OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (535)

Pentecostés

Hacia 1030-1040

Bavaria, Alemania

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XX (Nm 25,1-10)

La regla de la exposición dada por Juan en el Apocalipsis

1.6. Pero puesto que Juan en su Apocalipsis, las cosas que han sido escritas en la Ley según la historia, las refiere a los misterios divinos, y enseña que en ellos se contienen ciertos sacramentos, parece asimismo necesario, según lo que él piensa, que nosotros también sigamos la regla de la exposición dada por él, y en primer lugar, recordemos aquellas cosas que, escribiendo al ángel de una Iglesia, dice: “Tienes allí algunos que siguen la doctrina de Balaam, que enseñó a Balac a sembrar el escándalo ante los hijos de Israel, para que comieran de las carnes inmoladas a los ídolos y fornicasen” (Ap 2,14). En consecuencia, en tiempos del Apóstol Juan, había algunos en aquella Iglesia a la que él escribía, que enseñaban la doctrina de Balaam. ¿Piensas que no hay que entender así que había en aquellos días quienes dijesen que enseñaban las cosas que Balaam enseñó, y que profesaran que eran doctores de los dogmas y tradiciones de aquél? ¿O más bien debemos entender que, si alguien hace las obras de Balaam, parece que enseña la doctrina de Balaam? Como de la doctrina de Jezabel, que se recuerda en el mismo Apocalipsis (cf. Ap 2,20), no porque enseñe alguna de las disciplinas de Jezabel, que aquella transmitiera, sino que si alguno, por ejemplo, persigue a los profetas de Dios, como ella hizo, o desvía a algunos hacia los ídolos, o hace perecer a los inocentes con falsas medidas, ese tal se dice que sigue la doctrina de Jezabel. Del mismo modo, por tanto, si alguien con malos consejos genera escándalo al pueblo de Dios, de modo que provoque la ofensa de Dios y la iracundia celestial sobre el pueblo, participando en los sacrificios de los ídolos o bien incitando a la deshonestidad y a la libidinosidad, se dice que éste sigue la doctrina de Balaam. También es, por consiguiente, detestable la fornicación del cuerpo. Porque ¿qué cosa, hay tan execrable como violar el templo de Dios (cf. 1 Co 3,16) y tomar los miembros de Cristo y hacer de ellos miembros de una meretriz? (cf. 1 Co 6,15).

La unión del alma con el Verbo de Dios

2.1. Sin embargo, es mucho más execrable aquella fornicación general en la que se contiene simultáneamente todo tipo de pecado. Se dice fornicación general cuando el alma que ha entrado en consorcio con el Verbo de Dios, y está asociada de algún modo por su matrimonio, se corrompe y es violada por algún otro que es ajeno y adversario de aquel varón que la desposó para sí en la fidelidad. Es, por tanto, un prometido y varón de alma limpia y pura el Verbo de Dios, que es Cristo el Señor, como escribe el Apóstol: “Quiero presentarlos a todos ustedes como una virgen casta a un solo esposo, Cristo. Pero temo que, como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así también se corrompan sus pensamientos respecto de la sencillez, que hay en Cristo Jesús” (2 Co 11,2-3). Por eso, mientras se une el alma a su Esposo, escucha su palabra y lo abraza, ciertamente recibe de Él mismo la semilla de la palabra; y, como Él ha dicho: “De tu temor, Señor, hemos concebido en el vientre”, así también dice ella: “De tu Verbo, Señor, he concebido en el vientre y he dado a luz y he producido el Espíritu de tu salvación sobre la tierra” (cf. Is 26,18)[1].

Si, por consiguiente, el alma concibe de este modo de Cristo, hace hijos, por los cuales se dice sobre ella que será salva por la generación de hijos, si permanecieren en la fe, en la caridad y en la santidad con sobriedad (cf. 1 Tm 2,15), aunque parezca que el alma haya sido seducida antes, como Eva (cf. 1 Tm 2,14). Es, por tanto, verdaderamente dichosa la descendencia, cuando haya sido efectuada la unión marital del alma con el Verbo de Dios y cuando se intercambien el mutuo abrazo. A partir de allí nacerá una progenie noble; de allí se originará la pureza, de allí la justicia, de allí la paciencia, de allí la mansedumbre y la caridad y una prole veneranda de todas las virtudes.

Los pecados son hijos del adulterio

2.2. Pero si el alma desdichada abandonase los santos esponsales del Verbo divino y, engañada por las seducciones del diablo y de otros demonios, se entregase a los abrazos adúlteros, engendrará sin duda también desde allí hijos, pero de aquellos de los que está escrito: “Los hijos de los adúlteros serán imperfectos, y será exterminada la descendencia del concubio inicuo” (Sb 3,16). Todos los pecados, por tanto, son hijos del adulterio e hijos de la fornicación.

