OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (509)

San Juan Bautista

Hacia 1246-1260

Salterio

St. Albans, Inglaterra

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XV (Nm 22,31-41; 23,1-10)

La elevación de Israel

3.3. Y sin embargo la causa por la que no maldice el Señor a Jacob ni a Israel, escuchémosla del propio Balaam con atención, o más bien de la palabra que puso Dios en su boca: “Porque -dice (la Escritura)- desde las cumbres de los montes le contemplaré y desde las colinas lo comprenderé” (Nm 23,9). Porque -dice- en elevados montes y altas colinas ha sido puesto Israel, esto es, en una vida elevada y ardua, para cuya contemplación y comprensión no se hace uno fácilmente idóneo, a no ser que alcance una ciencia eminente y excelsa: por eso -afirma-, no le maldice Dios, porque su vida es elevada y excelsa, no baja y abyecta[1]. Con todo, no me parece que haya sido dicho esto sobre aquel Israel que es el Israel según la carne, sino de aquel que, caminando por la tierra, tiene su morada en los cielos (cf. Flp 3,20). O, si estas palabras también han de ser referidas a aquel pueblo, dice rectamente, distinguiendo: contemplaré y comprenderé (cf. Nm 23,9), para significar el tiempo futuro, sin duda aquel en el que todo Israel, llegando a la fe en Cristo, se salvará (cf. Rm 2,26), y desde los montes y colinas contemplará (cf. Nm 23,9). ¿Por parte (de quiénes)? Sin duda de aquellos que, resucitando con Cristo (cf. Col 3,1), hubieran cultivado en la tierra una vida excelsa y celestial. Pero lo que dijo: de Jacob, veré; y de Israel, comprenderé. También esto hay que tomarlo con una distinción muy precisa, de modo que se refiera lo uno a los actos visibles, y lo otro a la invisible fe e inteligible ciencia. O, si transponemos estas cosas al mundo futuro, o sea, al tiempo de la resurrección, veré a Jacob puede entenderse referido a los cuerpos; y lo de comprenderé a Israel, indicará los espíritus y las almas de los que resucitan 

La separación de Israel respecto de los demás pueblos

3.4. He aquí -dice (la Escritura)- un pueblo habitará solo, y no será contado entre las naciones” (cf. Nm 23,9). Puede ciertamente también entenderse literalmente: solamente, en efecto, el pueblo de Jacob no está mezclado con los demás hombres ni es contado entre las otras naciones, porque tuvo particulares privilegios en sus observancias y en sus leyes, por los cuales se ha considerado apartado de las otras naciones. Puesto que como la tribu de Leví no está mezclada con las otras tribus ni se enumera entre ellas, por este motivo todo Israel no se mezcla tampoco con las demás naciones ni se cuenta entre ellas. Estas cosas sucedieron en aquel pueblo como la figura de los bienes futuros (cf. Hb 10,1), ya que el verdadero Jacob y espiritual Israel habitará verdaderamente solo entre las naciones. Porque, si “nos hemos acercado al monte Sión y a la ciudad del Dios viviente, la Jerusalén celestial” (Hb 12,22), y hemos llegado a la Judea espiritual, que es porción de Dios (cf. Dt 32,9), y, puestos en la tierra, tenemos allí nuestra morada (cf. Flp 3,20), no seremos contados realmente entre las otras naciones ni los límites de las otras naciones se mezclarán con nuestros límites, aunque Sodoma vuelva a su condición antigua (cf. Ez 16,55) y Egipto vuelva a su estado, y se realice cualquier cosa semejante que esté escrita en los profetas. Sin embargo, cuando suban aquellos Jacob y espiritual Israel a la Iglesia de los primogénitos (cf. Hb 12,23), no se le comparará ninguno, ninguno se le mezclará, aunque estas naciones fueran restablecidas, de acuerdo con los dichos proféticos. A no ser, en efecto, que “el ramo de olivo fuera injertado y hecho partícipe de la fértil raíz del olivo” (cf. Rm 11,17), ¿de qué modo podrá asociarse y unirse a Jacob o a Israel, cuando, sin esta raíz, nadie puede llamarse Jacob ni Israel? Por tanto, si uno de Jacob o de Israel peca, tampoco puede decirse Jacob o Israel; y, si alguno de las naciones entra en la Iglesia del Señor, en adelante no se contará entre los (pueblos) gentiles.

Solamente el Señor puede enumerar la descendencia de Israel

3.5. “¿Quién escrutará la descendencia de Jacob y quién contará los pueblos de Israel?” (Nm 23,10). Esto se parece a lo que está escrito: «Condujo Dios a Abraham afuera y le dijo: “Mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes contarlas”. Y (le) dijo: “Así será tu descendencia”. Y creyó Abraham a Dios y le fue computado para la justicia» (Gn 15,5-6). Pero ciertamente ni Abraham, ni cualquier otro hombre ni ángel, ni quizás una de las potencias superiores podría enumerar las estrellas, ni la descendencia de Abraham, sobre la cual está escrito: “Así será tu descendencia” (Gn 15,5). Pero Dios, de quien está escrito: “El que cuenta la multitud de las estrellas, y llama por su nombre a todas ellas” (Sal 146 [147],4), y que dijo: “Yo he dado órdenes a todas las estrellas” (cf. Is 45,12), puede escrutar la descendencia de Jacob y contar los pueblos de Israel (cf. Nm 23,10), puesto que solo Él sabe quién es el verdadero Jacob y quién es el verdadero Israel. Porque no mira al que en apariencia es judío, ni a la circuncisión que aparentemente se manifiesta en la carne (cf. Rm 2,28), sino que mira a aquél que es judío en lo oculto y que es circunciso en el corazón, no en la carne (cf. Rm 2,29). Sólo Él puede, por tanto, contar y escrutar; y es precisamente Él mismo, según su inefable e incomprensible sabiduría, según la forma celestial que solo Él puede conocer, el que estableció también estos Números de los que ahora tratamos, en los cuales mandó que “según su parentesco, según las casas de sus familias, cada varón por su nombre, de uno en uno, se enumeren desde los veinte años para adelante, todos los que caminan por la fuerza de Israel” (cf. Nm 1,2-3), y de ellos se suma un número sagrado (cf. Nm 3,39), al cual ya nos hemos referido más arriba (cf. HomI), según el Señor nos concedió. Pero entonces ese número es sagrado y agradable a Dios, cuando viene contado por mandato suyo. Si, por el contrario, alguien quisiera contarlo contra el precepto del Señor, aunque sea el mismo David, aunque sea un gran profeta, actúa contra la Ley, y es acusado por un profeta y sufre lo que leemos que está escrito en el segundo libro de los Reinos (cf. 2 S 24,1 ss.). Solo, por consiguiente, aquel que “cuenta la multitud de las estrellas” (cf. Sal 146 [147],4), y que ha creado todo con medida, número y peso (cf. Sb 11,21), escruta la descendencia de Jacob y cuenta los pueblos de Israel (cf. Nm 23,10).



[1] Lit.: abatida, baja (deiecta).