OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (550)

Parábola del administrador deshonesto

Siglo XIX

Bolton, Inglaterra

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXIII (Nm 28,1–29,39)

Octava festividad: la fiesta de la Expiación

10. Hay todavía también otra festividad, cuando afligen sus almas (cf. Nm 29,7 Vulgata) y se humillan ante Dios celebrando la fiesta. ¡Oh admirable festividad: se llama día de fiesta la aflicción del alma! Porque éste, dice (la Escritura), es día de propiciación (cf. Nm 29,11), el décimo día del mes séptimo. Mira, por tanto, si quieres celebrar el día de fiesta, si quieres que Dios se alegre por ti, aflige tu alma y humíllala. No le permitas cumplir sus deseos ni le concedas andar vagando en sus voluptuosidades, sino que, en cuanto puedas, aflígela y humíllala. Finalmente, también la fiesta de Pascua y de los Ácimos se dice que tiene el pan de la aflicción (cf. Dt 16,3), y no puede alguien celebrar el día de la fiesta a no ser que coma el pan de la aflicción y coma la Pascua con amargura. Porque “comerán -dice (la Escritura)- los ácimos con amargura” (Ex 12,8), o con hierbas amargas. Ves, por tanto, cuáles son las festividades de Dios: no permiten dulzura corporal, no quieren nada relajante, nada voluptuoso o lujurioso, sino que reclaman la aflicción del alma, la amargura y la humildad, porque quien se humilla, será exaltado ante Dios (cf. Lc 14,11). Esto, por consiguiente, requiere el día de la Propiciación: cuando sea afligida el alma y humillada ante el Señor (cf. St 4,10), entonces Dios se le volverá propicio y vendrá a ella aquel que puso Dios como propiciador por la fe en su sangre (cf. Rm 3,25), Cristo Jesús, su Señor y Redentor.

Novena festividad: la fiesta de los Tabernáculos

11.1. Ahora veamos cuál es el último día de fiesta de Dios, por el que Dios se alegra en razón del hombre. Dice (la Escritura) que es el de las Scenopegia[1]. Se alegra, por tanto, por ti, cuando te ve en este mundo habitando en tabernáculos, cuando te ve que no tienes el alma fijada y establecida, (ni) un propósito sobre la tierra[2], ni deseoso de las cosas que son terrenas, ni la consideración de una sombra de esta vida (cf. Hb 10,1) como posesión propia y perpetua, sino como puesto en tránsito hacia aquella verdadera patria, apresurado hacia el paraíso, de donde saliste, y diciendo: “Extranjero soy y peregrino, como todos mis padres” (Sal 38 [39],13). Porque en tabernáculos habitaron también los padres, y Abraham en cabañas, esto es, en tabernáculos habitó con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa (cf. Hb 11,9). Cuando, por consiguiente, seas extranjero y peregrino en la tierra y no esté tu mente fija y radicada en los deseos terrenos, sino que estés preparado para emigrar en seguida y para dirigirte siempre a lo que está delante (cf. Flp 3,13), hasta que llegues a la tierra que mana leche y miel (cf. Ex 33,3) y recibas la herencia de las cosas futuras; si Dios te ve -dice (la Escritura)- puesto en estas cosas, se alegrará por ti y celebrará el día de fiesta por ti.

Las verdaderas fiestas son las que celebraremos en la vida eterna

11.2. Esto, por cuanto respecta al presente; en lo tocante al futuro, si quieres considerar cómo se celebrarán los días de fiesta, si puedes, levanta de la tierra un poquito tus pensamientos y olvida un momento esto que tenemos ante los ojos. Imagínate cómo pasan el cielo y la tierra y pasa la figura de este mundo (cf. 1 Co 7,31), y se fundará un cielo nuevo y una tierra nueva (cf. 2 P 3,13). Retira también de delante de tus miradas la luz de este sol y da a aquel mundo que va a venir una luz siete veces mayor que la de este sol; o más bien, según la autoridad de la Escritura, dale al Señor mismo como Luz (cf. Jn 8,12). Pon a los ángeles que asisten a su gloria, pon virtudes, potestades, tronos, dominaciones, y todo nombre de las gloriosas potencias celestiales, no solo las que se mencionan en el mundo presente, sino también en el futuro. Entre todos estos, considera y conjetura cómo puedan celebrarse los días de fiesta del Señor, cuáles pueden ser allí las fiestas, cuáles los gozos, qué magnitud de alegría. Porque acerca de estas festividades espirituales que hemos referido más arriba, aunque son grandes y verdaderas, principalmente cuando se celebran espiritualmente en el alma, sin embargo lo son en parte, no de modo completo: puesto que, como dijo el Apóstol, en parte conocemos y en parte profetizamos (cf. 1 Co 13,9), de modo que, como consecuencia, celebremos el día de fiesta aquí solo en parte.

