OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (521)

El evangelista san Lucas

Siglo X

Nuevo Testamento

Constantinopla

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XVII (Nm 23,25-30; 24,1-9)

Balaam comprende que debe bendecir a Israel

2.1. ¿Pero qué sigue? “Y viendo -dice- Balaam que era bueno ante el Señor bendecir a Israel, no salió como de costumbre al encuentro de los presagios, sino que volvió su rostro hacia el desierto. Y, alzando sus ojos, vio los campamentos de Israel, repartidos en tribus, y vino sobre él el Espíritu de Dios. Y, recibiendo su parábola, habló” (Nm 24,1-3). 

Quizás haya que preguntarse de dónde vio Balaam que era bueno ante Dios bendecir a Israel, y pensara que lo comprendió a partir de los sacrificios que había inmolado. De hecho, cuando vio que no acudía ningún demonio, que ninguna potestad contraria había osado asistir a sus sacrificios, que habían sido excluidos todos los ministros de maldad de los cuales solía valerse para maldecir, pudo entender a partir de estas cosas que era bueno ante Dios bendecir a Israel. 

Dios se ocupa de los seres humanos 

2.2. Yo, sin embargo, más bien entiendo que aquel pueblo, que ahora es vano, y aquellos doctores que, no creyendo en Cristo, mantienen al pueblo en la vanidad, llegarán a ver algún día, esto es, en los últimos días (cf. Hch 2,17), cuando haya entrado la plenitud de las naciones y todo Israel comience a venir a la fe en Cristo (cf. Rm 11,25). Aquellos, digo, que teniendo ahora ojos no ven (cf. Mc 8,18), entonces verán. Porque elevarán sus ojos a pensamientos más elevados y espirituales, y comprenderán que es bueno a los ojos del Señor bendecir al Israel espiritual. Lo verán, en efecto, distribuido por tribus, por casas y por familias (cf. Nm 1,20), y, cada uno según su rango (cf. 1 Co 15,23), camino de conseguir la gloria de la resurrección; y entenderán, habiendo acogido su parábola (cf. Nm 24,3), las cosas que están escritas en las parábolas que ahora, por razón del velo que está puesto sobre sus corazones (cf. 2 Co 3,15), no ven ni entienden.

Finalmente no salió -dice (la Escritura)- como de costumbre al encuentro de los presagios (cf. Nm 24,1), puesto que, considerando la voluntad de Dios, ya no se dejará arrebatar por necios y vacíos sentidos según su costumbre habitual en animales mudos y bestias, como los que recogen presagios de esos tales, sino que reconocerá también él que Dios no se preocupa de los bueyes (cf. 1 Co 9,9); ni igualmente de las ovejas ni de las aves ni de los demás animales, sino que, si hay algo escrito acerca de éstos, se entiende que está escrito en favor de los hombres (cf. 1 Co 9,10).

La tercera profecía de Balaam

3.1. Pero veamos ya lo que declara Balaam en la tercera profecía. “Dijo -dice (la Escritura)- Balaam, hijo de Beor, dijo el hombre de verdad vidente, dijo el que oye las palabras del Fuerte, el que ve en sueños la visión de Dios, a quien le han sido abiertos los ojos” (Nm 24,3-4). Es verdaderamente asombroso cómo se considera a Balaam digno de tanta alabanza, a él, que, recibiendo su parábola, pronuncia estas cosas acerca de sí mismo. Porque, ¿cómo puede ser Balaam un hombre vidente de verdad, él, que se ha dado a la obra de la adivinación y de los augurios, que incluso se ha dedicado a la magia, como hemos mostrado más arriba? Es muy admirable, a no ser que el Espíritu de Dios haya venido sobre él (cf. Nm 24,2) y que la palabra de Dios haya sido puesta en su boca (cf. Nm 24,3), razón por la cual habrán sido escritos tan grandes elogios sobre él. Puesto que ni Moisés, ni otro de los profetas se encontrará fácilmente elevado con tantas alabanzas.

El Espíritu del Señor abre nuestros ojos

3.2. Por donde me parece que estas (alabanzas) convengan más bien a aquel pueblo, en el tiempo en que, ya convertido al Señor, ha depuesto el velo que estaba sobre su corazón. Pero Dios es Espíritu (cf. 2 Co 3,15. 16. 17). Por eso dice al fin: “Le han sido abiertos sus ojos” (Nm 24,4), como si hasta entonces se le hubieran cerrado y ahora, por el Espíritu de Dios, que vino sobre él (cf. Nm 24,2), retirado el velo, le hayan sido abiertos.

Ahora, por consiguiente, es cuando de verdad ve y de verdad oye las palabras del Fuerte y ve en sueños la visión de Dios (cf. Nm 24,3-4), esto es, verá cumplidos los tiempos que le fueron mostrados en sueños al profeta Daniel (cf. Dn 7,1 ss.); y verá, esto es, entenderá y reconocerá con ojos abiertos (cf. Nm 24,4), aquellas visiones que le fueron transmitidas en sueños. Porque se hará semejante a esos que decían: “Todos nosotros, en cambio, contemplamos a rostro descubierto la gloria del Señor, transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Espíritu del Señor” (2 Co 3,18).