OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (512)

Jesús reencontrado en el templo entre los doctores de la Ley

Hacia 1327-1335

Biblia

Londres (?), Inglaterra

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XVI (Nm 23,11-24)

La parábola de Balaam (cf. Nm 23,18-24)

2.1. “Y, asumiendo, dice (la Escritura), la parábola[1] como suya, dijo” (Nm 23,18). En parábola, entonces, dice Balaam: “Surge, Balac, y escucha, inclina el oído como testigo, hijo de Sepfor. Dios no engaña como el hombre, ni se atemoriza como un hijo de hombre; cuando Él lo dice, ¿no lo hará? Cuando habla, ¿no perseverará? He aquí que he sido adquirido para bendecir: bendeciré y no me echaré atrás. No habrá fatiga en Jacob, ni se verá dolor en Israel. El Señor su Dios está con él: los preclaros príncipes están con él. Dios, que lo sacó de Egipto, (es) para él como gloria de unicornio. Porque no habrá predicción en Jacob, ni adivinación en Israel. A su tiempo se dirá a Jacob e Israel lo que Dios llevará a cabo. He aquí un pueblo que se elevará como cachorro de león y que exultará como león; no dormirá hasta que coma la presa y beba la sangre de los heridos” (Nm 23,18-24).

Balac estaba de pie, pero caído

2.2. Éste es el contenido de la segunda profecía, en palabras de Balaam. Veamos, por consiguiente, en primer lugar, eso que dice: “Levántate, Balac, y escucha” (Nm 23,18). Puesto que, si no hubiese dicho anteriormente que estaba junto a su holocausto (cf. Nm 23,17), no parecería gran cosa el averiguar por qué ha dicho: “Levántate, Balac”. Ahora bien, como se exhorta a levantarse a aquel de quien un poco antes se había dicho que estaba en pie, no puede olvidarse con ligereza la palabra profética. Por tanto, lo que se dice antes, que estaba en pie para su holocausto, designa que él no estaba rectamente. Estaba, en efecto, situado en la idolatría, y estaba como enemigo de Dios, lo cual no sería tanto estar de pie cuanto caer. Como si a uno que debería caer de aquel estado, incluso que ya había caído, le manda ahora (Balaam), con entendimiento profético, levantarse: ya que por el hecho de haber parecido que estaba de pie en idolatría, había caído. Levántese, por tanto, el que es así, elévese con ánimo, levántese con fe y hágase testigo: si se convierte, para ser testigo de la fe; si, en cambio, permanece infiel, para ser testigo de su condenación.

Dios no puede ser intimidado

3.1. Pero escuchemos lo que le anuncia: “Dios no engaña como el hombre, ni se atemoriza como un hijo de hombre” (Nm 23,19). No tengas -dice- esta opinión sobre Dios, de modo que pienses que Él sea como un hombre, que puede engañar en las cosas que dice. Los hombres, en efecto, por muchos motivos y por los vicios, son impedidos de decir la verdad cuando hablan. O bien hablan airados y, cesando la ira, han hablado en vano; o a causa de la cólera, de la concupiscencia o de la jactancia, o por otras cosas semejantes a éstas, resulta que es inútil y vano todo lo que, dominando el vicio, han proferido. En cambio, Dios, en quien no hay pasión alguna, no hay fragilidad, todo lo que afirma lo dice como las situaciones lo merecen; y por eso no puede nunca engañar, puesto que lo que se profiere por la fuerza de la razón, no puede carecer de razón. “No es, por tanto, Dios como el hombre, que engaña al hablar, ni se atemoriza como un hijo de hombre” (Nm 23,19); o, como leemos en otros ejemplares, “ni aterra como un hijo de hombre”. Entre los hombres, a veces el terror hace cambiar la opinión. Pero Dios, que está sobre todo, ¿por quién puede dejarse atemorizar para que cambie de opinión?

