OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (551)

Parábola del rico epulón y el pobre Lázaro

Hacia 1035-1040

Evangeliario

Reichenau, Alemania

 

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXIV (Nm 28 - 30)

Sobre los sacrificios que en cada festividad se mandan ofrecer, y sobre los votos que se hacen a Dios

1.1. Todos los que han de imbuirse de enseñanzas eminentes, soportan mal el trabajo de los rudimentos mientras ignoran cuál es el fin y el fruto de aquella disciplina a la cual son introducidos. Pero cuando, llevados gradualmente, consiguen la perfección de la disciplina, entonces les agradará el haber soportado las molestias de los rudimentos. Hay también, por tanto, en las cosas santas y divinas ciertos primeros rudimentos, por los cuales deben pasar los que tienden a la perfección de la bienaventuranza. El siervo de Dios lo designa con evidencia en el cántico del Éxodo, diciendo: “Introduciéndolos, plántalos en el monte de tu heredad, en tu morada preparada, que preparaste, Señor” (ex 15,17). También el Apóstol Pablo, sabiendo que hay algunos comienzos de que imbuirse y que después sucesivamente también se llega a la perfección, escribiendo a algunos, decía: “Cuando deban ser ya maestros por razón del tiempo, tendrán de nuevo necesidad de que les enseñen cuáles son los elementos iniciales de las palabras de Dios, y se volverán de aquéllos que tienen necesidad de leche, no de comida sólida. Porque todo el que se alimenta de leche no participa de la palabra de la justicia, puesto que es un niño. Propio de los perfectos, en cambio, es la comida sólida, que, por la práctica[1], tienen ejercitados los sentidos, para discernir el bien del mal” (Hb 5,12-14). Y de nuevo, en otros lugares, recuerda que la letra de la Ley, y del mismo modo toda la Escritura, son principios del mundo (cf. Ga 4,3. 9; Col 2,8. 20).

Necesidad de una lectura de las Escrituras que remueva el velo puesto en la lectura del Antiguo Testamento

1.2. Y también ahora las enseñanzas que pertenecieron a aquellos que se imbuían de los primeros principios, nos parecen molestas la primera vez que las oímos; pero a cada uno de los oyentes que quiere aprender estas cosas que pertenecen a la salvación, cuando se lee (la palabra) sobre los sacrificios de carneros, machos cabríos y toros, juzgan que tales escritos no le reportan nada de utilidad en cuanto respecta al texto mismo escuchado. Si, en cambio, se encuentra alguno que pueda remover el velo que está puesto en la lectura del Antiguo Testamento (cf. 2 Co 3,14), y después escrutar cuáles son los verdaderos sacrificios que purifican al pueblo en los días de fiesta, entonces verá qué admirables y magníficas son las realidades que por estas palabras se indican, y que parecen superfluas y supersticiosas a los ignorantes.

Pero sin duda Pablo, y aquellos que sean semejantes a él, los han conocido de modo más pleno y perfecto de la Sabiduría misma y del Verbo de Dios; en lo que atañe a nosotros, todo lo que podamos deducir de las mismas Escrituras, en las cuales como por sombra e imagen nos han dado ciertos indicios, intentaremos discutir sumariamente para común edificación algunos aspectos sobre el rito de los sacrificios.

Las víctimas expiatorias de los sacrificios de la Primera Alianza. El cordero

1.3. En la festividad de la Pascua está escrito que es un cordero el que purifica al pueblo (cf. Nm 28,19 ss.; 29,2 ss.); en otras, un novillo[2] (cf. Nm 28,11; 29,13 ss.); en otras, un macho cabrío o un carnero, una cabra o una ternera, como han aprendido por lo que se ha leído. Por tanto, uno de estos animales que se escogen para purificar al pueblo, es el cordero; cordero que se dice que es el mismo Señor y Salvador nuestro. Puesto que así lo entendió Juan, que es el mayor de todos los profetas (cf. Lc 7,26), y que lo señaló, diciendo: “He ahí el cordero de Dios, he ahí el que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Y si el cordero que se ha dado para purificar al pueblo se refiere a la persona del Señor y Salvador nuestro, consiguientemente parece que también el resto de los animales que han sido destinados a esos mismos usos de purificación deben referirse igualmente a otras personas que aporten algo para la purificación al género humano. 

