OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (526)

Jesucristo y la mujer adúltera

Siglo X

Reichenau, Alemania

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XVIII (Nm 24,10-19)

Cuarta profecía de Balaam

1.1. Tomamos en la mano ahora la cuarta profecía que Balaam, movido por Dios, proclamó, queriendo además abrir sobre ella aquellas cosas que Dios nos conceda.

También a esta profecía se le antepuso un preámbulo, semejante al anterior. Dice, en efecto: «Y se enfadó Balac contra Balaam, y empezó a golpear con sus manos; y le dijo Balac a Balaam: “Te llamé para que maldijeras a mi enemigo, y he aquí que lo has bendecido por tercera vez. Ahora, por tanto, huye a tu lugar; te había dicho: ‘Te honraré’, y ahora el Señor te ha quitado el honor”» (Nm 24,10-11). En estas palabras se ve que Balac comprendió que Balaam no había sido engañado por el ministerio de los demonios, sino que por la fuerza de Dios fue cambiado para mejor, y por eso dice: “El Señor te quitó el honor” (Nm 24,11). Ahora, dejando estos puntos claros, vayamos a lo que sigue. 

En Dios “no hay cambio ni sombra de cambio”

1.2. «Y dijo Balaam a Balac: “¿Acaso no he manifestado a los mensajeros que me enviaste: ‘Aunque Balac me diera su casa llena de plata y oro, no podría yo transgredir la palabra del Señor, hacer por mi cuenta aquello que es bueno o malo, todo lo que me diga el Señor, eso diré?’. Y ahora, he aquí que vuelvo a mi pueblo”» (Nm 24,12-14). Sabiendo Balaam que las respuestas no le habían llegado por medio de los ministros de costumbre sino por Aquel que tenía el poder sobre todos, parece razonable que haya declarado: “No puede él transgredir la palabra del Señor y hacer algo, pequeño o grande, por su cuenta” (cf. Nm 24,13); puesto que no era el que le hablaba alguien que puede cambiarse por sacrificios y presentes, sino Aquel en el que no se da cambio ni sombra de cambio (cf. St 1,17). Y por ello no puede el sacerdote cambiarse por dinero, cuando Dios no se cambia por ofrendas.

El consejo de Balaam a Balac

1.3. Sin embargo Balaam, según se alejaba, empieza de nuevo a profetizar, y dice: “Ven, te doy un consejo sobre lo que hará este pueblo al tuyo en los últimos días. Y, asumiendo[1]su parábola, dijo…” (Nm 24,14). Pero, antes de que lleguemos a la explicación de las cosas que se profetizaron, quisiera buscar cuál es ese sentido y cuál el orden de sus palabras, cuando dice: “Ven, que te voy a dar un consejo”. Y no parece que le dé ningún consejo, sino que dice: “Lo que hará este pueblo a tu pueblo en los últimos días” (Nm 24,14), cuando parecería más conveniente que hubiera dicho: “Ven, te profetizaré lo que hará este pueblo a tu pueblo en los últimos días”; y sería, sí, más consecuente que pareciera que Balaam profetizaba sobre las cosas que el pueblo de Israel habrá de hacer al pueblo de Balac o a las otras naciones, y que lo hará con fuerza (cf. Nm 24,18), para que no quede de las ciudades de Moab ninguno que se salve.

El consejo de Dios

2.1. En realidad, es una profecía acerca de Cristo, que enlaza con lo que sigue, y dice: “Se alzará una estrella de Jacob y surgirá un hombre de Israel, que devastará a los príncipes de Moab” (Nm 24,17). Parecería escrito atinadamente, si dijera: “Ven y profetizaré para ti”. Pero ahora, ¿qué diremos respecto de esto que está escrito: “Ven, te daré un consejo, sobre lo que hará este pueblo al tuyo”? Busquemos, por consiguiente, cómo debe entenderse lo que está escrito: “Te daré un consejo” (Nm 24,14). 

Sobre lo cual pensando a menudo conmigo mismo no he podido encontrarle cumplimiento a la expresión, si lo que dice -te daré un consejo- lo hemos de considerar empleado según la costumbre común y habitual. Pero lo que está dicho me ha parecido más conveniente entenderlo de este modo: “Te daré un consejo”, se trata del consejo divino, que habrá de cumplirse en los últimos días y que me ha sido revelado ahora, te lo abro y manifiesto, para que sepas lo que hará este pueblo al tuyo. De este modo me parece que tiene consistencia lo que dice: “Te daré un consejo, lo que hará este pueblo al tuyo”, esto es: proclamo para ti el consejo de Dios y lo manifiesto. 

El consejo de Dios Padre lo conocen el Hijo y el Espíritu Santo

2.2. Al preguntarme a mí mismo si acaso en las divinas Escrituras pudiera aparecer bajo tal expresión algún dicho semejante, me ha parecido que pueda entenderse de manera semejante a aquello lo que dice el Apóstol: “Porque, ¿quién conoció el pensamiento del Señor, o quién fue su consejero?” (Rm 11,34). Este quién, en efecto, no hay que tomarlo por ninguno, sino por raro o extraordinario. Puesto que, ¿cómo no iba a conocer el pensamiento de Dios su Unigénito, que dice: “Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quisiera revelar?” (Mt 11,27). ¿Qué otra cosa es, por ende, conocer al Padre, sino conocer su consejo[1] y pensamiento? Pero también el Espíritu Santo, que escruta incluso las profundidades de Dios, ¿qué es lo que conoce, sino su pensamiento? Conoce, por tanto, el pensamiento del Señor el Hijo, el Espíritu Santo y aquellos a quienes el Hijo se lo quisiera revelar. Y, si el Hijo conoce el pensamiento de Dios, es también, entonces, su consejero. Pero consejero no se ha de entender como si, ignorando Él qué cosa hacer, le dieran un consejo el Hijo o el Espíritu Santo, sino que el Hijo y el Espíritu Santo son partícipes y conocedores de su consejo y voluntad.

La ciencia del Altísimo 

2.3. De modo semejante, por tanto, también Balaam, ya que hacía partícipe y conocedor a Balac del designio que Dios le había revelado, dice: “Ven, que te doy un consejo”, como quien de verdad es vidente y de verdad ha oído las palabras de Dios, según dice en lo que sigue: “Dijo Balaam, hijo de Beor, verdadero vidente, que oye las palabras de Dios, que conoce la ciencia del Altísimo[2] y que, viendo en sueños la visión de Dios, le han sido desvelados sus ojos” (Nm 24,3-4).

Sobre todo esto hemos hablado ya más arriba, porque también en el preámbulo de la tercera profecía ha sido escrito lo mismo. Ahora parece haber sido añadido sólo lo que dice: “Que conoce la ciencia del Altísimo”. Porque esto no había sido dicho antes acerca de Balaam, ni he encontrado fácilmente que haya sido escrito de ninguno de los santos profetas.


[1] O: designio (consilium).

[2] Esta frase no se encuentra ni en la LXX, ni en el texto hebreo, ni en la Vulgata. La erudición de Orígenes se manifiesta en la explicación que ofrece sobre esta adición (cf. SCh 442, p. 318, nota 1; y Hom. XVII,3,1).



[1] Lit.: asumida (assumpta parabola sua).