OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (531)

Jesús Buen Pastor

1525

Francia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XIX (Nm 24,20-24)

Otro texto bíblico sobre Amalec

1.7. Pero todavía aportaremos otra historia sobre Amalec, para que, a partir de diversos lugares de la Escritura, se advierta con más claridad lo que buscamos.

En el primer libro de los Reyes dice Samuel a Saúl: «El Señor me envió a ungirte como rey sobre Israel, su pueblo; y ahora escucha la voz de las palabras del Señor. Esto dice el Señor de los Ejércitos: “He reconsiderado todo lo que hizo Amalec contra Israel, cómo lo golpeó en el camino, cuando subía de Egipto. Ahora, por tanto, ve y golpea a Amalec y anatematiza todo lo que tiene, y no perdones, sino mata a todos, desde los hombres hasta las mujeres y los niños y lactantes, y los toros, los rebaños de ovejas, los camellos y los asnos”. Y dio Saúl órdenes al pueblo, y les pasó revista en Galaad, doscientos mil de infantería y tres mil hombres de Judá» (1 S 15,1-4). 

Saúl no cumple con el mandato del Señor

1.8. «Y fue Saúl a la ciudad de Amalec y puso trampas en el valle. Y dijo Saúl a Cíneo: “Vete y aléjate de en medio de Amalec, no sea que te mezcles con él; puesto que tú tuviste misericordia con todos los hijos de Israel, cuando subían del país de Egipto”. Y se retiró Cíneo de en medio de Amalec. Y atacó Saúl a Amalec desde Evila hasta Sur, que está de frente a Egipto. Y tomó vivo a Agag, rey de Amalec, y dedicó al anatema a todo su pueblo, al filo de la espada. Y Saúl y el pueblo perdonaron al rey Agag, y conservaron todo lo bueno de las ovejas y bueyes; y todo lo que era fecundo de las buenas ovejas no lo quisieron exterminar, pero lo que era vil y despreciable, eso lo dedicaron al anatema. Y le llegó la palabra del Señor a Samuel, en estos términos: “Me arrepiento de haber ungido rey a Saúl”» (1 S 15,5-11).

Debemos orar para vencer al Amalec invisible

1.9. También aquí, por tanto, observa cómo Dios manda por medio del profeta al rey Saúl que ataque a Amalec y no perdone a ninguno de ellos, y ya que perdonó a Agag, rey de Amalec, incurrió en una ofensa inexpiable, hasta el punto de mover a Dios a decir, contra lo que es propio de su naturaleza, me arrepiento de haber ungido rey a Saúl. No nos compete a nosotros, por consiguiente, perdonar a aquel que desvía al pueblo o lo aferra y devora; o sea, a aquel invisible Amalec, que se opone en el camino a los que quieren subir de Egipto y escapar de las tinieblas de este mundo y dirigirse a la tierra de promisión, y nos combate, y, si nos encuentra cansados, débiles, mirando hacia atrás y en los últimos y puestos en la cola, nos separa y nos hace perecer. Por eso hemos de tender siempre hacia delante, y correr hacia lo que está primero (cf. Flp 3,13-14); antes bien, debemos subir a la cumbre de la montaña y elevar siempre en oración las manos hacia el cielo, para que así finalmente sea vencido Amalec y caiga.

Es necesario triunfar sobre Amalec para llegar al Reino 

1.10. ¿Pero quieres saber que no se pasa a la Tierra Santa ni se llega al Reino, si no se vence antes a Amalec? David, habiendo librado muchas guerras y habiendo tenido acérrimas y frecuentes luchas contra los filisteos, con todo, no está escrito que haya conseguido el Reino antes de haber sometido a Amalec. Porque dice la Escritura: “Y volvió David, después de que hubo caído Amalec” (cf. 2 S 1,1); y recibió el reino de Saúl, cuando sin embargo del propio Amalec se refiere que antes había hecho muchas matanzas en el pueblo de Israel y había quemado gran número de sus ciudades (cf. 1 S 30,1-3).

Hay que combatir contra los Amalecitas, es decir, contra las potencias adversas

1.11. Porque ciertamente antes de la venida del verdadero David, aquel que nació del linaje de David según la carne (cf. Rm 1,3), los Amalecitas, que son las potencias adversas, hicieron en el pueblo de Israel muchos estragos espirituales. Incluso tomaron cautivas -dice- a las dos mujeres del propio David (cf. 1 S 30,5): considero que se refiere en primer lugar al pueblo Judío y en segundo al pueblo Gentil. Tanto los Judíos cuanto los Gentiles, consta que todos fueron encerrados en el pecado (cf. Rm 3,10; Ga 3,22). Pero el desastre no quedó así. Porque escucha lo que hará David al llegar: “Y encontró -dice- David a los Amalecitas dispersos, que comían, bebían y se alegraban por la presa que habían atrapado” (cf. 1 S 30,16); y cayó, dice, sobre ellos “desde primera hora de la noche hasta la tarde del día siguiente” (cf. 1 S 30,17). Y, después de esta matanza de los Amalecitas, al regreso recibió el reino (cf. 2 S 5,3).