OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (540)

La parábola del buen samaritano

Siglo VI

Evangeliario

Rossano, Italia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXI (Nm 26)

Interpretación alegórica de la distribución de la heredad que Dios concede a su pueblo

2.1. Dice, por tanto (la Escritura): “Según el número de personas se les dará en suerte mucho a los muchos, y se les dará una heredad pequeña a los que son pocos; a cada uno, según como ha sido censado, se le dará su heredad” (Nm 26,53-54; 33,54). Esto es lo que la historia enseña: si se tiene entre los pueblos una tribu más numerosa, hay que darle en suerte un mayor espacio de tierra; si, en cambio, posee un censo menor en número de personas, debe contentarse con una posesión más pequeña.

Pero puesto que la división y herencia de esta tierra decimos que representa[1] el aspecto terrenal y la figura de los bienes futuros (cf. Hb 10,1), y muestra el modelo de aquella herencia celestial que es esperada por fieles y santos, yo busco en aquella heredad que debemos esperar quiénes son los muchos y quiénes son los pocos, y encuentro que allí los pocos son considerados más dichosos que los muchos. Porque los que emprenden el camino por la vía ancha y espaciosa, que conduce a la perdición, se dicen (en la Escritura) muchos (cf. Mt 7,13); los que, en cambio, se mueven por la estrecha y angosta vía que conduce a la vida, se llaman los pocos (cf. Mt 7,14). Y también en otros lugares: “¡Qué pocos son los que se salvan!” (cf. Lc 13,23); y otra vez: “Donde se multiplica la iniquidad, se enfría la caridad de muchos” (Mt 24,12), no de los pocos. Pero en el arca que fue construida por Noé, donde se dan las medidas desde lo alto, en la parte inferior se pone una longitud de trescientos codos y la anchura de cincuenta (cf. Gn 6,15); pero según la construcción se eleva a lo alto, se restringe y se reduce a la medida de pocos codos, hasta el punto de que su parte más alta se consuma en el espacio de un solo codo. El motivo de esto es que en la parte inferior, donde se tenían los lugares amplios y espaciosos, estaban colocadas las bestias y animales domésticos, mientras que en las partes superiores estaban las aves, y en las más elevadas -las que eran angostas y estrechas-, allí se coloca el hombre racional. En cuanto a la cima, se cierra en un solo codo, porque todas las cosas se reducen a la unidad, que, sin embargo, designa el misterio de la Trinidad en el número de trescientos codos, y el hombre se sitúa próximo a este misterio, en cuanto racional y capaz de Dios. 

Los pocos que tienen más en el Señor 

2.2. Pero de aquí también descubramos las indicaciones de cuál sea la diferencia entre pocos y muchos. Pon todo el número del género humano y de entre todas las naciones elige los fieles: sin duda serán menos que la totalidad. Entonces de nuevo elige los mejores del número de los fieles: seguro que quedará un número muy inferior. Y asimismo de éstos que hayas elegido, elige aún a los más perfectos: encontrarás todavía menos. Y, cuanto más procedas a elegir, tanto más exiguos y poquísimos encontrarás, hasta que finalmente llegues a uno que confiadamente diga: “He trabajado más que ninguno” (1 Co 15,10)[2].

Aquéllos, por tanto, que por esta medida son los muchos, recibirán más tierra y una mayor herencia material; los pocos, en cambio, conseguirán una tierra exigua, porque tienen más en el Señor. Pero otros no recibirán absolutamente ninguna heredad terrena, si fueran dignos sacerdotes y ministros de Dios, porque el mismo Señor será totalmente su heredad (cf. Nm 18,20). ¿Y quién es de tal modo bienaventurado que reciba entre los pocos una exigua cantidad de tierra o entre los elegidos sacerdotes y ministros merezca recibir en suerte como única heredad al Señor? Ciertamente éstos también recibirán alguna tierra, para sus ganados (cf. Jos 14,4), pero de aquella tierra que está contigua a las ciudades y unida a las poblaciones.

Una multitud laudable

2.3. Esta expresión todavía puede, sin embargo, entenderse de otro modo: que la heredad se multiplicará a los muchos, porque un solo justo, en cuanto que es agradable a Dios (cf. Hch 10,35), cuenta por muchos. Finalmente, también está escrito: “Por un solo sabio será habitada la ciudad, pero las tribus de los inicuos quedarán arrasadas” (Si 16,4). Y un solo justo se considera por todo el mundo; en cambio, los inicuos, aunque sean muchos, son estimados ante Dios como pocos y de ningún valor.

Hay, por tanto, una multitud laudable, como vemos también que se dijo a Abraham, cuando (Dios) «lo sacó afuera y le dijo: “Mira al cielo, si puedes contar las estrellas, así será tu descendencia”» (Gn 15,5). En lo cual considera esto también: cómo el justo está dentro, y siempre mora en la interioridad, porque dentro, en lo secreto, ora al Padre (cf. Mt 6,6); y toda la gloria de la hija del rey, esto es, del alma real, está en lo interior (cf. Sal 44 [45],14). Pero, sin embargo, Dios lo saca afuera, ya que la situación lo exige y el orden de las cosas visibles lo requiere. De este modo, en consecuencia, puede ser que para estos muchos, que son multitud como las estrellas del cielo (cf. Hb 11,12), se multiplique la heredad; y para aquellos pocos, a saber, los que, aunque en número son muchos, sin embargo por la indignidad de su vida y por su vileza se tienen como pocos, se les conceda una exigua heredad.



[1] Lit.: tiene la especie (speciem dicimus tenere).

[2] Este pasaje muestra “la propensión de Orígenes a establecer una jerarquía de grados de santificación entre los fieles… Puede decirse que, en el caso presente, la imagen del arca muy complacientemente trabajada impulsa a nuestro autor a introducir entre los perfectos y los menos perfectos grados de valor, y a poner en la cima, de manera sorprendente, como personaje único, a un san Pablo inesperado…” (SCh 461, pp. 70-71, nota 1).