OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (508)

Cristo en majestad

Siglo XII

Salterio

Inglaterra

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XV (Nm 22, 31-41; 23, 1-10)

¿Puede maldecir el Señor?

3.1. Dice, entonces: “¿A quién maldeciré, que no maldiga el Señor? ¿O a quién supermaldeciré, que no supermaldiga el Señor?” (Nm 23,8)[1]. -Entendemos “supermaldice”, según el modelo de la expresión griega, queriendo mostrar la fuerza del verbo con la añadidura del prefijo-[2]. ¿Por tanto, qué diremos? El Señor no maldice a Jacob, ni a Israel: ¿y piensas tú que maldice a algún otro? Leemos en la Escritura que el Señor dice a la serpiente: “Maldita tú entre todas las bestias de la tierra” (Gn 3,14). Y también dice a Adán: “Maldita la tierra en tus obras” (Gn 3,17); y a Caín: “Y ahora seas tú maldito de la tierra que abrió su boca para recibir de tus manos la sangre de tu hermano” (Gn 4,11); y: “Maldito todo el que hace una escultura o una estatua” (Dt 27,15). Pero no pienses que estas cosas se contienen solo en las Escrituras del Antiguo Testamento, también en los Evangelios las encontrarás semejantes. De hecho, está escrito que el Señor dirá a los que están a su izquierda: “Apártense de mí, malditos, al fuego eterno” (Mt 25,41). Pero también cuando dice: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas!” (Mt 23,29); y: “¡Ay de ustedes, los ricos!” (Lc 6,24), y expresiones semejantes, ¿qué otra cosa parece, sino que los está cubriendo de maldiciones?

Se nos prohíbe maldecir a causa de la humana perversión 

3.2. Pero ¿qué diremos entonces del mandato que da el Apóstol, donde dice: “Bendigan y no maldigan?” (Rm 12,14). ¿Acaso, en consecuencia, el que establece el modelo de vida para los hombres, hace él mismo lo que no quiere que hagan los hombres? No es así, puesto que aquellos a los que Dios maldice, les manifiesta los deméritos de aquel a quien maldice, y emite la sentencia como quien no yerra ni en la cualidad del pecado ni en los sentimientos del pecador. En cambio, el hombre, como no puede saber esto -porque nadie puede ver ni conocer la intención ni la mente de otro-, aunque profiera una maldición con la intuición del que juzga o emite una sentencia, no puede tener justo motivo para maldecir, cuando se ignoran los sentimientos del pecador, máxime teniendo en cuenta la humana perversión, que sabe proferir maldiciones cuando se le provoca con ultrajes e injurias. Queriendo el Apóstol cercenar esta perversión, para que no devolvamos maldiciones con maldiciones y ultrajes con ultrajes, aduce el mandato necesario de que bendigamos y no maldigamos, para cercenar el vicio de ultrajar, no por suprimir la verdad del juicio que escapa a los hombres y la autoridad de la sentencia.



[1] Corregir la ed. de SCh 442 que saltea la segunda parte de la cita de Nm: Aut quid supermaledicam, quem non supermaledicit Dominus?

[2] Nueva glosa de Rufino (cf. Hom. XV,2,1).