El sentido figurado de las víctimas expiatorias

1.4. Mira, por consiguiente, si es que, lo mismo que el Señor y Salvador nuestro, como cordero llevado al matadero (cf. Hch 8,32; Is 53,7) y ofrecido en el sacrificio del altar, logró para todo el mundo la remisión de los pecados, así también lo sea la sangre de los demás santos y justos que fue derramada, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre del profeta Zacarías, que fue asesinado entre el templo y el altar (cf. Mt 23,35): la sangre del uno, como de una ternera; la del otro, como de un macho cabrío o de una cabra; o la de algún otro, derramada para expiar por una parte del pueblo. Estas cosas, por tanto, parece que, o bien han de ser referidas a las personas de los justos y de los profetas, que en este mundo han sido inmoladas, o a las personas de los que dicen: “Puesto que por ti somos destinados todo el día a la muerte, somos considerados como ovejas de matanza” (Sal 43 [44],23), o bien asimismo a las potencias superiores, a las cuales ha sido confiada la custodia del género humano. ¿Quién osaría afirmarlo a la ligera? Porque ni ha de juzgarse que estos animales se refieren a aquella o a aquella otra persona por su apariencia, sino en razón de su sentido figurado.

El sacrificio expiatorio de Jesucristo

1.5. Puesto que también el mismo Señor Jesucristo no se dice cordero como quien ha sido cambiado y convertido en apariencia de cordero. Más bien se dice cordero porque su voluntad y bondad, por la que volvió propicio a Dios en favor de los hombres y concedió la indulgencia a los pecadores, ha sido tal para el género humano como la víctima inmaculada e inocente de un cordero, por la cual se cree que la divinidad es aplacada en beneficio de los hombres.

Así, por tanto, en el caso de que uno de los ángeles o de las potencias celestiales o uno de los hombres justos o también uno de los santos profetas o de los Apóstoles que intervenga ardientemente por los pecados de los hombres para volver propicio a Dios, puede admitirse que ése fue ofrecido en sacrificio para pedir la purificación del pueblo[3], como un carnero o un ternero o un macho cabrío (cf. Nm 28,19. 21). ¿O no parece que Pablo se ofreció en holocausto como carnero o como macho cabrío por el pueblo de Israel, cuando decía: “¿No deseaba yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, que son mis consanguíneos según la carne?” (Rm 9,3). ¿Quieres saber que Pablo se ofrece como víctima para degollar? Escúchale a él, que dice en otros lugares: “Porque ya estoy para ser inmolado, y se acerca el tiempo de mi disolución o, -como leemos en los códices griegos, de mi retorno-” (cf. 2 Tm 4,6)[4].

El pecado exige la propiciación

1.6. Así, por consiguiente, figuradamente puede verse que, para reconciliar a los hombres con Dios, se ofrece un (sacrificio) por la festividad de las Primicias, otro por la festividad del Sábado, otro por la festividad de los Tabernáculos, sea un macho cabrío, un ternero o bien un carnero. Porque mientras hay pecados, es necesario buscar víctimas por los pecados. Supón por ejemplo que no hubiese pecado. Si no hubiese pecado, no hubiera sido necesario que el Hijo de Dios se hiciese cordero, ni sería necesario que, puesto en la carne, fuese inmolado, sino que hubiera permanecido eso que era en el principio, Dios, el Verbo (cf. Jn 1,1).

Pero como entró el pecado en este mundo (cf. Rm 5,12; Sb 2,24), la fuerza[5] del pecado requiere la propiciación, y como la propiciación no se hace sino por la víctima, fue necesario proveer una víctima por el pecado. Y, puesto que de ese pecado hubo diversas y variadas clases, se prescriben víctimas de diversos animales, sin duda los que convendrían a las variedades de pecados. Así, entonces, uno de los santos o de los ángeles, como hemos dicho, o de los hombres, se vuelve el ternero que en aquella festividad interviene por los delitos del pueblo; otro en cambio se vuelve el carnero en otra festividad, por cuya intercesión se haga la purificación por los pecados.

