OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (537)

Procesión de Corpus Christi

Hacia 1400-1410

Leccionario

Glastonbury (?), Inglaterra

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XX (Nm 25,1-10)

Beelphegor significa infamia

3.4. Pero ellos “adoraron a los ídolos y se consagraron a Beelphegor” (cf. Nm 25,2-3). Beelphegor es el nombre de un ídolo que, entre los madianitas, era venerado sobre todo por las mujeres. Por tanto, en los misterios de ese ídolo se consagró Israel. Sin embargo, si buscamos más atentamente la interpretación de ese nombre en el onomástico hebreo[1], solo encontramos escrito que Beephegor es una especie de infamia[2]. Con todo, (el traductor) no quiso declarar qué desvergüenza ni de qué tipo o de quién fuese: creo que el intérprete atendió a la honestidad para no herir el oído de los oyentes. Por eso, cuando son muchos los tipos de infamia, cierta vileza de entre las muchas especies, se llama Beelphegor. Por lo cual debe saberse que todo el que comete algo infame y se desvía a alguna especie de impureza, se consagra a Beelphegor, demonio de los madianitas. Pero además, por cada uno de los pecados que cometemos, máxime si ya no pecamos por algún arrebato, sino con conciencia y complacencia, nos consagramos sin duda a aquel demonio que se ocupa de producir el pecado que cometimos. Y quizás nos acontece que estamos consagrados a tantos demonios cuantos son los pecados que cometemos, y en cada uno de los delitos adoptamos, por así decir, los misterios que llaman de aquel o aquel otro ídolo.

Debemos evitar ser consagrados a Beelphegor

3.5. Y quizás por eso decía el Apóstol: “El misterio de iniquidad ya está, en efecto, actuando” (2 Ts 2,7). Rondan, entonces, los espíritus malignos, y buscan de qué modo pueden seducir a cada uno (cf. 1 P 5,8) y consagrarlo a sus misterios por la atracción del pecado, y, sin que se dé cuenta ni lo entienda, por ejemplo, mediante el pecado de la fornicación lo introducen al demonio de los madianitas y lo consagran a Beelphegor, lo consagran a la deshonra. De modo semejante también por los otros pecados, como hemos dicho, los hombres se consagran a otros demonios.

Pero tú observa con más atención lo que está escrito, “detente en los caminos, pregunta cuáles son los caminos eternos del Señor y cuál es el camino bueno, y marcha por él” (cf. Jr 6,16), y no te acerques a las puertas de la casa del mal. Pero, si notaras que el espíritu maligno habla en tu corazón para conducirte a cualquier obra de pecado, comprende que te quiere conducir para consagrarte a algún demonio, te quiere conducir para que recibas los misterios diabólicos, los misterios de iniquidad. Y pienso que es esto lo que escribe el Apóstol: “En cambio, cuando eran gentiles, se dejaban llevar por la regla de los ídolos, según eran conducidos” (cf. 1 Co 12,2). ¿Por quién o por quiénes eran conducidos? Por espíritus, sin duda, malignos, eran conducidos a las obras de los pecados.

En la lucha contra el Maligno nos asiste un ángel del Señor

3.6. Escuchando esto un oyente atento, quizá diga: ¿entonces qué haremos? Si los espíritus malignos nos rodean a cada uno de nosotros y conducen y llevan al pecado, y no hay, en cambio, ningún otro que nos atraiga a la justicia, que invite y conduzca a la pureza, a la piedad, ¿cómo no parecerá que el camino que conduce a la perdición se muestra ancho (cf. Mt 7,13), pero en ninguna parte se nos ofrece ningún acceso para la salvación? Todo lo contrario: fíjate más atentamente, si puedes con los ojos del corazón (cf. Ef 1,18) abiertos considerar conmigo los misterios interiores, y verás en los secretos cuánto mayor cuidado se tiene de nuestra salvación que la fuerza que se despliega para la seducción. Nos asiste a cada uno de nosotros, incluso a los que son más pequeños en la Iglesia de Dios, un ángel bueno, ángel del Señor, que rige, que amonesta, que gobierna, que, para corregir nuestros actos y suplicar misericordia, ve cada día el rostro del Padre, que está en los cielos (cf. Mt 18,10), como el Señor indica en los evangelios. Y más todavía, según lo que escribe Juan en el Apocalipsis, preside a cada Iglesia en general un ángel, que o bien es alabado por las buenas acciones del pueblo, o bien culpado por sus delitos.

