida de la edad de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13). A esa alma, por tanto, que alcanza el estado de hombre perfecto, nadie la domina en los votos, sino que tiene poder y libertad sobre sus votos.



[1] O, tal vez, podría traducirse por: la semilla del Verbo de Dios (semen verbi Dei).