“Las víctimas existen en función de los pecados”

1.7. Y si los hombres pudieran purificarse de los pecados y ser más puros, disminuirían las víctimas. Puesto que si las víctimas existen en función de los pecados, no hay duda de que por la multitud de los pecados se multiplican, y por su exigüidad disminuyen. De esto tenemos indicios en los lugares de la Escritura que tratamos, o sea, en la última fiesta, la de las Tabernáculos, cuando se mandan ofrecer víctimas durante ocho días (cf. Nm 29,12 ss.). El primer día, como si todavía se estuviera en la abundancia de los pecados, se mandan ofrecer catorce terneros. En cambio, en el segundo día, disminuidos los pecados, disminuyen también las víctimas, y se ofrecen trece terneros. El tercer día, doce; y después de éste, once; y así, como si se redujera la multitud de los pecados con el paso de los días, por las purificaciones, disminuye también lógicamente el número de víctimas.

El Cordero que pudo quitar el pecado del mundo entero 

1.8. Así, por tanto, has de entender el proceso de la purificación según la dispensación de todo el mundo: necesitan de purificación no solo las cosas que están en la tierra, sino también las que están en los cielos. La perdición amenaza también a los cielos, puesto que así dice el profeta: “Los cielos perecerán y todos envejecerán como una vestimenta, y como un amito los envolverás y se cambiarán” (Sal 101 [102],27). Considera, por consiguiente, la purificación de todo el mundo, esto es, de los seres celestiales, terrenos e infernales (cf. Flp 2,10); ¡fíjate cuánto necesitarán todos éstos de víctimas, cuántos terneros requerirán, cuántos carneros, cuántos machos cabríos! Pero entre todos éstos, uno solo es el cordero que pudo quitar el pecado de todo el mundo (cf. Jn 1,29); y por eso cesaron las otras víctimas, porque tal fue esta víctima, que ella sola bastara para la salvación de todo el mundo. 

“Degollemos sacrificios espirituales”

1.9. Porque los demás perdonaron los pecados con las plegarias; solo éste (perdonó) por su poder; porque decía: “Hijo, perdonados te son tus pecados” (Mt 9,2). Así, entonces, el mundo aprende a buscar la remisión de los pecados, en primer lugar por las diversas víctimas, hasta que venga la víctima perfecta, la víctima consumada, el cordero de un año, perfecto, que quite el pecado de todo el mundo (cf. Ex 12,5; Nm 29,13; Jn 1,29), por el que celebrar festividades espirituales, no para la satisfacción de la carne, sino para el progreso del espíritu, ofrecidos sacrificios espirituales por la purificación de la mente. Porque corresponde inmolarle a Dios la víctima del corazón y degollar la víctima de un espíritu contrito (cf. Sal 50 [51],19), no de carne y de sangre, porque “aunque alguna vez hemos conocido a Cristo según la carne, ahora ya no le conocemos (así)” (cf. 2 Co 5,16), y por eso celebremos el día de fiesta en el espíritu y degollemos sacrificios espirituales.

Según nuestras fuerzas, hemos tratado estas cosas sobre la diversidad de sacrificios, cuyo sentido claro conoce aquél a quien todo es patente y descubierto, y no hay criatura alguna invisible a sus ojos (cf. Hb 4,13).



[1] Una traducción muy literal del texto latino podría ser: según su capacidad de digestión (pro possibilitate sumendi).

[2] Vitulus, que también podría traducirse por becerro o ternero.

[3] Lit.: en expiación divina (pro repropitiatione divina).

[4] Sobre esta cuestión de la variante del texto de 2 Tm, ver la extensa nota en SCh 461, nota 1, pp. 160-161. El término griego, analysis, es susceptible de diversas traducciones: desatadura, disolución, partida, muerte.

[5] Necessitas: necesidad, violencia con que se obliga a un reo en el tormento. Otras traducciones posibles: lógica del pecado, fatalidad del pecado.