El alma debe elegir si obedece a los buenos o a los malos consejeros

3.7. En esto también me conmuevo, en la admiración del magnífico misterio, que Dios se preocupa tanto de nosotros, que incluso soporta que sus ángeles sean culpados y confundidos por nuestra culpa. Porque cuando un niño es confiado al pedagogo[3], si acaso apareciera instruido en las disciplinas poco decorosas y no según la nobleza paterna, en seguida recae la culpa en el pedagogo, y por parte del padre no se le reprocha tanto al niño como al pedagogo, a no ser que aquél fuera tan terco que haya despreciado las advertencias del pedagogo, e, inclinado a la lascivia y a la arrogancia, haya despreciado sus palabras saludables, obedeciendo más bien a aquellos que lo persuadían a la lujuria y lo incitaban a la lascivia.

En cuanto a lo que acontezca a aquella alma, apréndelo de las palabras del profeta: “Será abandonada -dice- la hija de Sión como una carpa en la viña, como la casita del guarda en un pepinar, como una ciudad que ha sido conquistada” (Is 1,8); y de nuevo: “Se le arrancará su vallado y será pisoteado, y lo saquearán todos los que pasan por el camino” (cf. Is 5,5), “y el jabalí salvaje lo devastará” (Sal 79 [80],14). Tendrá que padecer eso, si no da crédito a las advertencias del ángel que le ha sido puesto para su salvación. A su arbitrio está, por tanto, el alma, y es libre para inclinarse a la parte que quiera; y por eso es justo el juicio de Dios, porque libremente[4] obedece a los buenos o a los malos consejeros.

Jesucristo nos atrae hacia la salvación 

3.8. ¿Quieres que te muestre todavía con más amplitud a partir de las Divinas Escrituras, cómo hay mayor preocupación en Dios por la salvación del hombre, que en el diablo por su perdición? ¿Acaso no era suficiente la diligencia de los ángeles contra las insidias de los demonios y contra aquellos que arrastran a los hombres al pecado? El mismo Unigénito, el propio -digo- Hijo de Dios, está al lado, Él mismo nos defiende, Él mismo nos protege, Él mismo nos atrae hacia sí. Escucha cómo dice Él: “Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días, hasta la consumación del mundo” (Mt 28,20). No le basta estar con nosotros, sino que de algún modo nos hace fuerza para atraernos a la salvación; puesto que dice en otro lugar: “Cuando yo sea exaltado, atraeré todo hacia mí” (Jn 12,32). ¿Ves como no sólo invita a los que quieren, sino que atrae a los vacilantes? No asintió con aquél que quería ir a sepultar a su padre (cf. Mt 8,21), ni le dio un espacio de tiempo, sino que le dijo: “Deja a los muertos sepultar a sus muertos; tú sígueme” (Mt 8,22). Y dice en otro lugar: “Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios” (Lc 9,62).

“Arrastrados y forzados a la salvación” por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo

3.9. Y si todavía quieres conocer más de este misterio, te mostraré por las Escrituras que también el mismo Dios Padre no descuida la dispensación de nuestra salvación, sino que Él mismo no solo nos llama a la salvación, sino que también nos arrastra. Porque así lo dice el Señor en el Evangelio: “Nadie viene a mí, a no ser que mi Padre celestial lo atraiga” (cf. Jn 6,44). Pero también el paterfamilias, que envía sus siervos a invitar a los amigos a las nupcias de su hijo, después de que se le excusaron los primeros que habían sido invitados, dice a los siervos: “Salgan a las calles y callejones, y a los que encuentren oblíguenlos a entrar” (cf. Lc 14,21-23; Mt 22,3. 9). Así, por consiguiente, no solo somos invitados por Dios, sino que también somos arrastrados y forzados a la salvación.

Pero ni siquiera el Espíritu Santo falta en las dispensaciones de este tipo; porque también Él mismo dice: “Sepárenme a Pablo y a Bernabé para el ministerio para el que los he elegido” (Hch 13,2); y en otra ocasión le prohíbe a Pablo ir a Asia y de nuevo le fuerza a ir a Jerusalén, prediciéndole que allí le aguardan cadenas y cárceles (cf. Hch 16,6; 20,23; 21,11 ss.). Y, si los ángeles del Señor se sitúan alrededor de los que le temen, para librarles (cf. Sal 33 [34],8); si Dios Padre, si el Hijo, si el Espíritu Santo, no solo exhortan e incitan, sino que también nos arrastran, ¿cómo no va a tener mucho mayor cuidado por nuestra salvación, que la que los adversarios procuran para (nuestra) muerte[5]?

Sean dichas estas cosas a propósito de que el pueblo se consagró a Beelphegor.



[1] Lit.: en los nombres hebreos.

[2] El vocablo latino es turpitudo, que también puede traducirse por: infamia, vileza, impureza, deshonestidad.

[3] O: preceptor.

[4] O: por ella misma; o: por su voluntad. El latín dice: sponte.

[5] Traducción no estrictamente literal de la frase latina: quomodo non multo maior cura pro nobis geritur ad salutem quam ab adversariis procuratur ad mortem?