OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (510)

La Santísima Trinidad, con la Virgen María y san Juan Bautista

1525

Francia

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XV (Nm 22,31-41; 23,1-10)

El Balaam espiritual

4.1. Después de esto[1], parece como si profetizara algo sobre sí mismo, cuando dice: “Muera mi alma entre las almas de los justos, y que se vuelva mi descendencia como la descendencia de los justos” (Nm 23,10). Pero esto, en cuanto a la persona de aquel Balaam y de aquel Israel, ni sucedió ni podía suceder, porque no murió entre ellos, sino por (obra de) ellos (cf. Nm 29,8). Por tanto, como hemos dicho, mejor corresponderá a la persona de aquellos que, aunque (sea) en el siglo presente, son considerados un “pueblo vano”, porque está sin la gracia del Espíritu Santo; sin embargo, al fin del mundo, cuando entre la plenitud de las naciones (cf. Rm 11,25), y toda esta profecía que se dice de Israel se haya cumplido en el Israel espiritual, entonces su alma morirá con las almas de los justos (cf. Nm 23,10). Porque recibirá en sí la fe de Cristo, para que también ellos digan: “Los que en Cristo hemos sido bautizados, en su muerte hemos sido bautizados. Porque hemos sido consepultados con Él por el bautismo en la muerte” (Rm 6,3-4), y también: “Si,  en efecto, morimos con Él, también reinaremos con Él” (2 Tm 2,12). Y así se cumplirá de verdad para el Balaam espiritual que su alma muera entre las almas de los justos. 

Balaam y los Magos que fueron los primeros en adorar a Cristo

4.2. En cuanto a lo que dice: “Y se vuelva mi descendencia como la descendencia de los justos” (Nm 23,10), podría entenderse también sobre aquel Balaam (histórico), dado que aquellos magos, que, viniendo de Oriente, fueron los primeros en adorar a Jesús (cf. Mt 2,1 ss.), parece que son de su descendencia, tanto por la sucesión de las generaciones como por la transmisión de sus saberes (mágicos). Puesto que está claro que ellos reconocieron la estrella que había anunciado Balaam que había de surgir en Israel (cf. Nm 24,17; Mt 2,9-10); y de ese modo fueron y adoraron al rey que había nacido en Israel. Convendrá, sin embargo, también a aquel pueblo, según lo que hemos dicho más arriba; porque no tanto él cuanto su descendencia, se volverá como la descendencia de los justos: o sea, aquellos que, siendo creyentes de entre los gentiles (cf. Hch 21,25), son justificados en Cristo. De donde es evidente que, como dice el Apóstol: “Ni la circuncisión ni el prepucio es nada, sino la fe que obra por la caridad” (cf. Ga 5,6). Y por eso, que nadie se jacte, ni por la antigüedad de la circuncisión ni se gloríe por la novedad del prepucio, sino que, como dice el Apóstol: “Cada uno examine su obra, y entonces tendrá solo la gloria en sí mismo” (Ga 6,4). Y, para acabar, dice el profeta: “He aquí el hombre y su obra”; y se indica que “su paga está ante el Señor” (cf. Is 62,11), “para que le dé a cada cual según sus obras” (Mt 16,27), en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien (sea) la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] Se podría agregar: volvamos a Balaam (cf. SCh 442, pp. 212-213, nota 2).