OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (522)

El diablo tienta a Jesús

Hacia 1212-1220

Salterio

Oxford, Inglaterra

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XVII (Nm 23,25-30; 24,1-9)

“Ojos de la tierra”

3.3. Quisiera, sin embargo, buscar cuáles son esos ojos de él, que se dicen descubiertos, no sean aquellos que en otros lugares de la Escritura -como leemos en algunos ejemplares- se llaman ojos de la tierra, o bien lo que Pablo llama sentido de la carne, cuando dice, al referirse a alguno: “Hinchado en vano por el pensamiento de su carne” (cf. Col 2,18). También creo que la serpiente dijo a Eva sobre estos ojos, que “sabía el Señor que en el día en que coman de él se abrirán sus ojos” (cf. Gn 3,5); y poco después (dice la Escritura): “Y comieron y se abrieron los ojos de ambos” (Gn 3,6-7). Puesto que si no existieran diferencias entre los ojos, de suerte que unos fueran los que se abren por el pecado y otros aquellos por los que veían Adán y Eva antes que estos últimos se les abrieran, nunca hubiera podido decir la Escritura cuando aun no tenían abiertos sus ojos, que después se les abrieron por el pecado: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer y agradable a los ojos para ver y hermoso para adquirir conocimiento; y, tomando  del  árbol,  comió;  y  dio de ello a su marido, y comieron. Y se abrieron los ojos de ambos” (Gn 3,6-7) ¿Cómo, en efecto, si todavía no habían sido abiertos los ojos de ambos, vio la mujer que el árbol era bueno para comer y era agradable a los ojos para ver?; además, ¿para qué ojos se dice que era hermoso para adquirir conocimiento?

Los ojos que Jesús ha venido a abrir

3.4. Pero yo, escuchando la voz de mi Señor Jesucristo y comprendiendo el poder de su bondad, reparo en aquello que dice: “Para un juicio he venido a este mundo, para que los que no ven, vean, y los que ven se vuelvan ciegos” (Jn 9,39), porque en los pecadores no ven aquellos ojos que son mejores, sino los que se denominan pensamiento de la carne y que han sido abiertos por el consejo de la serpiente. Es, por tanto, una obra magnífica del Señor nuestro Salvador, de modo que estos que no ven con los ojos mejores las cosas que son buenas, sino que contemplan aquellas que son malas, que se hicieron claras por el consejo de la serpiente, se vuelvan ciegos, y que aquellos que hayan sido cegados en aquellos ojos que la persuasión de la serpiente abrió, vean los bienes del Señor con esos ojos que Jesús nuestro Salvador ha venido a abrir. En efecto, a no ser que se cierre antes la visión de los males, no resultará clara la visión de los bienes. Así, entonces, también recibo aquel dicho del buen Dios, que dijo: “¿Quién hizo al que ve y al ciego?” (Ex 4,11), al que ve, ciertamente según Cristo; y al ciego, en cambio, según el consejo de la serpiente.

Balaam se convirtió en “un hombre que de verdad ve”

3.5. Hemos recordado estas cosas, para que aparezca con más evidencia cuáles son los ojos que están cerrados y cuáles son los ojos que se desvelan, para que al mismo tiempo, a partir de estas cosas, se entienda aquello que está escrito en el profeta: “Mirando verán y no verán” (Is 6,9), y así sepamos con cuáles ojos ven y con cuáles viendo no  ven.  Queda claro, por tanto, que fue también por aquello de que le habían sido abiertos los ojos (cf. Nm 24,4), por lo que este Balaam dice sobre sí mismo: “Hombre que de verdad ve”; y añade: “Ha dicho el que escucha las palabras del Fuerte” (cf. Nm 24,4). Porque, del mismo modo que se cierran unos ojos y se abren otros, se comprende que también algunos oídos deben cerrarse y otros deben abrirse. Cierto que, si alguien quiere recibir estas palabras también según la historia, puede decir que en lo que “vio Balaam que era bueno ante el Señor bendecir a Israel” (Nm 24,1), se muestran abiertos sus ojos y se ha vuelto un hombre que verdaderamente ve; puesto que vio las cosas verdaderas que habían de acontecer en el futuro a Israel o Jacob. Dirá también que ha oído las palabras del Fuerte, cuando acudió Dios a él y le dijo en sueños: “La palabra que pondré en tu boca, mira que la proclames” (cf. Nm 22,35). Y ésta será la visión de Dios que vio en sueños, y gracias a estas cosas afirmará que sus ojos han sido abiertos, y porque por ello pudo ver lo que vio. Esto ciertamente (es) lo que en su exordio parece haber profetizado Balaam sobre sí mismo.