OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (539)

Los setenta apóstoles

Siglo XV

Monte Athos

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXI (Nm 26)

Sobre el segundo censo del pueblo 

1.1. Estamos leyendo los Números y, en la lectura anterior, la falta de tiempo nos ha impedido decir también algo del segundo censo; pero ahora es conveniente volver a lo omitido o excluido[1].

Así, entonces, por mandato del Señor se censó por primera vez el pueblo, pero como aquéllos, que habían sido admitidos en primer lugar, cayeron (cf. 1 Co 10,5) por su persistencia en los delitos; ahora el segundo pueblo, que sucedió en lugar de los caídos mediante una generación nueva, es llamado al censo, y lo que no se había dicho de aquellos primeros, se dice sobre éstos. Porque, una vez que fue contado el número por tribus, clanes, casas y familias, le dice el Señor a Moisés: “A éstos se les distribuirá la tierra por suerte, según el número de nombres[2]. A los que son muchos, se les dará mucho en suerte, mientras que a los que son pocos les darás poca heredad” (Nm 26,53-54). Si hubiese sido dicho de los anteriores que a éstos se les distribuirá la tierra por suerte, sí que sería falso, ya que aquéllos cayeron en el desierto, por sus delitos. Lo que no fue dicho, por tanto, de los primeros, se dice de los siguientes, para los cuales se han cumplido todas las promesas.

Jesucristo sabe cómo distribuir a su pueblo 

1.2. Pero no quiero que pienses que estas cosas terminan en la sola historia del texto: son misterios, que han sido escritos por medio de la imagen de la Ley. Puesto que se rechaza el primer pueblo, el que está en la circuncisión, y se introduce el segundo, que ha sido congregado de entre las naciones, y éste es el que consigue la heredad paterna. ¿Y de quién la consigue? No de Moisés, sino de Jesús. Pues Moisés, aunque también da a algunos la heredad, no la da para aquí del Jordán ni en absoluto pasa el Jordán, sino que da la tierra más allá del Jordán, no la que mana leche y miel (cf. Jos 5,6), sino otra apta para las ovejas y que nutre mejor a los animales que no hablan y a los irracionales, que a los hombres racionales. En cambio, la tierra que da al segundo pueblo mi Jesús, es una tierra que mana leche y miel; mejor todavía, es un panal de miel, más valioso que cualquier tierra. Y Moisés ciertamente no da la heredad por azar ni por sorteo, ni puede sortear los méritos de cada uno según la decisión divina, por clanes y casas, familias y nombres (cf. Nm 1,20): eso solo lo hace Jesús, al cual el Padre entregó todo juicio (cf. Jn 5,22). Él sabe cómo distribuir a su pueblo no solo por tribus, familias y casas, sino también por nombres, para dar a cada uno una mansión digna y conveniente.

La heredad de los Levitas 

1.3. Hay, sin embargo algunos entre éstos que están por encima de la sumisión a suerte y no son conducidos en absoluto hacia el sorteo. Todos los levitas, esto es, todos los que con empeño y de modo continuado permanecen en el ministerio de Dios y, siempre velando, cubren las guardias en su servicio, no reciben su lote entre los demás; sino que su suerte no está en modo alguno en la tierra, sino que se recuerda que el Señor mismo es su suerte y su heredad (cf. Nm 18,20). Me parece que por éstos parece designarse a quienes, no debilitados[3] por ningún obstáculo de la naturaleza corporal, sino que habiendo superado la gloria de todo ser visible, pusieron ahí el uso y el ejercicio de vivir, en la sola Sabiduría de Dios y en su palabra, que no exigen nada corpóreo, nada ajeno a la razón. Desearon, en efecto, la Sabiduría, desearon el conocimiento de los secretos de Dios, y “donde está su corazón, allí está también su tesoro” (cf. Mt 6,21; Lc 12,34). Éstos, por consiguiente, no tienen la heredad en la tierra, sino que superan las cumbres más elevadas del cielo, y allí se deleitan siempre en el Señor, siempre en su palabra, siempre en su sabiduría y en el placer de su ciencia. Para ellos esta será su comida, ésta su bebida, éstas sus riquezas y éste será su reino. Por tanto, tendrán tales (bienes), y en estos gozos estarán aquellos cuya heredad será el mismo Señor.

“La tierra de los vivientes”

1.4. En cambio, los que son inferiores, y no llegaron a esta cumbre del progreso, recibirán la heredad de la tierra, aunque un poco más elevada y poderosa que cualquier otra. Se les promete, pues, la tierra de los vivientes (cf. Sal 26 [27],13), que por eso se dice tierra de los vivos, porque no conoce la muerte. Y éstos son sin duda grandes y éstos (son) bienaventurados, pero más bienaventurados son aquellos que ya no verán a Dios por un espejo y en enigma ni en sustancias corporales, sino cara a cara (cf. 1 Co 13,12), iluminados por la iluminación de la sabiduría y vueltos capaces de percibir la verdadera divinidad, por la pureza del corazón y teniendo su parte no en la criatura sino en el Creador, que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos (cf. Rm 9,5).



[1] Orígenes retoma el texto bíblico que había dejado de lado en la Homilía precedente (cf. Hom. XX,1.1). Pero no pensaba ni omitir ni excluir lo que ahora comentará, solo lo había postergado por ser mucho el material para la anterior predicación. Rufino, que suele dejarse llevar por el gusto del énfasis, por la necesidad de la simetría o de la armonía, recurre en ocasiones a ampliaciones de este tipo (SCh 461, pp. 60-61, nota 1).

[2] O: de personas.

[3] O: embotados (hebeto).