Dios intimida soalmente para corregir 

3.2. Pero si aceptamos la variante que hemos dicho que se lee en otros ejemplares, o sea: “Ni aterra como un hijo de hombre” (Nm 23,19), ello querría aludir a que los hombres ejercen a veces por jactancia terrores y amenazas, incluso en ocasiones contra aquellos a quienes no pueden dañar; en cambio, Dios no asusta así a los hombres como el que no puede castigar, sino que, si también intimida, intimida con razón; porque intimida para corregir al hombre con la turbación que le causa lo que oye, de modo que, asustado por la palabra de amenaza, se limpie el que obra mal, y no llegue a él el propio castigo de sus malas acciones. Así, entonces, Dios no aterra como el hombre; puesto que el hombre, como hemos dicho, (atemoriza) por jactancia, pero Dios asusta para corregir.

Dios obra lo que dice 

4.1. Después de esto, dice: “¿Acaso él, cuando lo dice, no lo hará? ¿hablará y no se mantendrá (en ello)?” (Nm 23,19). Así debe leerse el pasaje, como si lo dijese en tono interrogativo: Él, o sea, Dios, ¿no hará lo que dice? ¿Y no perseverará en las cosas que ha manifestado? Cierto que los hombres no hacen lo que dicen, y por el defecto de la humana fragilidad no perseveran en las cosas que prometen, puesto que el hombre es mutable, mientras que Dios es inmutable.

Pero puede alguien salir al paso y decir: ¿cómo, entonces, no persistió Dios en las cosas que habló de Nínive, que, pasados tres días sería destruida? (cf. Jon 3,4). ¿Ni en las cosas que habló sobre David, cuando fue anunciada para tres días la muerte, que había de devastar al pueblo, y que cesó en un solo día, a la hora de la comida? (cf. 2 S 24,13).

Y parecerá quizás que estas cosas, que se dicen con interrogante, apenas han de ser definitivas, sino que sería un modo de expresión tal que parece mostrar un término medio, pero sin declarar la intención de una afirmación definitiva e irrevocable, por lo cual parece un aforismo más moderado lo que está escrito: “Y, si Él lo ha dicho, ¿no lo hará?” (Nm 23,19), que si se hubiera escrito “Cuando Él lo dice, en cualquier caso lo hará”.

El anuncio de Jonás sobre Nínive 

4.2. Pero revisemos los propios lugares de la Escritura, que se encuentran en Jonás o en los Libros de los Reinos, no sea que también allí, como es costumbre de la Divina Escritura, tengan algo de secreto. Está escrito, por tanto, en Jonás: «Y se dirigió la palabra del Señor a Jonás, hijo de Amitai, diciendo: “Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predica en ella, porque el clamor de su maldad ha subido hasta mí”» (Jon 1,1-2). Y después de que fue enviado al monstruo marino, y éste echó a Jonás a tierra (cf. Jon 2,11), está escrito de nuevo: «Y fue dirigida la palabra de Dios por segunda vez a Jonás, diciendo: “Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predica en ella de acuerdo con el anuncio que yo te he dicho”» (Jon 3,1-2).

Y Jonás, por tanto, predicó, diciendo: “Faltan tres días”, o, como los hebreos dicen tener escrito: “Cuarenta días más, y Nínive será destruido. Pero los ninivitas creyeron a Dios y proclamaron un ayuno y se vistieron con cilicios, desde el menor hasta  el  mayor  de  ellos” (Jon 3,4-5).  Y  un  poco  más  adelante: “ Y  vio -dice- Dios sus obras, que se habían convertido de sus malos caminos, y se arrepintió -o, como leemos en otros ejemplares: ‘Se apaciguó con ruegos’- Dios sobre el mal que había dicho les haría, y no lo hizo” (Jon 3,10).

Observa, por consiguiente, en estos pasajes que hemos tomado del profeta, que no se encuentra en las palabras que Dios dirigió al profeta, el dicho de que “Tres días más y Nínive será destruida”, sino que, “cuando Jonás ingresó -dice- después de un camino de como tres días”, él mismo dijo: “Tres días más y Nínive será destruída” (Jon 3,4), de modo que esta palabra, que fue anunciada y no cumplida, parece que fue proferida por Jonás, más bien que por Dios.



[1] Tal el término que usa la LXX para los oráculos de Balaam. Podría traducirse también por “discurso” (cf. La Biblia griega Septuaginta. I. Pentateuco, Salamanca, Eds. Sígueme, 2008, p. 350 [Col. Biblioteca de estudios bíblicos, 125]); he seguido parcialmente esta versión en la traducción.