OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (529)

La incredulidad de Tomás

Hacia 1503-1504

Londres (?)

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XVIII (Nm 24,10-19)

Moab y Seth

4.3. “Y destruirá a los príncipes de Moab” (Nm 24,17c). Moab es sin duda la nación cuyos príncipes, a nuestro entender, no son otros que las malignidades espirituales y los principados contra los que hemos de luchar. A ellos, por tanto, destruirá este hombre salido de Israel, cuando despoje a los principados y potestades y los clave en su cruz (cf. Col 2,14-15). Porque no hubiera podido salvar a los moabitas y conducirlos al conocimiento de Dios, a no ser que destruyera a aquellos príncipes que mantenían en ellos el dominio de la impiedad. “Y depredará a todos los hijos de Seth” (Nm 24,17d). Seth es hijo de Adán, sobre él dijo Eva cuando nació: “Dios, en efecto, me ha suscitado otra descendencia en lugar de Abel, a quien mató Caín” (Gn 4,25). Éste es, por consiguiente, Seth, del cual toma nombre todo ser humano en este mundo, puesto que los hijos de Caín perecieron en el diluvio. Son, por tanto, hijos de Seth todos los hombres que hay en este mundo. Y, cuando dice “depredará a todos los hijos de Seth”, entiende la presa tal como la hemos interpretado más arriba, donde está escrito: “Comerá a las naciones de sus enemigos” (Nm 24,8), y donde se compara a un cachorro de león y a un león (cf. Nm 24,9). 

“Cautivos de Jesús”

4.4. Y éste, por consiguiente, recibe como presa a todos los hijos de Seth. Vencidos sus adversarios, los demonios, a los hombres que estaban bajo su dominio, Cristo los conduce como presa de su victoria, y los vuelve a llevar como botín de salvación, según está escrito acerca de él en otros lugares: “Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad” (cf. Ef 4,8; Sal 67 [68],19; Col 2,15), o sea, aquella cautividad del género humano que había conquistado el diablo para la perdición, Él la llevó de nuevo cautiva, y de la muerte la devolvió a la vida. Ojalá, por tanto, que también a mí me tenga siempre cautivo Jesús y me conduzca como presa suya, para que esté ligado con sus ataduras, para que merezca también yo ser considerado cautivo de Cristo Jesús (cf. Ef 3,1), como Pablo se gloría de serlo.

Cuerpo y alma alcanzarán la vida eterna

4.5. “Y será Edom su heredad y será la heredad de Esaú, su enemigo” (Nm 24,18). Edom es lo mismo que Esaú (cf. Gn 25,30). Éste, según la historia, es enemigo de Israel, pero en la venida de Cristo, dice (la Escritura) también él será heredad suya, esto es, será admitido a la fe y no será excluido de la heredad de Cristo. Pero si lo consideramos espiritualmente, por Edom se entiende la carne, que lucha contra el espíritu y es su enemiga (cf. Ga 5,17). Por tanto, en la venida de Cristo, cuando la carne esté sometida al espíritu por la esperanza de la resurrección, también ella alcanzará a la heredad. Porque no sólo el alma, sino también la carne, que en otro tiempo había sido su enemiga, por la obediencia al Espíritu[1], será consorte de la herencia futura.

4.5.a[2]. “E Israel lo hizo con fuerza” (Nm 24,18). Esto es lo que dice, porque entonces Edom o Esaú, esto es, la naturaleza de la carne, será llamada a participar de la herencia, cuando Israel, o sea, el alma, haya actuado con virtud y haya sido adecuadamente colmada de virtudes. Porque si el alma no alcanzara las virtudes, sino que permaneciera en la desidia, tampoco la carne vendría a la heredad, sino al juicio de aquel que puede perder en la gehenna el alma y el cuerpo (cf. Mt 10,28).

La Sagrada Escritura no es de fácil interpretación

4.6. “Y surgirá de Jacob y hará perecer al rescatado de la ciudad” (Nm 24,19). Aquel -dice- que surgirá como estrella de Jacob, hará perecer al rescatado de la ciudad. No solo aquí, sino en casi todos los escritos proféticos, las cosas que se dicen se dicen con un lenguaje muy encubierto y oscuro. Porque no agradó al Espíritu Santo, que quiso escribir sobre estas cosas, que se expusiesen abiertamente y, por decirlo así, se pusieran a los pies de los imperitos para que las pisaran, sino que proveyó de modo que, cuando parezca que se poseen públicamente, sin embargo se custodien por la oscuridad de las expresiones, encerradas en arcanos y ocultas en secretos.

Y ahora, por tanto, lo que dice: “Hará perecer al rescatado de la ciudad”, a no ser que te fijes en la costumbre profética, sobre la que se afirma: “Ninguna profecía puede sujetarse a una interpretación privada” (2 P 1,20), parece de muy difícil comprensión. Veamos, con todo, si se puede explicar tal como sigue. 

Perder la vida en Cristo 

4.7. Entendamos aquí por ciudad este mundo, como se dice también en los Evangelios del hijo pródigo que dilapidó la herencia del padre, porque se dirigió -dice- a cierto personaje de la ciudad en aquella región, y, acogido por él, se le envía al campo, a cuidar cerdos (cf. Lc 15,15-16). Y esta ciudad, por consiguiente, de la cual era él un personaje, se entiende como este mundo. Así, el liberado de esta ciudad, esto es, aquel a quien Cristo libera de este mundo, pierde el mundo. Porque le dice: “Quien pierde su alma por mí, la salvará” (cf. Lc 9,24).

Jesús pierde, por tanto, con saludable perdición, a aquel al que liberará de la ciudad de este mundo. Y nosotros, si queremos acceder a la salvación y ser liberados de este mundo, debemos perder nuestras almas con una pérdida útil y necesaria. Puesto que pierde la vida según Cristo, quien refrena sus deseos, quien corta sus pasiones, quien castiga su lujuria y su relajación, y no hace absolutamente en nada su voluntad, sino la voluntad de Dios, y por eso se dice que perece el alma. Perece la vida anterior y comienza a conducir una nueva vida, que (es) en Cristo. Semejante a estas palabras son también aquéllas: “Si morimos con Él, viviremos con Él” (2 Tm 2,11); y aquellas otras: “Si han muerto a los elementos de este mundo, ¿por qué juzgan como los que viven en este mundo?” (cf. Col 2,20).

Por tanto, necesariamente también en estas palabras se afirma que pierde su alma en este mundo quien muere con Cristo; y quien así la perdiere, la encontrará sin duda allí donde dice el Apóstol que la vida de ustedes está escondida con Cristo en Dios (cf. Col 3,3), a quien (sea) la gloria por los eternos siglos de los siglos. Amén (cf. Ga 1,5).



[1] O: por su sumisión al espíritu (cf. SCh 442, p. 335).

[2] Indicación que agrego a la ed. de SCh.