Por donde se muestra que, por cada una de las cosas que hacemos, nuestra alma a luz y engendra hijos, a saber, el pensamiento y las obras que realiza. Y si lo que hace es según la Ley y según el Verbo de Dios, da a luz el Espíritu de salvación, y por eso se salvará por la generación de hijos, y éstos son los hijos de los que dice el profeta: “Tus hijos, como renuevos de olivos alrededor de tu mesa” (Sal 127 [128],3). En cambio, si lo que hace es contra la Ley y es pecado, sin duda por la concepción del espíritu contrario engendra una prole malvada; puesto que da a luz hijos de pecado. Y estos son los nacimientos malditos sobre los cuales por parte de algunos santos se maldice incluso el día en que nacieron (cf. Jb 3,1; Jr 20,14). 

Las dos procreaciones posibles del alma

2.3. Nunca sucede, por tanto, que esté sin dar a luz el alma: el alma siempre da a luz, siempre engendra hijos. Pero es sin duda bendita aquella descendencia que se engendra por concepción del Verbo de Dios, y ésta es la generación de hijos por la cual será salvada. Si en cambio, como hemos dicho, concibe del espíritu malvado, es seguro que parirá hijos de ira, preparados para la perdición (cf. Rm 9,22). Y tal vez a cada una de estas dos procreaciones del alma se refiera esto que ha sido dicho: «Cuando, en efecto, todavía no habían nacido y no habían realizado algo de bueno o de malo, para que permanezca el designio de Dios, que fue hecho según la elección, no por las obras, sino por el que llama, fue dicho que el mayor sirva al menor, como está escrito: “Amé a Jacob; pero tuve odio a Esaú”» (Rm 9,11-13; cf. Gn 25,23; Ml 1,2-3). Porque estas descendencias del alma, incluso antes de que hagan algo bueno, ya son amadas, ya que han sido engendradas por el Espíritu Santo; si, en cambio, lo han sido por el espíritu maligno, también antes de que realicen de obra algún mal, sin embargo por el hecho de que el alma ha dado a luz una tal voluntad, justamente es tenida por odiosa la execrable concepción de la voluntad malvada.

Por eso quizás en la figura de este misterio[2], también al niño Canaán, antes de nacer, se le maldice. Porque Cam, su padre, había pecado; y, profetizando Noé, cuando había destinado bienes magníficos a cada uno de sus hijos, al llegar a Cam dice: “Maldito el niño Canaán” (Gn 9,25). Cam pecó, y Canaán, su descendencia, es maldecida y maldita es. Y por eso debemos esforzarnos intensamente y prevenir, no sea que el alma genere algo que sea digno de maldición; y si incluso todavía no lo hubiese cumplido con obras, sin embargo, en su misma voluntad y propósito será de este modo maldita la descendencia. Y en el caso de que esto aconteciera alguna vez -porque ¿quién se hallará fácilmente que sea considerado inmune de la voluntad de pecar, en una generación de tal tipo?-; si, por tanto, sucediese algo semejante, busquemos en los divinos escritos qué remedio se dará. 

Estrellar los malos deseo contra la Roca, que es Cristo, apenas comienzan a crecer 

2.4. Encontramos escrito en los Salmos sobre esto: “¡Miserable hija de Babilonia!: ¡Dichoso el que te retribuye la retribución con que nos retribuiste!; ¡dichoso el que tomará y estrellará a tus niños contra la piedra!” (Sal 136 [137],8-9). Aunque este babilonio concebido en nosotros no haya realizado obra alguna, mientras todavía es pequeño, no tengas misericordia de él ni le perdones, sino mátalo en seguida –puesto que es odioso-, mátalo, estrellándolo contra la roca. La Roca es Cristo (cf. 1 Co 10,4). ¿Quién es, por tanto, tan grande y de tal calidad que no espere en absoluto a que crezca en él la prole de Babilonia ni aumenten en él las obras de confusión, sino que inmediatamente, en los primeros inicios, cuando apenas los deseos funestos concebidos por inspiración del espíritu (del mal) empiezan a nacer y a arraigarse por las mociones de la voluntad y, por decirlo así, cuando comienzan a sacar la cabeza de la vulva del alma para proferir perniciosos deseos concebidos por inspiración del espíritu maligno, los arrebate en seguida y estrelle contra la roca, esto es, los lleve a Cristo, para que, puestos ante su tremendo juicio, dejen de crecer y perezcan?



[1] Cf. SCh 461, p. 24, nota 1, sobre el modo en que Orígenes utiliza este texto.

[2] Sacramenti.