OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (519)

San Lucas

Siglo XIII

Constantinopla

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XVI (Nm 23,11-24)

Bebemos la sangre de Cristo

9.2. Dígannos, entonces, cuál es este pueblo, que acostumbra a beber la sangre. Éstos eran los que de entre los judíos seguían al  Señor y que, oyendo lo que (se dice) en el Evangelio, se escandalizaban y decían: ·¿Quién puede comer las carnes y beber la sangre?” (cf. Jn 6,52-53). Pero el pueblo cristiano, pueblo fiel, oye estas cosas y se adhiere y sigue al que dice: “Si no comen mi carne y beben mi sangre, no tendrán vida en ustedes mismos; porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6,53-55). Y es cierto que quien decía estas cosas fue herido por (causa) de los hombres: “Él, en efecto, fue herido por nuestros pecados” (cf. Is 53,5), como dice Isaías. Pero decimos que bebemos la sangre de Cristo, no solo por el rito de los sagrados misterios, sino también cuando recibimos sus palabras, en las cuales radica[1] la vida, como Él mismo dice: “Las palabras que yo he dicho son espíritu y vida” (Jn 6,63). Es herido, por tanto, aquel cuya sangre bebemos nosotros, esto es, recibimos las palabras de su doctrina. Pero con todo, también son heridos aquellos que nos predicaron su palabra, puesto que también de ellos, es decir, de sus Apóstoles, bebemos la sangre de los heridos, cuando leemos sus palabras e imitamos su vida.

El verdadero pueblo de Israel come la carne del Verbo

9.2. “Por tanto -dice (la Escritura)- no dormirá hasta que devore la presa” (Nm 23,24). Porque este pueblo, que se compara con el cachorro de león o con el león, no descansará ni dormirá hasta que arrebate la presa, esto es, hasta que arrebate el Reino de los cielos, porque “desde los días de Juan el Reino de los Cielos sufre violencia, y los que hacen violencia lo arrebatan” (Mt 11,12). Y, para que conozcas más evidentemente que estas cosas han sido escritas sobre nuestro pueblo, que ha sellado un pacto de alianza en los misterios de Cristo, escucha cómo en otros lugares pronuncia Moisés cosas semejantes, diciendo: “Beberán la crema de las vacas y la leche de las ovejas, con la grasa de corderos y carneros, de novillos y de machos cabríos, con la grasa de la flor del trigo y la sangre de la uva, el vino” (Dt 32,14)[2]. Y esta sangre, por ende, que se denomina de uva, es de la uva que nace de aquella vid de la que dice el Salvador: “Yo soy la verdadera vid, mientras que los discípulos son los sarmientos. El Padre, por su parte, es el viñador” (cf. Jn 15,1. 5. 8), que los purifica, para que den mucho fruto.

Tú, por consiguiente, eres el verdadero pueblo de Israel, que sabes beber la sangre, tú que aprendiste a comer la carne del Verbo de Dios y a beber la sangre del Verbo de Dios, y a extraer la sangre de aquella uva que nace de la verdadera vid y de aquellos sarmientos que el Padre purifica. El fruto de aquellos sarmientos se llama justamente sangre de los heridos, porque la bebemos en sus palabras y su doctrina, en el caso de que nos alcemos como el cachorro de león y exultemos como el león (cf. Nm 23,24).

Conclusión de la homilía

9.3. Por el momento, basten estas palabras sobre la segunda visión de Balaam. Y pidamos al Señor que también se digne abrirnos sentidos más luminosos y próximos a la verdad, para la comprensión de sus restantes profecías; de modo que, considerando en el espíritu las que han sido escritas por el Espíritu, y comparando las cosas espirituales con las espirituales (cf. 1 Co 2,13), expliquemos las que han sido escritas de un modo digno de Dios y del Espíritu Santo, que las inspiró, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien (pertenece) la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] Lit.: consiste (consistit).

[2] La versión de los LXX dice: “Mantequilla de vacas y leche de rebaños con grasa de ovejas y de carneros, de crías de toros y cabras, con grasa de riñones de trigo (= flor de trigo), y sangre de racimo bebieron como vino” (trad. en la La Biblia griega. Spetuaginta. I. Pentateuco, Salamanca, Eds. Sígueme, 2008, p. 441 [Biblioteca de estudios bíblicos, 125]).