OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (528)

Resurrección de Cristo

Siglo XIV

Homiliario

Alemania

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XVIII (Nm 24,10-19)

El ejemplo de Daniel y sus tres compañeros

3.5. Mas para que entendamos todavía con más amplitud que la sabiduría de toda ciencia proviene de Dios, pero que por la mala voluntad de los hombres o también por las corruptelas de los demonios, que mezclan corrupción a la sabiduría de Dios, declina al mal, releamos las cosas que en el libro de Daniel han sido escritas sobre el propio Daniel y de tres de sus amigos a los que el rey Nabucodonosor mandó que los instruyeran a lo largo de tres años, queriendo que se volvieran sapientísimos en su sabiduría, esto es, en la del país de los Babilonios. Allí, en efecto, está escrito: “Les dio el Señor la ciencia, el entendimiento y la habilidad en todo arte de la gramática; y a Daniel le dio entendimiento en toda palabra y visión y en los sueños; y estaban junto al rey, y con toda palabra, prudencia y disciplina, y en las ocasiones en que de ellos lo solicitó el rey, los encontró diez veces mejores de lo que eran los sofistas y filósofos, que estaban por todo su reino” (cf. Dn 1,17-20).

Conclusión de la explicación referente a la ciencia del Altísimo

3.6. Y estas cosas se tienen en los textos[1] de los Setenta; en cambio, en los de los códices hebreos he encontrado algo incluso más fuerte, de lo cual, aunque no lo utilicemos, sin embargo, a título de información diremos también aquí lo que leemos: “Les dio -dice- Dios inteligencia y prudencia en toda sabiduría gramatical; y Daniel supo entender en toda visión y en los sueños” (Dn 1,17); y un poco más adelante: “Y estuvieron -dice- en presencia del rey, y en toda palabra de sabiduría y disciplina sobre la que les preguntó el rey, los encontró diez veces superiores a todos los encantadores y magos que había en su reino” (Dn 1,20).

Por tanto, de todas esas cosas puede comprenderse cómo Balaam pudo decir de sí mismo: “El que conoce la ciencia del Altísimo” (Nm 24,16), o sea, para que se comprenda que el origen de toda ciencia ha recibido de Él el principio, pero por defecto de la malicia humana, insidiando y engañando los demonios, se han vuelto para perdición las cosas que habían sido concedidas para utilidad. Esto es lo que, según nuestras fuerzas, hemos podido aclarar sobre las palabras: “El que conoce la ciencia del Altísimo”.

“Se los mostraré, pero no ahora”

4.1. Después de esto, dice: “El que ve en sueños la visión de Dios, cuyos ojos han sido desvelados” (nm 24,16). Sobre esto hemos tratado suficientemente en la tercera visión, y por lo mismo sería ocioso repetirlo.

Veamos, entonces, qué es lo que dice en lo que sigue: “Lo mostraré, pero no ahora; lo declaro bienaventurado, y no se acerca” (Nm 24,17). En otros ejemplares se lee: “Lo veré, pero no ahora”, lo cual, si se acepta, más fácilmente se podrá entender que Cristo, sobre el cual dice en lo que sigue: “Se alzará de Jacob una estrella y surgirá de Israel un hombre” (Nm 24,17), será visto, pero no ahora, esto es, no en el tiempo en que se hablaban estas cosas, sino en los últimos días; porque “cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo” (Ga 4,4).

4.1.a[2]. Pero si, según lo que tenemos en nuestros ejemplares, hay que leer esto: “Se lo mostraré, pero no ahora; lo declaro bienaventurado, pero no se acerca” (Nm 24,17), no se refiere a este Balaam, por quien se dijeron estas cosas, sino a aquellos cuyo papel desempeña. En efecto, aquellos doctores de la Ley y escribas mostrarán a Cristo anunciado en la Ley y en los Profetas, pero no ahora, esto es, no en el tiempo de su venida, sino que, cuando haya entrado la plenitud de las naciones y todo Israel comience a salvarse (cf. Rm 11,25-26), entonces mostrarán y beatificarán a aquel de quien ahora blasfeman. Pero el tiempo en el que sucederán estas cosas no se acerca, porque está lejos y habrá de esperarse para el fin del mundo[3]. Y por eso dice: “Se lo mostraré, pero no ahora” (Nm 24,17), a él, esto es, al pueblo que entonces se salvará.

Divinidad y humanidad de Cristo

4.2. Después de esto, “se alzará -dice- de Jacob una estrella, y surgirá de Israel un hombre” (Nm 24,17). Acerca de estas cosas, ya hemos dicho más arriba que evidentemente se profetiza sobre la estrella que apareció en Oriente a los magos, quienes, conducidos por ella, vinieron a Judea, buscando al rey de Israel que ha nacido, y, una vez encontrado, ofrecidos sus dones, lo adoraron (cf. Mt 2,2-11).

4.2a[4]. Me intriga que sobre la misma estrella, después de que se ha dicho en el Evangelio que había precedido a los magos hasta Belén y llegando se había detenido encima de donde estaba el niño (cf. Mt 2,9), no se haya vuelto a decir o que se alejó de allí o que desapareció o que haya subido (al firmamento) o que, al menos, el relato evangélico indicase algo acerca de ello, sino que dice solo esto: que vino y se detuvo encima de donde estaba el niño. ¿No será tal vez que sucedería, como en el tiempo del bautismo, cuando, «bautizado, subió Jesús del Jordán, se le abrieron los cielos y vio Juan al Espíritu de Dios, descendiendo como una paloma y permaneciendo sobre Él, y oyó una voz del cielo, que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido”» (Mt 3,16-17)? Así también esa estrella, que vino y se paró encima de donde estaba el niño, se detuvo sobre Cristo, como también se dice que el Espíritu Santo vino en forma de paloma y permaneció en Él. Y, como el hecho de que haya venido sobre Él el Espíritu de Dios y haya permanecido en Él, lo recibimos como si nunca se apartara de Él el Espíritu de Dios, así también la estrella que vino y se detuvo sobre Él, considero que deberá entenderse como que haya estado sobre Él de tal modo que nunca fuera removida de allí.

Por eso opino que aquella estrella constituyó un indicio de su divinidad. Esto mismo lo muestra de modo consecuente el orden de la profecía, cuando dice acerca de su divinidad: “Una estrella surgirá de Jacob” (Nm 24,17a); en cambio, acerca de la naturaleza humana: “Y surgirá de Israel un hombre” (Nm 24,17b), de suerte que en ambos, tanto según la divinidad como según la humanidad, aparezca Cristo profetizado de modo evidente.



[1] Lit.: los ejemplares (in exemplaribus).

[2] Indicación agregada respecto de la ed. del texto latino.

[3] Lit.: en el fin mismo del siglo (in ipso saeculi fine).

[4] Indicación añadida a la edición de SCh.