OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (543)

Parábola del rico insensato

Siglo XIX

Biblia

Bolton, Inglaterra

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXII (Nm 27,1-23)

Interpretación espiritual de los distintos grados de sucesión

2.1. Después de esto se establece la ley de Dios sobre la sucesión, de modo que primero suceda el hijo, la hija en segundo lugar, en tercero el hermano, en cuarto el hermano del padre; el quinto grado no designa ninguna persona determinada, sino a aquel que sea más cercano de toda la familia, para que suceda él (cf. Nm 27,11). En estas cosas el sentido de la historia es tan íntegro y perfecto, que no parece que requiera ninguna (explicación) desde afuera.

Sin embargo, si alguno es bien erudito en las leyes espirituales e, irradiado por una luz más plena de ciencia, puede entender estos diversos grados de las sucesiones y cómo el primer grado para conseguir la heredad celestial es el mérito de la doctrina y de la ciencia, que es el hijo varón; el segundo es la prerrogativa de las obras, que es la hija; el tercero es el de la compasión[1] e imitación de alguien, por lo que se le denomina el hermano. Puesto que hay algunos que espontáneamente y por propia iniciativa no hacen nada; sin embargo, puestos entre los hermanos, por imitación de los demás parecen hacer lo mismo que hacen aquellos que se mueven por su propia inteligencia. Se da, por tanto, también a éstos el tercer grado de heredad, bajo el título del nombre de hermano. 

Las realidades espirituales deben ser propuestas a quienes anhelan conocer el sentido de los misterios

2.2. El cuarto, que se denomina hermano del padre, puede quizás entenderse aquel orden de personas que intentan cumplir lo que oyen de sus padres y las tradiciones relatadas por los ancianos; y no tanto movidos por los propios pensamientos ni incitados por las advertencias de la doctrina presente, cuanto más bien amaestrados por la tradición o la sola costumbre de los ancianos, hacen sin embargo algo bueno. Como último grado se designa aquel que de algún modo fuera próximo a ellos; como si dijera bien ocasionalmente o por rectitud de doctrina, si alguno hiciese algo de bueno, no perderá la recompensa de su buena obra, sino que, por generosidad del Señor, recibirá el lugar de la heredad. Puede suceder que parezca un poco temerario el que hayamos supuesto estas cosas y las hayamos proclamado en público; sin embargo, no será algo absurdo, si las cosas espirituales se proponen a los espirituales (cf. 1 Co 2,13), que los volvamos emuladores y ansiosos de un entendimiento más escondido.

Moisés pide al Señor que un hombre lo suceda para pastorear al pueblo 

3.1. Después de esto (retorno) a la historia: se refiere una narración admirable y magnífica de sentido. Puesto que  se relata cómo dijo Dios a Moisés que subiera a la montaña, y allí, cuando contemplara toda la tierra de promisión, muriera allí (cf. Nm 27,12-14). Pero aquel que había tenido más preocupación por el pueblo que por él mismo, le pide al Señor que provea un hombre (cf. Nm 27,16) que dirija al pueblo: “No se haga -dice- esta asamblea como ovejas que no tienen pastor” (Nm 27,17). 

Significado espiritual de la contemplación de Moisés en la montaña 

3.2. Mira, por tanto, antes que nada, cómo quien es perfecto y dichoso no muere en el valle ni en una llanura de la tierra o en alguna colina, sino en la montaña, esto es, en un lugar alto y escarpado; porque la perfección y consumación de su vida la tenía en lo excelso. Pero también recibe la orden de contemplar con sus ojos toda la tierra prometida y examinarlo todo diligentemente desde aquella privilegiada situación, puesto que convenía que, al que había de conseguir la cumbre de la perfección, no le quedase nada desconocido, sino que tuviera noticia de todas las cosas que se ven y oyen. Por esto creo que lo que pueda conocer bajo su apariencia material, puesto en la carne[2], vuelto espíritu y pura inteligencia, podrá alcanzar velozmente, sus razones y sus causas, a la escucha y aprendizaje de la sabiduría. En efecto, ¿qué utilidad se le vería a que, a punto de dejar este mundo, y próximo a recibir el fin de esta vida, se le mostraran tierras y lugares, respecto de los cuales ni debía realizar un esfuerzo ni recibir gracia?

Jesucristo es el único justo, el que no cometió pecado

3.3. Me aterran las palabras que siguen, y me deja perplejo y tembloroso el que, sobre el gran Moisés, siervo y amigo de Dios (cf. Jos 1,7), al que habló Dios cara a cara (cf. Ex 33,11), por medio de quien fueron realizados signos y prodigios maravillosos, se refieran cosas tan graves y arriesgadas (cf. Nm 27,14). De hecho, ¿qué le dice Dios? “Y te unirás, dice (la Escritura), a tu pueblo también tú, como se reunió Aarón, tu hermano, en el monte Or” (Nm 27,13). Y, como exponiendo la causa de la muerte, le dice: “Porque han transgredido mi palabra en el desierto de Sin, cuando la asamblea se retrajo, para no santificarme. No me han santificado en el agua ante ellos” (Nm 27,14). ¿Así que también Moisés es culpable? También él incurrió en la falta de la trasgresión, también él ha estado sometido al pecado. Por ello creo que el Apóstol decía con franqueza: “Reinó la muerte desde Adán hasta Moisés” (Rm 5,14); puesto que llegó hasta Moisés, y ni a él le eximió. Y por eso opino que decía: “Entró el pecado en este mundo, y por el pecado la muerte, por cuanto todos pecaron” (Rm 5,12); y otra vez: “Dios encerró a todos bajo el pecado, para compadecerse de todos” (Rm 11,32). Pero “demos gracias al Señor nuestro Jesucristo, que nos libró de este cuerpo de muerte” (cf. Rm 7,24-25), de modo que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (cf. Rm 5,20). En efecto, ¿cómo habría podido liberar a alguien de los pecados Moisés, cuando también se le dice a él mismo: “Han transgredido mi palabra en el desierto del Sin, y no me han santificado en el agua ante los hijos de Israel” (Nm 27,14)?, para que sea manifiesto a todos que solo debe ser buscado el único que no cometió pecado, ni fue encontrado engaño en su boca (cf. 1 P 2,22).



[1] O: simpatía, conformidad (compassio).

[2] Lit.: puesto en la carne del cuerpo (in carne positus corporali).