Conclusión: esperamos poder celebrar una festividad sin interrupción, para siempre

11.3. Pero para que sepas que estas cosas son así, volvamos a las palabras del propio Pablo, que se manifestó acerca de los días de fiesta y de las Neomenias, y mira cómo dijo atinadamente: “¡Que nadie, entonces, los juzgue -dice- por la comida o por la bebida o por causa de un día de fiesta parcial!”[3] (cf. Col 2,16). Fíjate, por tanto, diligentemente, cómo no dijo en el día de fiesta, sino un día de fiesta parcial. Ya que, puestos en este mundo, celebramos el día de fiesta en parte, y no íntegro; porque somos importunados, aunque no lo queramos, por el peso de la carne: somos excitados por sus concupiscencias, y somos penetrados hasta lo más íntimo[4] por sus preocupaciones y solicitudes. “Porque el cuerpo corruptible -como dice el muy sabio- sobrecarga el alma y deprime la mente con muchos pensamientos” (Sb 9,15). En parte, por consiguiente, celebran los santos el día de fiesta en este mundo, porque en parte conocen y en parte profetizan. En cambio cuando vengan las cosas que son perfectas, serán destruidas éstas que son en parte (cf. 1 Co 13,9). Porque como cede ante la perfecta ciencia la que es parcial, y ésta que es parcial cede ante la perfecta profecía, así también esta festividad que lo es en parte, cede ante la perfecta festividad. Puesto que no puede comprender qué es lo perfecto este mundo, donde, como hemos dicho, la necesidad del cuerpo reclama o bien la comida, o la bebida, o el sueño, o también suscita cualquier otra gran preocupación por una necesidad de la vida presente; cosas todas que, sin duda, interrumpen la continuación de la festividad de Dios.

Cuando en cambio llegue aquello que ha sido dicho de estas cosas que serán restablecidas en el lugar santo -en el caso de que nosotros merezcamos ser de aquellos que serán restablecidos, que ni pasarán hambre ni sed (cf. Ap 7,16), ni dormirán, ni trabajarán (cf. Si 16,27), sino que estarán siempre despiertos, como se dice despierta la vida de los ángeles-, cuando merezcan ser restablecidos en aquel orden, entonces será la verdadera e incorrupta festividad, de la que será el Príncipe, Esposo y Señor el propio Jesucristo nuestro Salvador, ¡al cual sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén! (cf. 1 P 4,11).



[1] Transliteración del término griego usado en la LXX: Schenopegía. La Vulgata suele traducir: Festivitatem o Sollemnitate Tabernaculorum, y de hecho solo, salvo error u omisión, en 1 M 10,21 y 2 M 1,9. 18, aparece el vocablo griego transliterado. La palabra griega que está a la base es skené: tienda, carpa, choza, cabaña, que opto por traducir tabernáculo, tal como aparece en la Vulgata. Así, a mi entender, se conserva el carácter “sagrado” de esta fiesta. Es claro que cuando el pueblo de Israel se estableció en la tierra prometida, la festividad se celebrará no más en carpas, sino en chozas o cabañas; se había pasado de una condición nómade a otra sedentaria. Cf. SCh 461, pp. 140-141, notas 1 y 2.

[2] Lit.: tierras (terras).

[3] El texto latino dice: in parte diei festi, como la Vulgata, que es una traducción literal del griego mérei (méros: parte), y que el texto de Col citado se traduce por: a propósito, con respecto.

[4] Trad. de terebro, verbo que significa: barrenar, taladrar, trepanar.